El emprendedurismo, entendido como la exaltación del individuo capaz de crear su propio proyecto económico desde cero, se ha consolidado como uno de los grandes relatos del neoliberalismo contemporáneo.
Promete autonomía, libertad y éxito a quienes se atreven a “arriesgarlo todo” en nombre de la innovación y la creatividad; pero bajo el brillo de estas palabras se esconde una maquinaria de autoexplotación disfrazada de realización personal.
En realidad, el emprendedor moderno es el trabajador ideal para el capitalismo: no tiene horarios ni derechos colectivos, asume todos los riesgos y fracasa en soledad, mientras la narrativa dominante le responsabiliza de su propio destino.
La precariedad y la competencia extrema se maquillan como oportunidades de crecimiento, cuando en muchos casos sólo encubren la eliminación de la seguridad social y la transferencia del costo del fracaso al propio individuo.
El emprendedurismo alimenta falsas expectativas, instalando la creencia de que cualquier persona puede triunfar si “se esfuerza lo suficiente”, sin reconocer que el éxito es una excepción estadística y no la regla. Así, millones se ven atrapados en un ciclo de trabajo incesante, deuda y frustración, convencidos de que el problema radica en su falta de mérito, y no en las estructuras económicas que los precarizan.
Esta ideología no emancipa, sino que profundiza la atomización y la soledad, despolitizando la lucha social y convirtiendo la explotación en una “aventura personal”.
El wokismo no es revolución; es la boutique ideológica del neoliberalismo. Bajo discursos de interseccionalidad y justicia simbólica, oculta la continuidad del orden económico que genera pobreza y desigualdad.
El individuo woke se convierte en una marca ética. Cada hashtag, cada selfie en protesta, cada indignación pública, acumula capital simbólico. Es el “emprendedor moral” del capitalismo digital, midiendo su conciencia en likes.
El wokismo no destruye el sistema: lo perpetúa. Es el opio identitario que adormece la conciencia de clase, la sustituye por gestos superficiales y convierte la política en espectáculo. No necesitamos más hashtags de justicia. Necesitamos destruir las estructuras que hacen posible la injusticia. Y eso, no se logra con postureo moral, sino con acción política real.
@RubenIslas3