Monterrey se erigió durante muchos años como un faro de industrialización y prosperidad en América Latina. Su transformación a un dinámico centro económico fue el resultado de una rica y compleja historia industrial, marcada por la visión empresarial, la inversión estratégica y la adaptación a las coyunturas históricas. La industrialización no sólo cambió el paisaje urbano de Monterrey, sino que redefinió la vida social, laboral y cultural de sus habitantes, consolidándola como uno de los motores económicos más importantes de México.
Los orígenes de la industrialización de Monterrey se remontan a finales del siglo XIX, con un impulso significativo a partir de 1890. Aunque ya existían pequeñas fábricas textiles y talleres, el verdadero despegue se dio con la fundación de grandes empresas que sentaron las bases de la industria pesada y de transformación. Un factor clave fue la cercanía con Estados Unidos, que no sólo facilitó el comercio (especialmente durante la Guerra Civil Americana, que desvió el flujo de algodón hacia los puertos del norte de México), sino que también propició la afluencia de capital y la adopción de nuevas tecnologías y modelos de gestión. La Cervecería Cuauhtémoc (fundada en 1890) y la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey (establecida en 1900) fueron ejemplos emblemáticos de este primer boom industrial.
En primer lugar, la generación masiva de empleo atrajo a miles de familias trabajadoras, mejorando significativamente las condiciones económicas, reduciendo el desempleo y la pobreza. Las empresas pioneras no sólo ofrecieron trabajo, sino que, en un enfoque que prefiguraba la responsabilidad social, proporcionaron viviendas, acceso a parques, hospitales y clubes sociales, lo que también contribuyó a una fuerza laboral más estable y eficiente. Esta sinergia entre el sector privado y el desarrollo social fue un diferenciador crucial.
En segundo lugar, la diversificación industrial fue clave para la resiliencia económica de la ciudad. Aunque inicialmente dominada por la industria pesada, Monterrey se expandió a sectores como el cemento, vidrio, alimentos, bebidas y, posteriormente, la manufactura avanzada, la robótica, la logística, la tecnología y las finanzas. Esta capacidad de adaptación a las demandas del mercado global y la atracción de inversiones en nuevos sectores consolidaron su posición estratégica.
En tercer lugar, la inversión en infraestructura y educación fue fundamental. La creación de instituciones educativas de prestigio como la Universidad Autónoma de Nuevo León (1933) y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (1943), aseguraron la formación de mano de obra calificada y líderes industriales, esenciales para el crecimiento sostenido. Esta colaboración entre academia y sector empresarial ha sido un pilar del éxito regiomontano.
En cuarto lugar, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte se convirtió en el motor del nuevo crecimiento de la región. Hoy en día, la apertura comercial ha permitido que Monterrey siga siendo un epicentro industrial y económico. Cemex, Femsa, Alfa, Xignux, Vitro, Arca Continental, Gruma, Ternium, DeAcero, Frisa, Cydsa, Banorte y Afirme y muchas más no sólo son pilares de la economía de Monterrey, sino que también reflejan la capacidad de la ciudad para innovar, diversificar y competir a nivel global.
La historia industrial de Monterrey es un testimonio de cómo una visión a largo plazo, la inversión en capital humano, una robusta infraestructura y el libre comercio pueden transformar una región, convirtiéndola en un verdadero motor de prosperidad y un modelo de desarrollo industrial en México y más allá.
¿Cuál es el riesgo, para las grandes empresas de Monterrey, de que, tal vez sin quererlo, hoy se duerman en sus laureles?
Hace poco leí el libro de John Kay, “The Corporation in the Twenty-First Century: Why (Almost) Everything We Are Told About Business Is Wrong” (2024), que ofrece una visión de los cambios en el pensamiento empresarial y la batalla por la confianza del consumidor.
Kay es uno de los economistas y comentaristas británicos más respetados en materia de negocios y políticas públicas. Presenta una contundente crítica de la ortodoxia corporativa contemporánea. Combinando perspectiva histórica, agudo razonamiento económico y ejemplos modernos, Kay desmonta los mitos prevalecientes sobre las corporaciones y propone una visión más sólida y sostenible de lo que son y deberían ser.
1. El dogma erróneo del valor para el accionista
En el centro del argumento de Kay se encuentra un contundente rechazo a la idea de que el único propósito de una corporación es maximizar el valor para el accionista. Rastrea el auge de esta ideología en las décadas de 1970 y 1980, particularmente a través de pensadores como Milton Friedman y la Escuela de Chicago. Muestra cómo este enfoque estrecho ha llevado al cortoplacismo, la sobrecompensación ejecutiva, la financiarización y una desconfianza generalizada en las empresas.
“El valor para el accionista es un resultado, no un propósito”, escribe Kay. “Las corporaciones obtienen mejores resultados cuando buscan la excelencia en sus propios términos: creando buenos productos, atendiendo a los clientes y fomentando la innovación”.
2. La corporación como institución social
Kay argumenta que las corporaciones no son meros acuerdos contractuales entre proveedores de capital, sino instituciones sociales en evolución, arraigadas en la sociedad. Se basan en la confianza, las normas y las relaciones a largo plazo con empleados, clientes, proveedores y comunidades. Su legitimidad reside en la eficacia con la que sirven a todos estos grupos de interés, no sólo a los accionistas.
Establece paralelismos entre las corporaciones y otras instituciones (como universidades, hospitales y gobiernos), enfatizando su papel en la creación de valor colectivo en lugar del beneficio individual.
3. La ficción de la eficiencia del mercado
Otro mito que Kay critica es la creencia en la infalibilidad de los mercados y la idea de que la competencia y la desregulación siempre producen resultados óptimos. Expone las fallas de los modelos económicos excesivamente simplistas que ignoran las complejidades del mundo real, como las fallas del mercado, las asimetrías de información y el comportamiento humano que desafía el cálculo racional.
“La teoría económica no describe cómo funcionan realmente las empresas. Tampoco debería prescribir cómo deberían funcionar”.
4. El rol del propósito, la cultura y la adaptabilidad
En contraste con las estructuras rígidas y las métricas financieras, Kay defiende las corporaciones orientadas a un propósito, adaptables y culturalmente ricas. Enfatiza que las empresas más exitosas, como Unilever, Toyota y Johnson & Johnson, prosperan no maximizando las ganancias, sino cultivando identidades únicas, misiones a largo plazo y valores profundamente arraigados.
Estas empresas invierten en las personas, fomentan la experimentación y evolucionan a través del aprendizaje, no sólo de la estrategia dictada desde las salas de juntas.
5. Reparar el capitalismo repensando la corporación
En lugar de derrocar el capitalismo, Kay propone reformarlo volviendo a sus principios fundamentales: las corporaciones existen para crear valor para la sociedad. Exige cambios en la legislación, la gobernanza y la educación para alejarse de la ingeniería financiera y centrarse en el fomento de empresas genuinamente productivas.
6. Reflexiones críticas
El análisis de Kay es accesible y profundo. Combina historia, teoría y estudios de caso contemporáneos con un estilo lúcido, escéptico e ingenioso. El libro resulta especialmente convincente en una época en la que la confianza pública en las grandes empresas, y en el gobierno, es baja y en la que el cambio climático, la desigualdad y la disrupción tecnológica exigen una reinvención de la responsabilidad corporativa.
Algunos críticos podrían argumentar que la visión de Kay es idealista, especialmente dados los incentivos arraigados en los mercados de capitales. Pero no es utópico: sus soluciones son pragmáticas y se basan en el comportamiento corporativo real que ha tenido éxito a largo plazo.
Conclusión
Hoy es oportuno y necesario desafiar los dogmas imperantes en Monterrey sobre los negocios. John Kay insta a los lectores a repensar el propósito de las corporaciones. Al abogar por una concepción más amplia del valor y el éxito, ofrece no sólo una crítica, sino una hoja de ruta esperanzadora para un capitalismo más resiliente y ético.
“La corporación en el siglo XXI” es una obra reflexiva y oportuna que reta a los líderes empresariales, políticos, legisladores y académicos de Nuevo León a no dormirse en sus laureles, despertar y repensar el propósito y las prácticas de la corporación moderna y su impacto en la política y la sociedad local. El análisis de Kay es, a la vez, una crítica de los errores del pasado y un plan para construir organizaciones más resilientes, innovadoras y socialmente responsables en el futuro.