En política no hay casualidades. Cuando los expedientes de casos como La Barredora o el huachicol fiscal aparecen en la prensa, no se trata de filtraciones accidentales. Son operaciones bien planeadas. El punto de origen no parece ser la presidenta —como algunos comentaristas sugieren—, sino más bien los aparatos institucionales que buscan deslindarse de la herencia de López Obrador: Fiscalía, Marina y facciones de seguridad que ya no están dispuestas a cargar con el costo de pactos políticos–criminales.

El resultado es un golpe narrativo: Claudia Sheinbaum queda atrapada. Defiende en público lo que en privado otros exhiben. Y en esa contradicción, la presidenta aparece débil, sin control de los resortes de poder que deberían sostenerla.

El caso de Sinaloa es todavía más revelador. En la misma jornada en que García Harfuch encabeza un gabinete de seguridad en Culiacán, la nieta del gobernador Rocha Moya es “asaltada” y sus escoltas resultan heridos. Pretender que fue un robo de vehículo al azar es insultar la inteligencia colectiva. El mensaje fue claro: los grupos locales mantienen el control, y ni la familia del gobernador está a salvo. Sin embargo, el gobierno federal insiste en sostener a Rocha, contra toda lógica, y con ello ata su propia credibilidad a un gobernador insostenible.

Si fuera poco, en Washington se evidenció otra grieta. En un foro de la Heritage Foundation, el embajador Johnson reconoció públicamente que existe una diferencia entre la estrategia de Sheinbaum y la de AMLO. Era un gesto de reconocimiento. Era una oportunidad para la presidenta: asumir autonomía y proyectar liderazgo propio frente a Estados Unidos. Pero no tardó ni 24 hrs la respuesta, lo negó estruendosamente, como si el simple matiz pudiera incomodar a López Obrador. Al hacerlo, prefirió pagar el costo internacional antes que asumir independencia.

Aunque en política internacional cada frase y cada minuto cuenta, aún hay margen de corrección. Los tiempos políticos preelectorales ofrecen una ventana para que la presidenta redefina su narrativa y retome la iniciativa. En particular, la discusión sobre adelantar la revocación de mandato puede convertirse en una tabla de salvación: si se aprueba, la figura presidencial se ata formalmente a Morena y a sus estructuras, pero paradójicamente ese amarre incrementa los márgenes de autonomía de Sheinbaum frente al obradorismo. Le daría legitimidad propia y la posibilidad de proyectarse ya no como la heredera de López Obrador, sino como la mandataria capaz de conducir al país en un nuevo ciclo político.

La clave está en lo que en cada vez más foros oficiales y no oficiales se comenta, a veces a manera de pregunta y otras como sarcasmo o reclamo: si Sheinbaum logra entender que sostener gobernadores insostenibles y negar distinciones estratégicas sólo prolonga su vulnerabilidad. Si aprovecha la coyuntura para separarse en los hechos de AMLO, aunque lo niegue en el discurso, aún puede recuperar autoridad y credibilidad, tanto en el frente interno como en la relación bilateral con Estados Unidos. Al tiempo.