La desconfianza financiera que nos cuesta a todos.

La reciente inclusión de entidades financieras mexicanas en listas de observación del Departamento del Tesoro de Estados Unidos no es un incidente aislado ni un mero exceso de celo internacional. Es el desenlace lógico de años de supervisión reactiva, punitiva y políticamente correctiva en lugar de técnica y preventiva.

Basta recordar la secuencia de quiebras y crisis reputacionales que han marcado al sistema financiero mexicano en la última década: Famsa, Ficrea, Accendo Banco, Banfeliz, CAME, Unifin, Crédito Real, entre otras empresas de captación irregular, el desplome de sofipos que se presentaron como soluciones “inclusivas” y ahora la sombra que cubre a bancos medianos o grupos financieros cuya imagen parecía incuestionable.

El común denominador es un ciclo perverso que combina tres factores:

1. Supervisión tardía y burocrática: las alertas internas y externas se acumulan sin consecuencias hasta que es imposible seguirlas ignorando.

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2. Estrategias de control punitivo y sancionador: Cuando finalmente reaccionan las autoridades —CNBV, Hacienda, Condusef— imponen multas, cancelan registros y publican comunicados que alimentan la narrativa de que “se actúa con firmeza”, pero el daño ya está hecho.

3. Ausencia de cultura preventiva y de profesionalismo transversal: el caso de la certificación en materia de Prevención de Lavado de Dinero (PLD) ilustra el problema: altísimos niveles de reprobación en exámenes de oficial de cumplimiento, combinados con estructuras directivas que priorizan relaciones políticas sobre capacidades técnicas.

Si a esto sumamos un marco regulatorio de PLD tan estricto que se convierte en un laberinto de cumplimientos formales sin sustancia real, el resultado es un sistema que luce impenetrable por fuera pero se desmorona por dentro.

¿Cómo queda el sector financiero ante los ojos del mundo?

El golpe reputacional afecta tanto a la captación como a la colocación de crédito. Las empresas internacionales, fondos y contrapartes perciben a México como un riesgo operativo con demasiados puntos ciegos. Y aunque se insista en que “no hay daño sistémico”, la confianza es un activo intangible que, una vez deteriorado, tarda años en recuperarse.

¿Qué pasa con las personas y empresas mexicanas?

Los usuarios pierden opciones de financiamiento y ahorro. El costo del capital sube por la prima de riesgo. Y crece la informalidad porque cada vez más gente desconfía de depositar o solicitar créditos formales.

¿Qué pasará con la supervisión?

Probablemente veremos endurecimiento de controles, nuevos requisitos, más auditorías y más multas. Pero la pregunta esencial sigue pendiente: ¿por qué no se anticipan los problemas en lugar de intervenir cuando ya son públicos?

Los impactos cotidianos que no se ven en los titulares

Aunque parezca un problema lejano —“eso pasa con los grandes bancos o las sofomes que prestan miles de millones”—, la realidad es que cada quiebra, intervención o señalamiento internacional se traduce en consecuencias diarias y concretas para las personas y negocios.

Restricciones de operaciones: cuando una entidad es intervenida o entra en proceso de liquidación, miles de cuentas quedan bloqueadas temporalmente. Esto impide disponer de dinero, realizar pagos o transferir recursos, afectando nóminas, rentas, colegiaturas y operaciones básicas.

Mayores requisitos de apertura y actualización: Cada nuevo escándalo provoca un endurecimiento de controles de “Conozca a su Cliente” (KYC). El ciudadano común debe presentar más comprobantes, referencias y justificaciones, lo que retrasa aperturas de cuentas, contratación de créditos o inversión en instrumentos de ahorro.

Incremento de costos de cumplimiento: empresas de todos tamaños enfrentan más trámites ante bancos y sofomes para demostrar la licitud de sus recursos. Esto implica costos administrativos, contratación de asesores y, en algunos casos, la necesidad de sistemas de cumplimiento que antes solo requerían grandes corporativos.

Riesgos de exclusión financiera: la combinación de más requisitos y la percepción de que cualquier error puede derivar en bloqueos de cuentas provoca que muchos negocios pequeños y personas con ingresos irregulares prefieran operar en efectivo o en la informalidad, perdiendo acceso a crédito formal.

Afectación de canales digitales: plataformas de banca digital, fintechs y wallets se ven obligadas a robustecer procesos de identificación y monitoreo, generando experiencias más lentas y engorrosas. En ocasiones, una simple transferencia entre cuentas propias puede quedar retenida por validaciones adicionales.

Desconfianza sistémica: cada intervención y sanción alimenta el miedo a que el ahorro o inversión formal no es seguro. Para un ciudadano común que vivió Ficrea, escuchó de Famsa y ahora ve nuevas investigaciones, la percepción es que el sistema no tiene control real.

¿Es probable que haya más señalamientos?

Sí. Porque en Estados Unidos la inteligencia financiera funciona con un enfoque preventivo, no judicial. Les basta identificar patrones de riesgo: transferencias inusuales, relaciones con paraísos fiscales, estructuras societarias opacas. No esperan a tener todas las pruebas judiciales. Aquí decimos que no hay pruebas; allá dicen que no tienen dudas.

Este enfoque genera un efecto dominó reputacional. Cada anuncio de FinCEN provoca que bancos corresponsales y fondos internacionales revisen a todas sus contrapartes mexicanas. A la menor sospecha restringen operaciones “por política de riesgo”. Y la baja confianza en la efectividad regulatoria local refuerza esa reacción. Además, el contexto geopolítico, con elecciones en EE. UU. y presión sobre lavado de dinero, hace que estos listados preventivos sean cada vez más frecuentes.

Una percepción que contamina todo

Esto es como asistir a un partido de fútbol: la gran mayoría de los aficionados se comporta con respeto y orden, pero basta un pequeño grupo que hace desmanes para que se generalice la sensación de que todos son violentos. O como tomar una rebanada de pastel: si sabe a chocolate, asumimos que todo el pastel es igual. Así ocurre con el sistema financiero mexicano: unas cuantas quiebras bastan para que el ciudadano común piense que todo el sector está podrido, aunque la mayoría de las entidades cumpla con su deber. El problema es que en finanzas —igual que en la reputación personal— no importa que el 95% de las instituciones sean sanas si el 5% contamina la percepción colectiva.

X: @MarioSanFisan | CEO FISAN SOFOM ENR | PROMETEO

Banquero a nivel directivo con más de 30 años de experiencia de negocios. Ex presidente nacional AMFE corporativo@fisan.com.mx