La autoproclamada 4T, fiel a la tradición obradorista, jura inspirarse en líderes históricos para justificar sus actos y decisiones. AMLO lo hizo en campaña y durante su gobierno. La presidenta Claudia Sheinbaum ha continuado el patrón.
Una de las figuras favoritas del régimen obradorista es Benito Juárez. Lo evocan en cada momento, desde Luisa María Alcalde, la propia presidenta y hasta cualquier vocero o propagandista de su movimiento.
El propósito de este texto no es hacer una crítica de la trascendencia histórica de Benito Juárez sino señalar algunas de las luces y sombras que marcaron su convulsa presidencia.
Juárez fue un hombre de su tiempo. En tanto que liberal a ultranza, su trayectoria política estuvo marcada por un combate contra el conservadorismo de su época, marcado por los seguidores del pensamiento de Lucas Alamán.
Fue protagonista de las Guerras de Reforma. Al lado de otros conspicuos personajes como Ignacio Comonfort, Melchor Ocampo y Guillermo Prieto, entre otros, el oaxaqueño fue responsable del forjamiento de un México que buscaba consolidar una estructura de Estado sólida que fuese capaz de superar las décadas de inestabilidad política provocada por las guerras fratricidas.
Más tarde Juárez hizo frente a la intervención francesa. Durante este convulso periodo de la historia de México, el presidente lideró una resistencia tenaz que condujo a que, derivado del apoyo estadounidense y de la decisión de Napoleón III de concluir la operación especial en México, el liberalismo en México fuese implantado definitivamente y que se consolidasen en los textos jurídicos los ideales abanderados por los liberales decimonónicos.
Durante el periodo de la Restauración, Juárez condujo los destinos del país hacia un nuevo renacimiento de la vida nacional. Un país dividido, pauperizado e ingobernable fueron los primeros obstáculos. El presidente, con mano firme, convirtió un país fragmentado en otro medianamente gobernable.
Lo que la 4T ha decidido olvidar, empero, es que Juárez, como hombre brillante y pragmático, aceptó la firma del Tratado Mc-Lane Ocampo, mismo que concedía a los Estados Unidos el paso a perpetuidad del istmo de Tehuantepec. Si no hubiese sido por el rechazo del Senado estadounidense al documento firmado por el presidente Polk, la integridad territorial de México habría quedado a la merced del vecino del norte.
Los propagandistas tampoco desean mirar hacia el lado autoritario de Juárez. A pesar de sus grandes aportaciones al liberalismo y a la recuperación del Estado de gobernabilidad, las credenciales democráticas del benemérito han estado siempre en entredicho. No fue un hombre con convicciones pluralistas ni intentó por ningún medio la reconciliación con la iglesia, con los católicos o con los que apoyaron las causas conservadoras. ¿Se habría convertido un tirano si no hubiera muerto de una angina de pecho en 1872 en Palacio Nacional? Imposible dilucidarlo.