En México, existió un hombre que hizo historia, que trabajó incansablemente por su gente, logrando escribir su nombre en letras de oro, pues él es considerado el mejor presidente de México, no lo digo yo, lo dice la gente, esa gente que lo conoció, que se sentía segura en sus hogares teniendo a un presidente que se preocupaba por el bienestar de su pueblo, su nombre es Carlos Alberto Manzo Rodríguez.
En un país donde la política se ha convertido en sinónimo de traición, corrupción y simulación, todavía existen hombres que nos recuerdan lo que significa servir. Carlos Manzo fue uno de ellos. Un hombre de sombrero, de palabra y de valor. Un presidente municipal que no necesitó grandes reflectores para demostrar lo que muchos en el poder olvidaron: que gobernar es servir, no enriquecerse.
Desde Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo mostró que la política puede tener rostro humano, que el liderazgo puede construirse desde la honestidad y el trabajo, no desde la mentira y la manipulación. Su asesinato no solo arrebató la vida de un servidor público ejemplar, sino que dejó al descubierto la tragedia nacional que vivimos: en México, levantar la voz por la justicia puede costarte la vida.
Mientras algunos se aferran al poder con discursos vacíos y promesas incumplidas, hombres como Manzo se enfrentan al crimen, defienden a su gente y mueren por ello. Su legado no se mide en votos ni en aplausos, sino en la huella que deja en el corazón de su pueblo. Y esa huella, en Uruapan, ya es imborrable.
Contrasta su figura con la de quienes han ocupado la silla presidencial en los últimos años. Andrés Manuel López Obrador llegó al poder con el estandarte de la esperanza, pero su gobierno terminó marcado por la división, la corrupción y la violencia. Su “cuarta transformación” se convirtió en un eslogan vacío, sostenido por una estructura partidista que hoy sigue en manos de quienes repiten su discurso, pero no escuchan al pueblo.
Claudia Sheinbaum, heredera política de AMLO, continúa por la misma senda: la del centralismo, la propaganda y el silencio ante los verdaderos problemas del país. México sigue ardiendo en inseguridad, con comunidades enteras dominadas por el crimen organizado y con servidores públicos que, como Carlos Manzo, caen por atreverse a defender la ley.
La historia es clara: hay quienes gobiernan para la historia, y quienes son devorados por ella. Carlos Manzo será recordado como el presidente que quiso cambiar su entorno y lo logró, aunque su vida haya sido arrebatada por un sistema que no perdona la decencia.
Y mientras tanto, México sigue esperando a su verdadero presidente. Uno que gobierne con el corazón, no con la ambición; con valor, no con soberbia. Uno que, como Carlos Manzo, no necesite un Palacio Nacional para demostrar que se puede servir con dignidad.
Porque en un país donde los corruptos hacen historia, los hombres justos la honran con su ejemplo.
X: @pipemx





