Progresa el consenso sobre el hecho de que los mexicanos atravesamos por un complejísimo proceso de fin del prolongado, profundo y multivalente régimen priista, tanto el de su época clásica (1946-1988) como el de la versión prianista-perredista posclásica (1988-2018).
Fue una doble época en varios sentidos positiva y en muchos negativa para el país.
En síntesis, primero, con el “milagro mexicano” basado en economía, política y sociedad protegida se transportó de la periferia agraria a la semiperiferia industrial, y de allí, segundo, a la apertura, la desprotección, los servicios, el pluralismo y la competencia en todos los ámbitos posibles, a la interacción intensa con centros y nuevas periferias, hasta que una multiplicada mayoría popular no pudo y no quiso seguir con el ensayo neoliberal y ha ordenado en 2018 y reiterado en 2024, reorientar el rumbo.
Ahora bien, en la doble hélice del motor económico y político: la economía abierta y globalizada, de un lado, y la transición democrática pluralista, del otro, la sociedad y las instituciones fueron remodeladas o creadas entre 1988 y 2018 para retrasar el fin del régimen y sustituirlo por otro más funcional a las condiciones del contexto general.
Pero desde 2012, AMLO, Morena y una fuerza sociopolítica variopinta se radicalizaron hacia la izquierda y lo impidieron. En su lugar, demandaron regenerar a México, en particular mediante políticas antineoliberales y el rescate de las tradiciones sociales, populares y comunitarias, entre ellas la honestidad, el humanismo y el no rotundo a la corrupción y la impunidad.
Un sexenio del gobierno de AMLO y un año de Claudia Sheinbaum equivalen en tiempo calendario apenas a un sexto de las cuatro décadas del milagro mexicano y la época clásica del PRI, o bien, un sexto de los 40 años del periodo posclásico neoliberal y la transición democrática, en el que prevalecieron las tendencias decadentes.
Nada asegura que, ante el derrumbe en cámara lenta del régimen posrevolucionario clásico y posclásico, seamos capaces de refundar otro sistema tan durable como sustentado, además, en valores culturales que terminen por extirpar los tumores malignos prohijados en el pasado y, en el mejor de los casos, preservar y fortalecer sus tejidos sanos.
El primer año de gobierno de la primera mujer presidenta de México, la doctora Claudia Sheinbaum, es propicio no solo para la rendición de cuentas y comunicación de números apreciables, sino para la reflexión a que estamos obligados todas y todos sobre el presente y el futuro previsible por el que venimos luchando.
Ante la caída final del singular, exitoso y, luego inútil y pernicioso régimen posrevolucionario, la levantada de un nuevo orden que abreve de las raíces y frondas más nutritivas y frescas del árbol de la vida pública, de nuestras historias y culturas milenarias y sus replantaciones cíclicas, dibuja el itinerario para el siguiente milagro a realizar.