Orfeo y la violencia

Con frecuencia se relaciona a la mítica figura de Orfeo con la música en general y la ópera en particular, como padre simbólico de la misma por ser el poeta, músico y cantante más célebre de todos los tiempos. En su relatoría e interpretación de los mitos griegos, Robert Graves indica que Orfeo tocaba la lira y cantaba, ejecutaba una música capaz de hechizar a las fieras y hacer que los árboles y las rocas se movieran de sus sitios para seguir el sonido de su música melancólica. Sin embargo, Platón lo miró con poca simpatía, más bien con desprecio. Le reprocha no haber sacrificado la vida para realizar el amor en la muerte –como Alcestis por Admeto– y haya elegido pretender la imposible resurrección de Eurídice; se sabe, Platón no tenía en estima al personaje-mito de Orfeo, en su Protágoras lo asemeja a los filósofos sofistas.

Sin embargo, de esa cobardía, de esa pretensión absurda surge el simbolismo de la música, la poesía y el canto que, más allá del mero entretenimiento, han sido cuando menos un bálsamo en la existencia milenaria del ser y fuente de inspiración de los artistas.

Qué bueno fuera que la música y el canto órficos calmaran a la bestia mayor: al hombre con poder; del mínimo al más grande poder. Pero la violencia está en la misma raíz del ser que, al contrario de Orfeo, se impone a las fieras con violencia y muerte; luego las domina, usa y aun consume. Ya desde los versos de Gilgamesh queda el registro de que la violencia y la muerte son consustanciales a los seres que se agrupan frente a otros, pero al interior del grupo, a nivel de trato individual también.

Hay líderes sociales y políticos que desean el bien para los ciudadanos bajo su responsabilidad como gobernantes. Dentro de unas reglas civilizatorias más o menos aceptables para todos procuran el bien; siempre con un afán de mejora democrática. Pero frente a ellos están quienes justifican y ejercitan la muerte y la violencia a cambio de imponer la autoridad, un imperio, una ideología. Ya se trate de Hitler, Stalin, Netanyahu o Trump. ¿Cómo contraponer a Orfeo frente a ellos?; imposible. Y la maldad también se acompaña de y con música.

¿Qué puede hacer una Sheinbaum frente al poder violento tanto nacional como internacional?: El esfuerzo constante. Ella es científica, pero también y sobre todo, tiene una formación y un desarrollo artístico con cierto rigor (el ballet y la danza). Sin descartar errores y preferencias con las que se puede estar en desacuerdo, alguien como ella se empeña en el bien.

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El mal se tiene que combatir todo el tiempo con el bien, hacerlo posible. Lo tiene que hacer el/la líder, pero también los grupos sociales, las instituciones, los individuos. La ambición, la perversidad, la ignorancia, la pobreza se contraponen, pero sólo se pueden combatir y contrarrestar con un proyecto claro y la constancia. Así percibo el proyecto que hemos impulsado desde hace décadas en México y que llegó al poder democráticamente en 2018 y continúa hoy; con muchas incongruencias (sobre todo, los personajes inconsecuentes incrustados en el proyecto que quiere hacer el bien), marcados errores pero con la mirada clara en el rumbo del proyecto y su programa.

La violencia no se puede ni se debe ocultar, se tiene que evidenciar y combatir a todos los niveles y en todas las ramificaciones institucionales. Los programas sociales y las condiciones para crear empleos, el manejo responsable de la economía, todo contribuye, también el arte. Y hemos visto que la presidenta artista lo entiende así (hace algún tiempo escribí sobre “El presidente cantante”, que fue Adolfo de la Huerta), se percibe en programas como Pilares, México Canta o los coros infantiles; aunque uno no esté del todo de acuerdo con su contenido, se percibe la voluntad. También he hablado de las cualidades artísticas de la presidenta mexicana en “Claudia Sheinbaum: tocar y bailar, dejar el corazón en cada movimiento”.

Arte y música vs la cultura de violencia

Las instituciones educativas tienen que hacer su parte también en la lucha contra la violencia, son fundamentales. Comenté hace días en una columna que el pasado 10 de octubre fui invitado por un grupo de académicos de la UAM, a propuesta del Dr. Tomás Bernal Alanís, a realizar un breve concierto en línea para la clausura del VIII Coloquio Internacional: “El nacimiento de una cultura de la violencia”, organizado por el Seminario de Genealogía de la Vida Cotidiana de la UAM Azcapotzalco y el Cuerpo Académico Educación y Sociedad de la Universidad de Guadalajara. En el mismo se expusieron las diversas manifestaciones de la violencia en México sin dejar de tomar en consideración los referentes internacionales y los históricos. Sin duda es necesario ese conocimiento, esa exposición pública de la violencia en todas sus variantes posibles.

Curiosamente, cuando me invitaron a cantar la clausura del seminario, me sugirieron interpretar piezas que tuvieran un espíritu un tanto opuesto al tema de los tres días de los trabajos académicos (del 8 al 10). Sólo una solicitud musical particular se me hizo: el “Himno a la alegría”, que Miguel Ríos estrenara en 1969. En realidad se trata de un arreglo al cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven; una síntesis bien hecha por el argentino Waldo de los Ríos que intercala las principales fases melódicas del movimiento con la letra de Amado Regueiro Rodríguez.

Lo que importa en este arreglo es la letra, pero lo que conmueve es la melodía de Beethoven. Al carecer de la partitura, la maestra Teresa Rodríguez, que me acompañó al piano, hizo un buen esfuerzo de síntesis siguiendo la partitura original del compositor alemán.

Del concierto que comprendió 8 o 9 piezas italianas y mexicanas, comparto ahora tres fragmentos disponibles y, al final, la interpretación de 1969 de Miguel Ríos, acompañado por una orquesta sinfónica que al iniciar el canto de los versos da paso a una banda entre el pop y el rock; para el gran final se incorpora un coro al grupo. Y aunque con frecuencia nos gana el pesimismo, se impone el escepticismo como regla de vida, queda siempre, siempre han quedado las mejores manifestaciones del ser pese a la violencia: el arte.

Miniconcierto

1. De la célebre Antología Italiana, “Danza, danza, fanciulla gentile” una arietta del barroco, de Francesco Durante (1684-1755):

2. “Core ‘ngrato”, canción napolitana de Salvatore Cardillo (1874-1947); letra del poeta Riccardo Cordiferro (1875-1940):

3. “Granada”, de Agustín Lara, el gran “Flaco de oro”; por cierto desconocía yo que desde 1997 la melodía de esta canción se usa como himno de la ciudad de Granada, España.

4. Arreglo musical “Himno a la alegría”, interpretado por Miguel Ríos, 1969:

Orfeo guía a Eurídice fuera del Hades
Eurídice y Orfeo

Héctor Palacio en X: @NietzscheAristo