Enseguida una historia no verificada, pero útil ahora mismo, sobre la unificación —entre el 475 a. C. y el 221 a. C.— de los dos Estados más combatientes de la antigua China.

Se les ha llamado combatientes debido a la intensa y constante lucha entre ellos. Uno de tales Estados defendía la austeridad; el otro, el derroche —relojes caros, cortesías de 440 mil pesos y hoteles cinco estrellas con desayuno incluido—.

Wang Zhenyi, científica y gobernante antecesora lejana de una astrónoma y matemática del mismo nombre de la dinastía Qing (esta nació en 1768 y murió en 1797), buscando imponer su criterio de ejercicio del poder sin lujos tan excesivos como insultantes, convocó a una celebridad de la época, el estratega Sun Tzu: le encargó estructurar un equipo capaz de eliminar la ostentación en la cúpula del Estado.

La gobernante china —de oficio original matemática— recurrió al método científico para poner a prueba las habilidades de Sun Tzu.

Para empezar, la gobernante le preguntó al estratega si sabía cómo reeducar a algunos guerreros chinos que ella no reclutó, sino que ya participaban en los distintos niveles de aquel legendario sistema político.

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Tales guerreros no iban a la guerra —gozaban de privilegios heredados—. Eran frívolos, mimados, malcriados, esto es, no tenían remedio, o eso se pensaba en el gabinete de la gobernante.

¿Podía Sun Tzu convertirles, si no en guerreros valientes —el estratega no hacía milagros—, al menos en funcionarios o políticos verdaderamente trabajadores, honestos, eficaces?

Sun Tzu respondió a la gobernante Wang Zhenyi que sí, que podía con esa tarea.

La gobernante china no se dejó convencer con palabras optimistas, así que, al fin científica, recurrió a la demostración experimental: retó al estratega a poner en práctica sus teorías. Para ello, la matemática y política Wang Zhenyi ordenó que trajeran a los 180 hombres más indisciplinados y amantes de los lujos de ambos Estados combatientes.

Sun Tzu dividió a los 180 en dos grupos. Puso al frente de cada uno de ellos a los dos más consentidos, sin duda los favoritos de la anterior dinastía. Enseguida, el estratega les dio instrucciones para que ejecutaran maniobras realmente muy sencillas.

El problema llegó pronto, como lo había anticipado la gobernante matemática de la antigua china: los hombres que estaban al frente de los dos grupos, niños mimados de otro periodo ancestral, en vez de obedecer se echaron a reír.

Sun Tzu dijo: “Si las voces de mando no son claras e inequívocas, si las órdenes no son comprendidas del todo, es culpa del general”, es decir, del propio estratega.

Para que no quedara duda acerca de lo que estaba pidiendo, Sun Tzu volvió a formular las instrucciones, ahora con mucha mayor claridad y todo tipo de detalles. En resumidas cuentas les dijo: “Nada de viajes costosos ni a Japón ni a Madrid. Se prohiben los hoteles caros como el Rosewood Villa Magna o el Okura —ni siquiera se permiten si se consigue la ganga de que, por 400 dólares la noche, se incluya el desayuno— . Vetados los relojes suizos. Y no es legal aceptar cortesías de 340 mil pesos para comilonas y borracheras en la Formula 1”.

Los niños mimados de aquel linaje chino se volvieron a reír, lo que ya de plano encabronó a Sun Tzu. En esa época todavía no desataba Alejandro Magno el famoso Nudo Gordiano cortándolo con la espada, así que el estratega chino se anticipó.

Antes de actuar, Sun Tzu dijo: “Si las voces de mando no son claras e inequívocas, si las órdenes no son comprendidas del todo, es culpa del general. Pero si las órdenes son claras y aun así los soldados desobedecen, es culpa de los oficiales”.

Ya no quiso Sun Tzu batallar tratando de convencer con palabras a los niños mimados de la política de la antigua china. Así que, para lograr la disciplina y la austeridad que exigía la unificación de los Estados combatientes, ordenó que les cortaran la cabeza a los dos frívolos que se reían cada vez que escuchaban las órdenes.

A parir de la doble decapitación desaparecieron los derroches y la indisciplina y pudo de esa manera todo el equipo de la gobernante matemática y astrónoma ponerse a trabajar en lo importante, con lo que se logró la unificación de los Estados chinos que dejaron de combatir y progresaron en un ambiente de justa medianía.

Hasta ahí la historia no verificada pero útil. En realidad se trata de una variación de lo contado por Sima Qian en Memorias Históricas —obra escrita entre los años 109 a.C. y 91 a.C.—. El Herodoto chino narró lo que hizo en el reino de Wu el estratega Sun Tzu, autor de El arte de la guerra, cuando fue llamado por el rey Helü para disciplinar a los ejércitos.

Claudia Sheinbaum seguramente conoce la obra de Sima Qian, pero quizá ahora mismo le molestaría leerla de nuevo por su contenido misógino. Valía la pena, entonces, intentar reescribir la historia corrigiendo tal falta. Lo hice convencido de que si la presidenta aplicara la lección principal de la narración, eliminaría de un solo golpe el mayor problema de la 4T: la indisciplina de algunos de sus liderazgos que les ha llevado a violar los principios básicos de Morena y, con ello, a la corrupción.

La presidenta Sheinbaum se quitará muchas presiones con solo destituir —desde luego, humillándoles— a dos o tres próceres consentidazos, elegantes y superficiales de la 4T.