REFUTACIONES POLÍTICAS

Desde las declaraciones de derechos del siglo XVIII hasta las constituciones actuales, se repite la idea de que las libertades –la libertad de tránsito, el derecho de movilidad, la libertad de trabajo y comercio y la propiedad privada– forman parte de la “naturaleza humana”. Se presentan como principios universales que siempre estuvieron allí, esperando a ser reconocidos por juristas iluminados. Sin embargo, una mirada histórica y económica revela lo contrario: estos derechos surgieron de necesidades concretas del sistema capitalista, no de una esencia inmutable del ser humano. Antes de la era del capital, en sociedades feudales y esclavistas, la movilidad del trabajador era casi inexistente y la propiedad era un privilegio de las élites.

En el feudalismo europeo, las sociedades se dividían en estamentos fijos: caballeros, clérigos y campesinos. No había movilidad social; quien nacía pobre moría pobre. Los campesinos, mayoría de la población, estaban sometidos a servidumbre: no eran libres de elegir a su señor ni de trasladarse a otro castillo. Cultivaban las tierras del señor o de la Iglesia, pagaban diezmos y debían rendir tributos; su vida era una cadena de obligaciones. Los siervos estaban atados a la tierra; la condición de servir al señor se heredaba. El vínculo jurídico no era un contrato libre, sino un lazo de subordinación.

La ausencia de libertad de tránsito no era una omisión, sino una característica estructural del sistema. Las relaciones de producción se sustentaban en la tierra y la autosuficiencia; no se requerían trabajadores móviles ni consumidores itinerantes. Incluso cuando algunas leyes medievales permitían peregrinaciones o mercados, la regla era la inmovilidad. Este control garantizaba que la mano de obra estuviera disponible para cosechas y guerras locales, no para alimentar mercados lejanos.

El esclavismo llevaba esta lógica a su extremo. En las plantaciones coloniales, los esclavos eran propiedad: carecían de derechos y dependían por completo del dueño. Las leyes exigían permisos escritos para desplazarse y castigaban con brutalidad las fugas. Las élites coloniales no necesitaban trabajadores libres ni consumidores autónomos; la economía se basaba en la inmovilidad y la coacción.

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En suma, ni la libertad de tránsito ni la movilidad laboral eran “derechos” en los sistemas agrarios anteriores al capitalismo. La estructura productiva no los requería y, por el contrario, los prohibía: la riqueza provenía de la explotación de tierras y cuerpos sometidos. Sólo con la aparición de nuevas formas de producción (el capitalismo) y de una clase social interesada en el movimiento de mercancías (la burguesía), capital y personas, el discurso jurídico de los derechos humanos y las libertades individuales se volvería indispensable.

@RubenIslas3