La presidenta Claudia Sheinbaum ha reiterado en su mandato un acto de soberanía tan simbólico, como riesgoso: ha rechazado formalmente la solicitud del presidente Donald J. Trump para permitir el ingreso controlado de tropas estadounidenses en operaciones conjuntas contra el narcotráfico en territorio mexicano. El argumento es el mismo que se ha usado por décadas: la defensa de la soberanía nacional. Pero esta vez, la realidad deja poco margen a la retórica.

Mientras Sheinbaum alza la voz para impedir la colaboración militar con el país que más armas y más inteligencia puede aportar en la lucha contra el crimen organizado, su partido, Morena, estrecha la mano de la dictadura cubana.

La visita oficial de su secretaría general a La Habana (firma de acuerdos incluida), plantea una pregunta incómoda: ¿qué tipo de soberanía es la que se ejerce rechazando al aliado democrático que pide cooperación, mientras se susurra al oído del totalitarismo caribeño?

Donald Trump, por su parte, ha respondido con hechos. Ante la petición mexicana de que se controle el tráfico de armas del norte al sur, inició una batería de medidas ejecutivas y legislativas para frenar ese flujo. Por primera vez en décadas, un presidente estadounidense actúa con coherencia ante la petición mexicana, y lo hace sin pedir nada a cambio, salvo una colaboración proporcional.

Y es ahí donde la ecuación se desequilibra. Si Trump reduce armas, Sheinbaum está moral y políticamente obligada a reducir fentanilo. De no hacerlo, la posibilidad de una acción unilateral por parte de las fuerzas armadas estadounidenses se vuelve más que una hipótesis de halcones: se convierte en una consecuencia lógica, previsible, quizá incluso necesaria.

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Este escenario se agrava con un detalle que en Washington no ha pasado desapercibido: la aproximación diplomática y partidista de Morena a regímenes del Grupo de Puebla. Para Marco Rubio, hoy secretario de Estado y probablemente el político más vigilante del hemisferio en materia de seguridad regional, la cercanía entre México y La Habana es un agravio que no será archivado con cortesía. Es un reto. Y en la lógica del trumpismo, los retos no se ignoran: se responden.

El doble discurso mexicano —patriotismo hacia el norte, servilismo hacia el sur— está llegando a su límite. Trump es más que el candidato incómodo o el presidente impredecible. Es el jefe de Estado con el mayor aparato militar, diplomático y tecnológico del planeta, comprometido esta vez, no con el libre comercio ni con el muro, sino con la erradicación de una epidemia que mata a decenas de miles de estadounidenses al año. Y esta vez no parece estar dispuesto a la paciencia.

En este contexto, la negativa de Sheinbaum puede pasar a la historia no como un acto de dignidad nacional, sino como un error de cálculo. Porque si Trump cumple —y está cumpliendo—, y si Rubio empuja —y está empujando—, la inacción mexicana frente al tráfico de drogas puede interpretarse como complicidad. Y la complicidad, en tiempos de emergencia nacional, suele tener consecuencias.

¿Soberanía selectiva, riesgo innecesario? El reloj corre. Y las tropas no están lejos...