¿Siente miedo Claudia Sheinbaum? Seguramente sí, como todas las personas. O casi todas: hay en los registros de la medicina 400 casos de hombres y mujeres que sufren la enfermedad de Urbach-Wiethe o proteinosis lipoidea, raro trastorno causado por mutaciones en el gen ECM1 que se asocia con daños neuronales que pueden llevar a una incapacidad para sentir miedo, inclusive en situaciones altamente peligrosas.
La ausencia de miedo es solo uno de los síntomas de la enfermedad de Urbach-Wiethe. Otros son la ronquera desde la infancia y lesiones en la piel. Claramente ninguna de tales manifestaciones tiene que ver con la presidenta de México.
No sentir miedo es una enfermedad. La valentía, entonces, no es la incapacidad para experimentar temores, sino la superación de los mismos.
Quien gobierna un país tan complejo como el nuestro enfrenta grandes riesgos si sale a la calle sin que le rodee un aparato de seguridad. El riesgo disminuye, pero no se elimina del todo, si se asiste a lugares públicos en compañía de un grupo altamente calificado de escoltas.
Este martes Claudia Sheinbaum salió de Palacio Nacional caminando, con poca seguridad. No fue un evento tan extraordinario: en sus giras por la nación se acerca a la gente sin que lo impidan sus guardias, que son realmente pocos en comparación con los equipos de seguridad de otros presidentes, y a quienes, sin duda, se les ha ordenado cumplir con el undécimo mandamiento, el de no estorbar.
Su salida a las calles aledañas a Palacio Nacional, este 4 de noviembre, tuvo un significado especial: mandar un mensaje de coherencia. Hacía falta luego de los hechos trágicos de Michoacán, en los que perdió la vida el alcalde Carlos Manzo.
Coherencia en efecto: si los delitos graves están disminuyendo, la presidenta tenía que demostrar que nuestras calles son razonablemente seguras. Por ahí se presentó un incidente que fue destacado por el amarillismo mediático. Pero, la verdad sea dicha, no pasó de ser una anécdota.
Nos está invitando la presidenta de México a vencer el miedo que nos ha invadido por causa de tantos años de la fallida guerra contra el narco de Felipe Calderón.
La pacificación total llegará si a Claudia Sheinbaum le alcanza el tiempo para terminar el buen trabajo que está haciendo o si, el próximo sexenio, quien llegue a la presidencia no abandona el proyecto de seguridad que ella ha diseñado y están ejecutando el secretario de Defensa, Ricardo Trevilla Trejo; el de Marina, Raymundo Pedro Morales Ángeles; el de Seguridad, Omar García Harfuch; la titular de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez; el comandante de la Guardia Nacional, Hernán Cortés Hernández, y el fiscal general, Alejandro Gertz Manero.
Claudia y quienes con ella participan en el gabinete de seguridad seguramente sienten miedo. No el de pasear en los lugares públicos de México —caminar por las avenidas de nuestras ciudades o ir al cine o a un restaurante con la familia—. El temor que deben sentir, porque no están enfermos de proteinosis lipoidea, es el de seguir enfrentando a las mafias, ya en retirada y por lo tanto mucho más peligrosas: la inevitabilidad de la derrota suele convertir en suicidas a quienes han cometido delitos gravísimos.
Pero, como en el aria Je dis que rien ne m’épouvantes, de la ópera Carmen, la presidenta y su equipo van a la batalla con el natural temor de enfrentar gigantescos peligros, pero con la decisión de no retroceder.
De las pocas arias que conozco, esa, de Bizet, está entre las que más me gustan: “Digo que nada me asusta... Pero, por más que finja ser valiente, ¡en el fondo del corazón me muero de miedo!”. La canta una mujer aterrorizada, pero que venció el pánico generado por haber entrado a las peligrosas montañas que rodean a Sevilla. ¿Cómo pudo ganarle al miedo? Empujada por una obligación ética: llevar a cierto solado el mensaje de su madre moribunda.
El actual gabinete de seguridad, con la presidenta al frente, supera el miedo por un imperativo ético: ya eliminar, para siempre, las terribles consecuencias de la absurda guerra contra el narco que el panismo en el poder emprendió para intentar que se olvidara el fraude electoral de 2006. Guerra estúpida porque se emprendió sin estrategia racional y, todavía peor, porque a las fuerzas de seguridad las dirigió un colaborador del cártel de Sinaloa, Genaro García Luna.
Aquí el aria Je dis que rien ne m’épouvantes, de la ópera Carmen:


