Me permito reiterar que, en la condición actual del mundo, sociedad y estados nacionales, todos involucrados en la vorágine de las cosas que nos cabalgan sin fin y por momentos sin sentido, los poderes públicos, órganos autónomos e instituciones públicas forjadas en la lógica añeja de la modernidad constitucional requieren de la mínima división y máxima coordinación efectiva, posibles en el marco de los valores y prácticas democráticas.
Eso significa que, más allá de la clásica separación rígida entre los poderes legislativo y ejecutivo y la salvaguarda del poder judicial que se profesa en la idealidad de la teoría constitucional, cuando se presentan revoluciones científicas y tecnológicas que cambian paradigmas y afectan a todas las instituciones sociales, es decir, desde la familia a las empresas, universidades o gobiernos, la autoridad del poder debe operar lo más posible investida con el poder de la autoridad legítima.
Al respecto, hago notar que el contexto actual es muy complejo por lo que el poder de la autoridad y la autoridad del poder exigen la cooperación y comunicación constantes, incluso inmediatas o instantáneas, ya sea con efectos preventivos o resolutivos, entre los titulares institucionales y entre liderazgos políticos relevantes.
Esa condición también demanda que el discurso se convierta de manera coherente en acciones de gobierno eficaces con resultados tangibles y medibles, en particular cuando se presentan emergencias trágicas o macro desafíos ilícitos.
El contexto prevaleciente hace necesario que se maximicen recursos y se apliquen puntual y eficientemente en favor de quienes más lo necesitan en términos de sus intereses vitales y sus derechos sociales e interculturales.
Especialmente, es imperdonable no modificar actitudes y conductas tradicionales para ubicar el poder y sus capacidades a los pies del pueblo y caminar con él con más seguridad y rumbo para afrontar en mejores condiciones el largo plazo.
Desde siempre, el poder es uno y solo se divide para su ejercicio y control, en el entendido de que se coordina con integridad y fluidez en la mayor medida cuando el ambiente en el que habita le requiere máxima cooperación y comunicación.
Apenas así es factible incidir o transformar las condiciones que ponen en riesgo al pueblo, la nación y el propio poder soberano y democrático conforme al cual se gozan y ejercen los derechos y deberes individuales y colectivos que la autoridad del poder legítimo debe asegurar por el bien de todos.



