En la historia reciente de América Latina, pocos procesos políticos han sido tan largos, influyentes y cargados de simbolismo como los casi veinte años de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia. La dupla Evo MoralesLuis Arce había logrado, entre luces y sombras, configurar un proyecto de continuidad que parecía inquebrantable. Sin embargo, los resultados de la primera vuelta electoral de este 2025 han roto los pronósticos: la izquierda se ha derrumbado, el oficialismo ha quedado fuera del poder y el país se encamina a una segunda vuelta inédita en el que dos conservadores, el senador Rodrigo Paz Pereira y el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga, se disputarán la primera magistratura el próximo 19 de octubre.

No se trata solo de un cambio de nombres, sino de un auténtico viraje de época, un punto de inflexión que obliga a repensar las coordenadas políticas, sociales y económicas de Bolivia y, en general, de la región.

Resulta difícil exagerar lo que significó para Bolivia el ascenso de Evo Morales en 2006. El primer presidente indígena del país encarnó la esperanza de los sectores históricamente marginados: campesinos, comunidades originarias y trabajadores de las minas y del campo que, por generaciones, habían sido invisibilizados por las élites. Morales y su proyecto de “revolución democrática y cultural” rompieron con las estructuras tradicionales, impulsaron una nueva Constitución, dieron centralidad al Estado en la economía, y se valieron de la bonanza del gas y los minerales para sostener programas sociales que, durante un tiempo, redujeron la pobreza y fortalecieron la identidad nacional.

Pero el ciclo de bonanza terminó, y con él, también la narrativa de un cambio perpetuo. A los cuestionamientos por autoritarismo, corrupción y abuso de poder, se sumó el desgaste natural de un partido que, después de casi dos décadas en el poder, confundió continuidad con derecho adquirido. Luis Arce, que llegó como heredero del proyecto, nunca pudo consolidar un liderazgo propio ni recuperar el carisma de Evo. El MAS se fracturó internamente entre evistas y arcistas, y el electorado, cansado de las pugnas y la inercia, decidió cerrar el ciclo.

La derrota de la izquierda en primera vuelta es, en ese sentido, un hecho histórico: no solo porque expulsa al MAS del poder, sino porque marca el final de un modelo político que había dominado con puño de hierro el panorama nacional.

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El escenario que se abre es igualmente inédito: Bolivia elegirá presidente entre dos opositores al MAS, ambos ubicados en el espectro conservador, pero con matices y trayectorias diferentes.

Por un lado está Rodrigo Paz Pereira, senador y heredero político de Jaime Paz Zamora, expresidente y figura histórica de la socialdemocracia boliviana. Rodrigo Paz, aunque se presenta como conservador moderado, busca capitalizar el voto joven, urbano y cansado de los viejos liderazgos. Su discurso gira en torno a la modernización del Estado, el respeto a las libertades individuales y una apertura económica ordenada, con énfasis en la inversión privada y el fortalecimiento institucional.

En la otra esquina aparece Jorge TutoQuirogacl, viejo conocido de la política boliviana y expresidente. Quiroga representa la experiencia, el recuerdo de un político formado en los años de la transición democrática, con vínculos internacionales y una visión más ortodoxa en materia económica. Su apuesta es ara: seguridad jurídica, libre mercado y restablecimiento de relaciones plenas con Estados Unidos y las grandes potencias.

La segunda vuelta del 19 de octubre, por tanto, no será entre izquierda y derecha, sino entre dos derechas con acentos distintos: una más fresca y de recambio generacional, otra más experimentada y anclada en la tradición.

Explicar este viraje requiere analizar varios factores:

Cansancio social y hartazgo político. Veinte años de hegemonía desgastan incluso a los proyectos más sólidos. La población percibió que el MAS se había convertido en un aparato burocrático sin frescura ni autocrítica, más preocupado en perpetuarse que en resolver problemas.

Crisis económica. El fin del superciclo de materias primas dejó al descubierto la dependencia boliviana del gas y los minerales. El crecimiento se estancó, aumentó la deuda, y las políticas sociales dejaron de ser sostenibles. La narrativa del progreso ya no convenció.

Fracturas internas. El pleito entre Evo Morales y Luis Arce no solo debilitó al MAS, sino que mostró la incapacidad del partido para renovarse. Las facciones internas desgarraron al oficialismo justo en el momento en que más necesitaba unidad.

Cambio generacional. Una nueva camada de votantes, nacidos ya bajo el ciclo del MAS, no siente el mismo vínculo emocional con la “revolución democrática y cultural”. Para ellos, Evo y Arce representan pasado, no futuro.

Influencia regional. El debilitamiento de los gobiernos de izquierda en la región, sumado a la consolidación de liderazgos conservadores en países como Argentina, Paraguay y Ecuador, contribuyó al reacomodo boliviano.

Sea quien sea el vencedor de la segunda vuelta, Bolivia enfrenta desafíos mayúsculos:

Reconstrucción institucional. El MAS debilitó contrapesos, instrumentalizó la justicia y erosionó la confianza en las instituciones. Recuperar la independencia judicial y la fortaleza del Estado de derecho será tarea prioritaria.

Reactivación económica. Bolivia necesita diversificar su economía, atraer inversión y modernizar su aparato productivo. El gas, que fue motor de la bonanza, ya no alcanza para sostener el país.

Unidad social. El nuevo gobierno deberá tender puentes con las comunidades indígenas y campesinas, que si bien se alejaron del MAS, siguen demandando inclusión y respeto. La polarización no puede transformarse en exclusión.

Geopolítica y relaciones exteriores. Tras años de un enfoque más cercano a Rusia, China y aliados del eje progresista, Bolivia podría reorientar su política hacia Occidente. Eso puede abrir oportunidades, pero también generar tensiones internas.

Lo que ocurre en Bolivia debe leerse en clave latinoamericana. Estamos ante la confirmación de que los ciclos políticos en la región no son eternos. Así como la “marea rosa” de gobiernos de izquierda arrasó a principios de siglo, ahora observamos un corrimiento hacia la derecha, aunque con matices nacionales.

La caída del MAS no significa el fin de la izquierda en Bolivia, pero sí la necesidad de una profunda reconfiguración. Las sociedades cambian, los liderazgos se desgastan, y los electorados buscan alternativas cuando las promesas dejan de cumplirse.

Lo interesante es que, a diferencia de otros países donde la alternancia se da entre bloques claramente diferenciados, Bolivia vivirá un experimento peculiar: la competencia entre dos figuras conservadoras. Ello puede implicar estabilidad si logran consensos, pero también el riesgo de una rápida decepción si no se traducen en soluciones concretas a los problemas de la gente.

Bolivia se asoma a una nueva etapa de su historia política. El balotaje entre Rodrigo Paz y Tuto Quiroga no es solo un trámite electoral: es la confirmación de que el país decidió cerrar un ciclo y abrir otro, con todas las incertidumbres que ello conlleva.

El desafío será enorme: transformar el hartazgo en confianza, el desencanto en esperanza, y demostrar que la democracia boliviana es capaz de renovarse sin caer en los extremos. El 19 de octubre no solo se elige presidente: se elige también si Bolivia será capaz de construir un nuevo pacto social, más incluyente, más plural y más sintonizado con los retos del siglo XXI.

Porque más allá de nombres y partidos, lo que está en juego es el alma de una nación que, tras veinte años de hegemonía, busca reescribir su destino.

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