El problema real que tengo con el expresidente Felipe Calderón no es que le guste mucho o poco el alcohol. Tampoco que sea un egresado poco ejemplar de mi misma escuela. Menos que tenga gustos y aficiones de rico. El problema que tengo con él -y que debería ser el que tenga cualquier mexicano- es que utilizó una cantidad de dinero que pocos presidentes han tenido disponible solamente para comprar armas, porque creyó que el problema de las drogas era de supresión de la oferta, y porque desconoció la diferencia que existe entre una entidad violenta de naturaleza política (como un ejército convencional) y una entidad económica de naturaleza económica (como un cártel del crimen organizado). Esto llevó a una larga serie de enfrentamientos armados y mexicanos muertos sin que el negocio de las drogas haya sufrido mayor cosa. Al contrario, ahora se ve más fuerte que nunca porque las consecuencias del calderonato fueron dos, básicamente: el aumento de los precios de los estupefacientes y el aumento del número de consumidores en nuestro país, lo que significa una mayor ganancia al tiempo de una reducción de costos, pues hay que hacer menos tráfico internacional para ganar más dinero.

Durante su sexenio, la economía no tuvo grandes golpes porque el precio internacional del petróleo era de más de cien dólares por barril, mientras que este sexenio ha estado entre cuarenta y cincuenta dólares, además del terrible momento en 2020 en que prácticamente no valía nada. Y él gastó ese superávit en pistolas y balas que se usaron en una guerra civil de mexicanos contra mexicanos, que sigue activa, contabilizando ya cientos de miles de muertos, sea por la violencia desatada o porque cada vez más mexicanos pagan más por consumir drogas más malas (hay que ver la epidemia de consumo de fentanilo en las ciudades fronterizas del norte), y el muy cretino cree que eso que hizo lo hizo muy bien.

El descaro de salir a felicitar a las Fuerzas Armadas por los sucesos ocurridos en Culiacán el día de ayer -otra consecuencia más de su malévolo proceder-, además sin mencionar al presidente Andrés Manuel (que no es santo de mi devoción), habla no solamente de que es un hombre de corta estatura física, sino de una más pequeña estatura moral.

La conducta de Calderón no solamente es algo reprobable. Es algo profundamente despreciable.