Henry Kissinger, secretario de Estado durante varias administraciones de los Estados Unidos en 1973, Barack Obama en el 2009 (Premio Nobel de la Paz), luego en el renglón de literatura, en el 2016 a Bob Dylan, un músico brillante y ya legendario de origen estadounidense, vino a confundir y poner el desorden en dicho rubro, ya que por más sublimes que sean sus letras, entonces no debería ser el último compositor en tener la oportunidad de acceder a él, como desgraciadamente sucederá; será el primero y el último. De esos casos relativamente recientes, la academia sueca había otorgado otro de literatura a un escritor francés acusado de delitos sexuales, esto último en 1943.

Pero veamos, el caso que día con día sume a la academia sueca y los Premios Nobel en el descrédito es el despropósito de habérselo otorgado al hoy expresidente Barack Obama, cuando –no sobra recordar–, ni siquiera asumía su primer periodo en la Casa Blanca. Obama resultó un líder global nada digno de ese galardón; las guerras y el horror, en buena medida auspiciados por su gobierno, nos lo dejan en claro, aunque, si bien, ya se le había hecho merecedor antes también al carnicero internacional Kissinger...

No entraremos en el debate de quién(es) no se han hecho acreedores a tal distinción, pero en lo que se refiere al rubro de la paz, lo de Obama es una bofetada al mundo. Su colega Donald Trump ha demostrado con creces más merecimientos para hacerse acreedor a él, esto no ha sucedido, a pesar de ser un presidente de los Estados Unidos de abierta vocación pacifista, más cercano al sistema chino, de privilegiar al comercio por sobre la muerte anual, vía conflictos armados, invasiones incluidas, de miles de seres humanos inocentes a lo largo y ancho del globo. Donald Trump, en plena campaña por su segundo mandato, fue víctima de un atentado, de esos poco probables que sucedan en las narices del Servicio Secreto, muy parecido al que logró ultimar a J. F. Kennedy en 1963, el cual –se especula–, tuvo su motivación en una reacción de toda la industria de la guerra, uno de los pilares de la economía gringa históricamente, dado su talante también pacifista y de privilegio al diálogo y el entendimiento entre las naciones.

En fin, que nunca en los Premios Nobel han estado todos los que son ni han sido todos los que están, con especial énfasis en este texto en el Nobel de la Paz, sin dejar de lado la falta de respeto a un sinnúmero de escritores más que brillantes que fueron testigos de cómo les arrebataba el premio un desaliñado cantante de los años sesenta, quien, por cierto, ni siquiera se tomó la molestia de asistir a la ceremonia, como tampoco de renunciar al multicitado galardón –todavía hasta hoy de inmenso prestigio–, a nivel mundial.