“Este es un desfile oscuro

Otra mala racha que nos arruina, nos arruina

Sé que tus amigos pueden decir que

Este es un motivo de celebración, hip-hip-hurra, amor

Fotografías en tonos de sepia”

ED SHEERAN, ‘OVERPASS GRAFFITI’

“Cuando inicies un viaje hacia la venganza, cava dos tumbas.”

CONFUCIO

Esfuerzos inútiles. Como cada sexenio, el gobierno saliente grita “aquí llegamos, este es el definitivo” y, acto seguido, se dedica a reescribir logos, frases, slogans… con el entusiasmo de quien deja un graffitti en una pared que en dos meses querrás olvidar. ¿Quién recuerda verdaderamente frases célebres como la del águila “mocha” de Fox o el clásico “vamos a barrer la corrupción”? Se recuerdan, sí —por lo pésimas que fueron—.

Ahora bien, si creías que la austeridad implicaba frenar esos gastos ornamentales, prepárate: la Suprema Corte de Justicia de la Nación se lució estrenando imagen institucional. A partir del 1 de septiembre de 2025, el tradicional escudo juarista con el águila pasó a lucir nada menos que un bastón de mando indígena, con la excusa de reflejar “inclusión, pluralidad y respeto a las raíces culturales de México”.

¿Y un cambio sustancial en la justicia? No. El verdadero alivio consistiría en ministros capacitados por méritos, con conocimiento del derecho, ganas de impartir justicia —no ganas de posar con un bastón (auto)conferido–.

Porque ya sabes cómo viene la 4T: más que solucionar, maquilla. La SCJN está tan politizada que ni el más elaborado diseño de logo va a lograr que imparta justicia con decencia. Ni el bastón con su pomposo simbolismo tiene magia para curar esa enfermedad ─muy real─ de la justicia enterrada bajo impunidad y parcialidad.

Pero entremos al detalle de lo ridículo: El comunicado oficial dice que el nuevo logo refleja pluralidad, inclusión, dedicación al servicio y la riqueza cultural de México. Lo que no aclara es que el bastón de mando no es un símbolo genérico válido para todas las comunidades indígenas. No todos los pueblos reconocen ese símbolo; su uso está restringido a autoridades comunitarias, no a jueces de corte federal.

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Según el historiador Felipe Ignacio Echenique March (INAH), la ceremonia fue una “simulación” y falta de respeto: muchos pueblos ni siquiera usan bastón de mando; fue un invento político que, encima, viola normativas del Instituto y de los monumentos históricos.

Estuve leyendo la prensa nacional y local para esta columna, privilegiando expresiones de las comunidades originarias. Por ejemplo, la crónica editorial de La Crónica de Morelos no dudó en titularlo: “De símbolo sagrado a circo político”. Argumenta que esta construcción mediática que va de AMLO a Sheinbaum y ahora a la SCJN, es propaganda más que inclusión auténtica. Reporte Índigo agrega que usar ese símbolo para funcionarios públicos implica una apropiación cultural: el servicio indígena es sacrificio comunitario. El estatal, en cambio, está atravesado por intereses de poder y dinero. El gesto simbólico disfraza la continuidad de las viejas dinámicas de poder.

Dicho de otra manera: la SCJN presentó un logo “nuevo”, adornado con palabrería inflada y rito coreográfico. Pero, por debajo, la justicia sigue en coma: no hay transparencia, no hay independencia real, solo una puesta en escena que disfraza el mismo poder de siempre.

¿Por qué no aprovechar ese desfile visual para hacer reformas reales, mejorar procesos, evitar el nepotismo? Las exhortaciones a reconocer pueblos originarios son bienvenidas. Pero hacer un ritual público con tintes ceremoniales y un logo “más cultural” mientras no se enseñan resultados concretos, equivale a vaciar la dignidad de la justicia y sustituirla por propaganda. Hoy todos se sienten “ministros del pueblo”. Pero ese pueblo sigue sin justicia, sigue esperando. Y se quedará esperando al menos seis años más.