Arturo Ávila es un personaje destacado de Morena. En tanto que vocero de los diputados de su partido, se ha vuelto bien conocido por sus múltiples participaciones en distintos medios de comunicación.

De ser un legislador apenas conocido fuera de su natal Aguascalientes hoy se le mira al lado de individuos prominentes como Luisa María Alcalde, Andrea Chávez, Adán Augusto López, entre otros. No se le conocen, en realidad, propuestas legislativas de contenido, sino apenas sus tercos eslóganes publicitarios en favor de lo que ellos llaman la cuarta transformación.

A pesar de su carencia absoluta de carisma, de su falta de afabilidad y de una sonrisa ladina que difícilmente podría caer bien a más de dos, se ha montado exitosamente en el tren de los hombres y mujeres más públicos de su partido.

Sin embargo, según ha trascendido, y a la luz de las investigaciones realizadas por Mexicanos Unidos contra la Corrupción, Ávila, quien se jacta de ser –o de haber sido– un empresario exitoso y de contar con propiedades millonarias en California, habría incurrido en actos de conflicto de interés con la venta de materiales de milicia durante el gobierno de Peña Nieto a través de algunas de sus empresas.

Estos señalamientos no tienen aún sustento jurídico y han tenido lugar en el contexto de la probable candidatura de Ávila al gobierno de Aguascalientes, y en medio de las acusaciones lanzadas contra Adán Augusto López, quien sería –se dice– cercano al propio diputado morenista.

Ávila parece decidido a destruir a Jorge Romero, a la vez que el PAN, de la mano del propio Romero y de otros como Jorge Triana, lucen decididos a sacar a la luz pública que el diputado que jura representar, al lado de otros, al “pueblo” de México, es en verdad un miembro más de una nueva mafia del poder que ha amasado su fortuna mediante transacciones irregulares y, en palabras de AMLO, al amparo del poder. Nada está dicho, y queda, como siempre, al vaivén de los intereses políticos. Veremos.