REFUTACIONES POLÍTICAS

La transición hacia el capitalismo transformó radicalmente las relaciones sociales. En el siglo XVII inglés y en las revoluciones burguesas europeas, las máquinas, las fábricas y el comercio internacional exigían trabajadores desarraigados, capaces de vender su fuerza de trabajo y de consumir mercancías. Surgieron entonces dos instituciones hermanas: la propiedad privada y el contrato. Ambas proveyeron el andamiaje legal para una economía basada en la movilidad y la acumulación.

La universalización de los derechos de propiedad, tránsito y trabajo no surgió de la nada. Estas libertades se concibieron para ocultar la necesidad del capital: había que dar la apariencia de que la voluntad individual y la realización socioeconómica eran autónomas. Bajo esa ficción, todos podían “participar” en la vida civil porque todos podían intercambiar algo: unos, propiedades; otros, su tiempo y energía. En realidad, los derechos liberales establecieron una relación civil de propiedad que sometía a la mayoría a una sumisión económica disfrazada de libertad.

El liberalismo –filosofía política de la propiedad privada– presentó la libertad como la esencia humana, cuando en realidad era una condición funcional al mercado. Las libertades de trabajo, comercio y tránsito fueron las condiciones jurídicas para el libre flujo de mercancías, mano de obra y capital. Así, los “derechos humanos” nacen como los derechos del capital necesarios para el funcionamiento del capitalismo.

Que los derechos liberales sean funcionales al capital no significa que beneficien a todos. La historia muestra que la multiplicación de las “libertades” no ha eliminado la desigualdad, porque ser realmente libre significa tener la posibilidad material de ejercer la libertad. La propiedad privada, convertida en derecho absoluto, es la trampa que origina la competencia y la desigualdad. La libertad de tránsito, por su parte, se ejerce solo para quien tiene recursos; millones de migrantes descubren que la movilidad del Capital vale más que la movilidad humana.

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Incluso en los Estados modernos, la libertad de movimiento de los trabajadores ha sido regulada para disciplinar la mano de obra. La libertad de trabajo y comercio, a su vez, sigue condicionada por licencias, corporaciones y monopolios. La retórica de la libertad es, en gran medida, una fachada para ocultar las jerarquías económicas.

Los derechos no brotan de la naturaleza humana; son artefactos históricos que reflejan intereses económicos y luchas sociales. La libertad de tránsito, el trabajo y la propiedad privada se universalizaron porque eran útiles para consolidar la economía capitalista. Reconocer su genealogía no implica negarlos, sino comprender su función y reorientarlos. Si los derechos han servido al mercado, urge reconstruirlos para que sirvan a la vida.

Ha llegado la hora de dejar de venerarlos como dogmas y comenzar a verlos como herramientas políticas, susceptibles de transformarse. La libertad de tránsito nació en los caminos hacia las fábricas, la de comercio en los burgos medievales, y la propiedad privada en los códigos civiles. Recordarlo es indispensable para reivindicar unos derechos humanos verdaderamente reales y no quiméricos.

@RubenIslas3 X