La reciente mañanera de la presidenta Claudia Sheinbaum dejó en claro una verdad incómoda: en el discurso de la llamada Cuarta Transformación existen figuras intocables y, Manuel Bartlett Díaz, es quizá el más evidente de todos. La periodista Reyna Haydée Ramírez tuvo la valentía de poner el dedo en la llaga, cuestionando lo que gran parte de la sociedad lleva años preguntándose: ¿ya fue absuelto Bartlett de su turbio pasado solo por abrazar la causa del obradorismo?

La pregunta no es menor. Bartlett carga con un historial manchado por acusaciones de fraude electoral y decisiones controvertidas que marcaron a generaciones enteras. No obstante, la presidenta evadió dar una respuesta directa, prefirió el rodeo discursivo y se limitó a enaltecer su papel en la defensa de la soberanía energética. Una respuesta insuficiente y, en cierto modo, una burla al pueblo que esperaba claridad.

Sheinbaum perdió una oportunidad invaluable para marcar la diferencia con su antecesor. En vez de abrir la puerta a un ejercicio de transparencia y memoria histórica, optó por el silencio maquillado, lo cual refuerza la percepción de que la 4T solo protege a quienes convienen políticamente, sin importar su pasado. La evasión es, en política, otra forma de complicidad.

El contraste con la periodista Reyna Haydée Ramírez es brutal. Mientras el poder se escuda en frases prefabricadas, ella lanzó preguntas sin adornos, con la crudeza que la ciudadanía agradece. No es casual que las redes sociales hayan celebrado su intervención: hoy la prensa crítica es escasa y los cuestionamientos directos se castigan con vetos o estigmatización.

El fondo del asunto no es solo Bartlett, sino lo que representa. ¿Puede un movimiento que se autodenomina transformador mantener en sus filas a personajes asociados con prácticas del viejo régimen? ¿Acaso el compromiso con la historia se negocia según el color del partido? Si la respuesta es sí, entonces la 4T corre el riesgo de convertirse en aquello que prometió combatir.

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Es cierto que Bartlett ha tenido un papel activo en la política energética reciente, pero reducir su figura únicamente a “defensor de Pemex” es un acto de omisión. No se puede hablar de soberanía nacional sin antes aclarar las cuentas pendientes con la democracia. El perdón automático erosiona la credibilidad del proyecto y perpetúa la impunidad.

Al final, lo ocurrido en esa mañanera revela un doble rostro del poder: por un lado, el discurso de honestidad y cambio; por otro, la protección a quienes arrastran un pasado incómodo. Reyna Haydée Ramírez cumplió con su deber de periodista: cuestionar. La presidenta, en cambio, falló en su deber con la verdad. Y es esa falta de respuestas claras es lo que, tarde o temprano, le pasará factura al proyecto que hoy gobierna a México.

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