Los anuncios de relanzamiento del Partido Acción Nacional lejos de disipar la crisis del instituto, la vinieron a confirmar. Lo que alguna vez fue una fuerza política con capacidad de ser gobierno y oposición firme, hoy parece atrapado en un dilema incómodo: el discurso oportunista y el servilismo frente al poder.
Jorge Romero ha intentado capitalizar triunfos opositores en América Latina, como el de José Antonio Kast en Chile, presentándolos como señales del inevitable regreso del PAN. Sin embargo, esa lectura es ingenua: los avances democráticos en países como Chile no son producto de la casualidad ni de una “ola regional”, sino del trabajo constante de partidos que supieron construir cercanía ciudadana y coherencia política.
Pese a la derrota, Gabriel Boric mostró altura democrática al momento de reconocer el resultado y felicitar al ganador. Un gesto que contrasta con la narrativa simplista del panismo y recuerda la actitud de Ernesto Zedillo en México: respeto absoluto a las instituciones y a la voluntad popular.
Pan y poder político
Muy preocupante resulta la actitud del PAN frente al poder, avalando nombramientos y reformas que fortalecen tendencias autoritarias, como la designación de Ernestina Godoy como fiscal general de la República, que pasó a pesar de las irregularidades en el proceso.
La decisión tuvo un impacto inmediato: la reapertura del caso César Duarte que asestó un golpe directo a la gobernadora panista Maru Campos, mientras los escándalos de Morena quedaron en segundo plano.
PAN y alianzas
El partido también ha debilitado sus propias alianzas. Cuando la coalición PAN-PRI en Coahuila comenzaba a dar resultados, la dirigencia nacional se encargó de desacreditarla públicamente, favoreciendo indirectamente a Morena. Así, en cada momento que el poder lo ha necesitado, ha venido una declaración, un descubrimiento o un escándalo que favorecen al oficialismo.
PAN y su militancia
En lo interno, desde que Ricardo Anaya asumió la dirigencia hasta Marko Cortés y ahora Jorge Romero, Acción Nacional se ha ido alejando de la ciudadanía y acercando cada vez más al poder.
Actualmente la militancia panista, otrora con presencia y sólida estructura, apenas supera el mínimo legal para conservar el registro nacional con poco más de 300 mil militantes —fracción mínima ante un padrón electoral que ronda los 98 millones—. La campaña digital de afiliación, parte del plan de relanzamiento que prometía 150 mil nuevos miembros, apenas logró unos cuantos cientos.
El relanzamiento impulsado por Romero se percibe más como una maniobra mediática que como un verdadero proyecto de renovación.
PAN y la historia
Hoy Acción Nacional camina por la historia política como un fantasma: como una sombra de lo que fue. Lo que antaño fue un partido con estructura, militancia viva y un ideario que hablaba de principios, hoy parece coartada retórica para justificar la propia supervivencia de su clase dirigente.
La crisis no es casual ni coyuntural, es fruto de años de decisiones que privilegiaron pactos, cuotas de poder interno y cálculos cupulares por encima de la ciudadanía. La renuncia a ser oposición —o peor aún, la indefinición entre ello y ser satélite de acuerdos con fuerzas políticas ajenas a su base ideológica— ha erosionado su autoridad moral y electoral.
Hoy, cuando el ciclo político exige claridad, audacia y conexión con la sociedad, el albiazul responde con campañas mediáticas, reformas estatutarias a medias y cifras que apenas rozan la supervivencia institucional.
De seguir entregando la iniciativa al poder y confiando más en ajustes cosméticos que en un proyecto político robusto, estructurado y legítimamente cercano a la gente, su destino —como partido con historia— no será otro más que nostalgia y la lección de lo que no se debe hacer en política.
Y no, no es el populismo el que lo derrota, es su propia cobardía. Porque en política, la tibieza no se perdona: quien se arrodilla frente al poder, termina siendo parte del decorado, nunca de la historia.
X: @diaz_manuel



