En primer lugar, debe celebrarse el alto al fuego inminente por las partes beligerantes en Medio Oriente. Como resultado de la propuesta presentada por el gobierno de Estados Unidos (que se inspiró del plan original esbozado por Joe Biden y Anthony Blinken a pesar de que Donald Trump pretenda arrogarse el crédito), se espera que cesen las hostilidades entre Israel y la organización terrorista Hamás.

A lo largo de los últimos meses, y en particular en los últimos días, cientos de opinadores se han volcado a las redes sociales y a sus columnas para expresar su apoyo o repudio a Israel o a la causa palestina. Desde políticos hasta opinadores que llevan la kufiya palestina, vierten opiniones irresponsablemente, sin caer en la cuenta de la complejidad extrema del conflicto que ha golpeado a la región desde hace más de un siglo.

Se cree generalmente que el conflicto inició tras la creación del Estado de Israel en 1948. Sin embargo, echa raíces en los tiempos del dominio turco sobre Palestina, y se ha recrudecido a partir del establecimiento del protectorado británico después de la Gran Guerra. Más tarde los distintos sucesos que han sacudido a la región han complicado un cruento choque que continúa cercenando vidas humanas.

El conflicto ha sido, sin temor a equivocarme, la problemática más compleja en la historia de las relaciones internacionales del siglo XX, pues no únicamente involucra aspectos de corte político, sino que incluye rasgos de carácter histórico, religioso, económico y social.

Las “derechas” suelen expresar su apoyo a Israel. Asumen posiciones de superioridad moral y reivindican el derecho del Estado sionista a existir y a defenderse en medio del mundo árabe. Han denunciado –y lo han hecho con razón y plena legitimidad– los actos atroces cometidos por Hamás el 7 de octubre de 2023, a la vez que han argüido que la crisis alimentaria en Gaza no ha derivado de acciones de las autoridades israelíes, sino de los esfuerzos de la organización terrorista de evitar que llegue la ayuda a la población y de la negativa de los terroristas de liberar a los rehenes capturados desde el día de la incursión.

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Por otro lado, las “izquierdas” asumen la defensa de los palestinos, mismo si ello conlleva pasar por alto los hechos deleznables del 7 de octubre y las atrocidades de los militantes de Hamás, así como la realidad misma de que Palestina, a la luz del derecho internacional (Artículo 1 de la Convención de Montevideo) no reúne los criterios para ser reconocido como Estado. En este tenor conviene subrayar que Palestina no ha poseído nunca un territorio delimitado e independiente.

No debe olvidarse, a la vez, que Israel, en una abierta contravención del propio derecho internacional, ha continuado la expansión de los establecimientos judíos en Cisjordania, lo que ha representado una violación de la Carta de Naciones Unidas; ni tampoco que ha sido protagonista de sucesivas guerras de expansión contra sus vecinos árabes desde 1967.

No obstante, el presunto genocidio en curso en la Franja de Gaza (subrayo presunto porque el término deberá ser determinado por tribunales internacionales, pues se trata de un criterio plasmado en el derecho internacional), no debe dar lugar a olvidar el sufrimiento infligido por los terroristas sobre los israelíes el 7 de octubre.

En suma, el conflicto israelí-palestino es extremadamente complejo. Si bien las pasiones conducen a tomar posiciones radicales e irresponsables, tanto del lado de la causa palestina como israelí, la realidad es que ni Israel ni Hamás están legitimados para autoerigirse como poseedores de la voz única; pues a lo largo del conflicto ambas partes han sido responsables del incumplimiento de los acuerdos de paz.

Lo que se espera es que hombres y mujeres de Estado sean capaces de conducir las negociaciones que desemboquen en el restablecimiento de la concordia en aquella región del mundo.