Juan Pablo Sánchez Gálvez tenía una vida privada hace un año, no había en su universo aspiraciones políticas o públicas y la vida que tenía se acotaba a su respectivo momento de casi treintañero.

Si bien, la candidatura de su madre fue improvisada para todos, el salto fulminante a la vida pública al momento en que Xóchitl Gálvez anuncia la incorporación de sus hijos a dirigencias claves de su campaña fue cuestionada hasta por integrantes de la alianza. Ni su hija ni su hijo habían tenido antes algún tipo de interés o vinculación con liderazgos juveniles.

Retomo esta brevísima cronología porque a pesar de la estatura moral que deja la vara muy alta impuesta por la historiadora Beatriz Gutiérrez Müller y la presidenciable Claudia Sheinbaum, en este vergonzoso episodio de videos en borracheras y desplantes, sí importa el contexto: quien confirió responsabilidades políticas a Juan Pablo fue su propia madre.

No se trata de las transgresiones a la privacidad indebidas y condenables como lo que hizo la oposición en contra del menor de edad, Jesús Ernesto. Tampoco se compara con el acoso que ha vivido José Ramón y su familia. Todos los hijos de López Obrador han recibido por parte de su padre una línea clara en la que nunca ha querido ni colocarlos en el ojo público, ni nombrarlos con responsabilidades de gobierno tan solo por ser sus familiares.

En el caso de los hijos de Xóchitl, la intención es muy predecible: una senadora que sorpresivamente es candidata presidencial decide, deliberadamente, aprovechar la oportunidad de inmiscuir a sus hijos en política pues se sabe que de una campaña presidencial surge una posibilidad.

Si es que Gálvez ganara la presidencia en aquel 1% de posibilidades que guarda frente al 99% de Claudia Sheinbaum, es un hecho que entonces, ella aprovecharía el cargo para inmiscuir a sus hijos, ahora, en los asuntos de gobierno.

Entonces sí importa que Juan Pablo piense como piensa de su entorno, aunque en aquel momento del video tan difundido haya estado alcoholizado. Entonces también importa que su propia hija piense que su madre se “domesticó”. Entonces importa bastante el privilegio con el que viven porque no han entendido el crecimiento de su propia familia sino que leen que todos los que no han crecido igual, son inferiores.

Guardan el sello de la mezquindad. Al igual que su propia madre, quien ante la ética de su contraparte, ha decidido horas más tarde difamar y exhibir a través de sus cuentas de promoción así como de sus más fieros voceros, al hijo menor de edad del presidente. Entonces la familia, cuando un candidato o candidata le confiere responsabilidades públicas, sí.

Con la familia, cuando reiteradamente anticipa un delirio de grandeza, casi de realeza, frente a la propia vida, sí.

Con la familia, cuando reemplaza a los liderazgos juveniles y activos de los partidos que postulan a Xóchitl tan solo por ser los hijos de la candidata, sí.

Porque no se trata de una transgresión a un hogar o a un menor de edad, tampoco se trata de una crítica contra alguien que decidió no hacer una vida pública o política. Se trata de personas jóvenes que en su inicio de la adultez, fueron incorporados de golpe al espacio donde se pelea la más alta esfera de la política a nivel nacional. Quienes, por lo que se puede apreciar, no fueron preparados para asumir la responsabilidad de lo que implica una carrera política, propia o de su madre.

Se trata de adultos-jovenes caprichosos y mimados que con una ligereza exhiben su verdadero pensamiento: misógino, clasista, hambriento de humillar para sentirse importantes. Hasta hace unos días, al menos en el caso de Juan Pablo, con responsabilidades de campaña. Y esos son los mismos adultos jóvenes que no dudarían usar su poder, si lo tuvieran, para poner en su lugar a “esos gatos” que “no saben con quien se meten” pues ni ellos saben, a ciencia cierta, quiénes son.

En la vida, los hábitos que se forjan no desaparecen por un cambio en el panorama. Por el contrario, quienes se dedican a la política con seriedad, saben que forjar los hábitos del servicio y la decencia no es labor sencilla o mágica. En todo caso, el súbito poder y dinero que podría conllevar un cargo, lejos de desaparecer los vicios, los exalta.

Entonces, con la familia no pero con los adultos jóvenes con responsabilidades políticas involucrados en la vida pública, sí.