Debo de admitir mi simpatía original por un movimiento creado por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, movimiento que prometía reivindicar a los pobres y acabar con la ofensiva corrupción de los gobiernos priistas y panistas. Quienes nos involucramos en este proyecto, estábamos seguros de que, de seguir así las cosas, la corrupción terminaría por destruir la vida económica y social de la república. ¡Urgía pues, un verdadero cambio!

Y es que auténticos gánsteres se habían venido apoderando de la mayoría de los puestos públicos durante la vigencia del neoliberalismo. Desde la presidencia de la república hasta una presidencia municipal, pasando por gubernaturas y demás puestos de elección popular, infinidad de oportunistas se habían venido colando para ocupar estos puestos de gobierno. Esos personajes arribaban a esos puestos no para servir al pueblo, sino para acumular inmensas fortunas a través del abuso y de la corrupción. Sin excluir de estos cochupos a decenas de empresarios, cercanos a los funcionarios, que sistemáticamente venían medrando con los recursos públicos.

Como producto de lo anterior, infinidad de servicios que recibía el pueblo eran de malísima calidad: carreteras que al tercer día de inauguradas ya les salían los baches; otras obras se reportaban como concluidas sin que ni siquiera se hubieran empezado y, otras más que se hacían, tenían un excesivosobre costo; conozco el sector educativo y las aulas, cercados y techados de canchas, en esos años, los presidentes municipales y oficinas encargadas de la construcción de espacios educativos, entregaban estas obras hasta con tres veces más de su valor real.

Nada escapaba a la corrupción: compra venta de plazas en el sector público, sobre todo, plazas de base en empresas como Pemex o en dependencias como la SEP; los sindicatos nunca fueron ajenos a estas corruptelas; gestiones de todo tipo a través del soborno correspondiente; los jefes policiacos, federales y locales, imponían cuotas a sus subordinados, cuotas que, por supuesto, los oficiales de bajo rango, las trasladaban a los ciudadanos; los policías llamados de caminos, eran unos auténticos delincuentes. Bastaba que se estacionaran a la orilla de una carretera y ahí, cómodamente recostados, ponían un cesto en el asiento del copiloto para que los transportistas pasaran a dejar sus cuotas para que, a cambio de eso, se les permitiera pasar o seguir con su trabajo; programas como los destinados al campo nunca llegaban a los verdaderos campesinos; las cabras, los borregos y las vacas, iban a parar a los corrales de los funcionarios o de los traficantes de gestiones.

Tanto permeó la corrupción que, al corrupto, la sociedad lo consideraba exitoso y, al honesto, un mediocre. Eso y más, era lo que había antes del movimiento del expresidente. Por eso, cuando el expresidente prometió acabar con todo eso que se describe y más, cautivó a millones. Millones creímos en este movimiento. La mayoría lo hicimos porque deseábamos que se impidiera terminar de saquear a la nación.

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Eso queríamos: acabar con la corrupción, reivindicar a los pobres, incluidos los trabajadores al servicio del estado. Admito que, en el sexenio anterior, muchas de estas expectativas se empezaron a cumplir cuando se les cerró la llave del dinero a cientos de corruptos. Supusimos que todo el dinero que se recuperaba se estaba usando para hacer obras sociales. Hasta la fecha, sigo creyendo que todo esto era verdad. Solo así, con la recuperación de lo robado, se explica la construcción de la refinería de Dos Bocas, el AIFA, el uso de las vías existentes para los trenes de pasajeros, demás aeropuertos, el tren maya, los programas sociales a los adultos mayores, etc.

La aspiración de justicia social se empezó a notar. Se percibía, por la boca de los ciudadanos, que había un cambio a favor del pueblo. Muchos, que no todos, de los anteriores corruptos se retorcían de rabia nomás de ver que sus negocios ya no florecían como antes. Cosa justa, decía el pueblo.

No obstante, el avance, muchos legisladores, gobernadores y presidentes municipales, nunca fueron acotados. Era entendible que eso le iba a corresponder al segundo piso de la llamada cuarta transformación. Es decir, aún quedaba pendiente ese deseo de que se terminara de barrer la corrupción en la parte baja de la estructura social.

Sin embargo, peligrósamente, algo empezó a suceder en contra de las ansias de justicia del pueblo pobre. Veamos. Desde cuando arrancó el proceso electoral del 2024, inusitadamente, se le permitió el arribo a Morena a decenas de chapulinzotes y a miles de chapulincitos. Se le dijo al pueblo que se aguantara pues era con la idea de afianzar el plan C. ¡Y el pueblo se aguantó! A los de la izquierda histórica se les pidió prudencia con algo parecido a un ninguneo pues se les dijo que no podían ser incluidos en algunas candidaturas ya que ellos no sabían ganar elecciones. Y los de la izquierda, casi todos, se aguantaron. Lo que no se dijo es que los arribistas sabían ganar elecciones, pero no por su honestidad, sino porque eran hombres y mujeres de dinero y, los de la izquierda, no tenían los caudales necesarios para comprar votos y ganar una elección. Su honradez de muchos de la izquierda no fue suficiente para ser postulados. El motivo real de la inclusión de los chapulines no se dijo. A pesar de esos agravios cometidos en contra de muchos luchadores sociales, el pueblo respondió con sus votos en el 2024 y, por una nariz en el senado, se logró el plan C.

Si embargo, es posible que el punto de quiebre sea lo que sucedió con el movimiento de la CNTE, en mayo pasado. Este grupo disidente de trabajadores de la educación emplazó al gobierno federal para que les regresaran a todos los trabajadores federales, sobre todo de la educación, sus derechos que tenían antes del 2007.

El actual régimen les negó enfáticamente este derecho a los trabajadores afiliados a la CNTE y las cosas se tensaron, a tal grado, que se dio una ruptura entre la dirigencia nacional de la organización disidente y la presidenta de la república. ¿Qué es lo que se percibe en la calle sobre esta ruptura? Entre trabajadores, se dice que los de la CNTE tenían razón en, cuando menos, 3 de las cinco peticiones básicas: abrogación de la ley del ISSSTE, abrogación de la ley educativa del 2019 y democracia sindical.

También es cierto que, en la otra parte de la sociedad, se ha desatada una oleada de desaprobación sobre el actuar de la CNTE. Pero no perdamos de vista que esa desaprobación social es producto de una intensa campaña de desprestigio de los medios oficiales. Es evidente que, en esta embestida gubernamental, se han tergiversado las cosas. Al ver esta campaña en contra de la disidencia magisterial, uno no puede dejar de evocar lo que, en el pasado, hacían los neoliberales y el SNTE en contra de la CNTE.

Lo que percibimos es que existe bastante similitud entre la campaña de ahora y la de antes. Pareciera que a la 4T le ha dado por adoptar las prácticas del neoliberalismo cuando aquel trataba de desprestigiar a los movimientos sociales. Otra cosa que irrita a la disidencia magisterial es el apapacho gubernamental a los charros del SNTE. Los consienten a pesar de que ellos representan el más crudo ejemplo de la antidemocracia sindical.

Públicamente, la presidenta le ha ordenado al secretario de educación que, en lo sucesivo, solo debe de tratar con los charros. Posiblemente, eso sea un mensaje o hasta una acción provocadora del gobierno a la CNTE con la idea de que el camino y la brecha entre ellos, ya no tenga regreso.

Solo que, para el gobierno, del otro lado de esa brecha, está la derecha abusiva esperando sacar ventaja de esta ruptura. En cambio, la CNTE, posiblemente, se regrese a su reducto histórico de lucha y su añeja consigna vuelva a tener vigencia y justificación: ¡gobierne quien gobierne, los derechos se defienden!

Digo que, probablemente, la ruptura con la CNTE es un punto de quiebre de consecuencias impredecibles para el movimiento creado por el expresidente porque se percibe que, peligrosamente, consciente o inconscientemente, se les está dando la espalda a los trabajadores en general y se está optando por aliarse con ese capital que tanto daño le ha hecho a México.

Con la CNTE se dialogó sin dialogar; se instalaron mesas dilatorias sin capacidad de resolución; diálogo de la 4t similar a lo que sucedía con los neoliberales; se apapacha al SNTE y se aborrece a la lucha de la CNTE.

Pero a pesar de todas las descalificaciones que le quieran poner a la CNTE, ellos representan el único sector más organizado que, por décadas, ha venido luchado por los sectores más desfavorecidos que, por cierto, aún son el sostén de la 4t. Descalificar a la CNTE como se ha hecho, incluida la negativa de la presidenta a dialogar con ellos, está polarizando a los trabajadores y se estaría provocando un desencanto en una parte importante de la sociedad vinculada con todos los trabajadores que no han querido ser oídos. Y ello, con seguridad, de no corregirse el camino y, si no se abandona la soberbia gubernamental, le va provocar un boquete enorme a Morena en las próximas elecciones, salvo que el revire de la 4t le acarree votos al partido guinda; votos que saldrían de aquellos sectores que tradicionalmente habían votado por la derecha. Cosa que también puede suceder y, de ser así, la merma no se notará. Solo que, en ese momento, el partido guinda dejará de ser lo que quería ser en tiempos de Andrés Manuel.

Tampoco perdamos de vista que ahora, peligrosamente, algunos voceros de la derecha defienden a la presidenta en esta confrontación con la CNTE, solo que ellos, al paso del tiempo, pueden cobrar muy caro su cariño o terminarán por pudrir el corazón de la 4T. Y entonces, cuando los que ahora gobiernan quieran regresar a buscar el cariño del pueblo, eso ya no podrá ser.

Mtro. Juan Durán Martínez. Docente de escuela pública. Puebla.

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