Salinas Pliego: no es cobro doble, sino impago doble

El asunto es muy sencillo. El empresario Ricardo Salinas Pliego lleva bastante tiempo argumentando que el gobierno le quiere cobrar otra vez obligaciones fiscales con las que, según él, ya cumplió. Reconozco que tiene cierta eficacia tal sofisma no solo si lo dirige a gente sin preparación técnica para entender las leyes fiscales, sino también —y muy especialmente— para convencer a jueces de esos que, por una módica propina, se dejan convencer.

En realidad, en el caso Salinas Pliego no hay doble cobro sino doble impago. Sus empresas, aprovechando el régimen de consolidación fiscal, en 2009 compraron pérdidas. Con estas pretendía pagar menos impuestos. Lo habría logrado, pero… las autoridades tributarias descubrieron la trampa e informaron a los directivos de Grupo Salinas que eso no se valía.

Tales pérdidas no eran reales: las había adquirido con el único fin de reducir la cantidad de impuestos a pagar. El truco era obvio. Pero, en vez de hacer lo correcto, Salinas Pliego, sus directivos y sus fiscalistas no acataron la orden del gobierno y promovieron distintos juicios.

En 2013 se acabó el régimen de la consolidación fiscal, por lo que los grandes contribuyentes quedaron en la obligación de revertir todo lo que hubiesen hecho en sus empresas relacionado con ese esquema. Salinas Pliego, por lo tanto, tuvo que haber dado marcha atrás a las pérdidas que compró y en forma indebida utilizó. No lo hizo así: esgrimió que le habían dicho que tales pérdidas no eran procedentes. Aquí está el mendaz argumento seguramente desarrollado por los muy creativos abogados y fiscalistas que asesoran al dueño de Elektra y TV Azteca.

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En resumidas cuentas, ni acató la orden de que no las considerara pérdidas ni las revirtió cuando la consolidación fiscal llegó a su fin. Doble incumplimiento, pues.

Por lo demás, él ha pedido en un evento en el que ofendió a la presidenta Claudia Sheinbaum y al expresidente López Obrador que el SAT le diga cuánto debe. Aquí hay otro engaño, porque como todo el mundo sabe, el gobierno ya le dio a conocer el monto de lo que considera que él debe y se está litigando en tribunales: 48 mil millones de pesos ya en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y casi 30 mil millones en otros tribunales.

Para que se le hagan descuentos, desde luego permitidos por la ley, que podría haberlos, lo que la legislación exige es que él se desista de sus juicios y los créditos fiscales queden firmes, o bien que el poder judicial sentencie en forma definitiva cuánto es lo que debe pagar y a partir de ahí analizar si procede que se le quiten algunas multas.

Eso me dicen especialistas en derecho fiscal. Cualquier otra cosa es puro cuento del señor Salinas.

Canciones de la ballena jorobada

(He hablado antes aquí acerca de que me llegan, de vez en cuando, textos de parte de Recitativo, el boletín de la música clásica, en el que “ya estamos suscritos 744 melómanos”. Francamente me sorprende ser uno de los suscriptores ya que, desde luego, no puedo considerarme melómano —mi afición musical es muy básica—, y por lo demás, no recuerdo haber solicitado que se me diera de alta. Pero eso es irrelevante: agradezco y aprecio lo que se me envía. Reproduciré enseguida, como antídoto contra los sofismas fiscales de Salinas Pliego, un bello escrito titulado “Y dios creó las grandes ballenas”, en el que se demuestra que el mayor de todos los animales conocidos no solo canta, sino que inclusive ha llegado a ser más popular que la mismísima Taylor Swift).

A mediados de los años sesenta, el biólogo estadounidense Roger Payne escuchó por primera vez el canto de las ballenas jorobadas. En una época en que no había restricciones para su caza, el investigador se propuso hacer llegar su sonido al mayor número de personas. Solo así, pensaba, conseguiría concienciar a la sociedad para detener las matanzas.

Ya existían grabaciones realizadas del canto de las ballenas, pero no habían trascendido del ámbito científico. Con la ayuda de un hidrófono, cuya misión en el agua es la misma que la de un micrófono en el aire, realizó cientos de horas de grabaciones de las ballenas.

Cuando las analizaba en su estudio se dio cuenta de que nada era casual en aquellos sonidos. Había melodías de unos 6 minutos y otras más largas de casi media hora. Todos los machos de una misma zona cantaban el mismo canto, y de un año a otra había ligeras variaciones. Su estructura también mostraba ciertas analogías a la rima que las ballenas utilizaban como recurso mnemotécnico para recordar las melodías.

En 1970, Payne decidió editar una selección de sus grabaciones en un LP que tituló Canciones de la ballena jorobada, que serviría para financiar su fundación de defensa de los cetáceos. Con unos pocos cientos de unidades vendidas la campaña habría sido un éxito. Pero inesperadamente se convirtió en todo un acontecimiento mundial y se llegaron a vender 125 mil ejemplares en todo el mundo, cifra aún no superada por ningún álbum ambiental. Unos años más tarde, la revista National Geographic lo incluyó entre sus páginas en una edición especial en flexidisc (un vinilo ultrafino y flexible), cuya tirada fue de 10 millones de ejemplares. En comparativa, un lanzamiento de Taylor Swift puede rondar los 5 millones de copias.

Ese mismo año, el compositor Alan Hovhaness estrenó con la Orquesta Filarmónica de Nueva York su Opus 229, titulado Y Dios creó las grandes ballenas, un poema sinfónico en defensa de estos animales que incluyó los sonidos grabados por Payne en su álbum superventas. Esta obra de Hovhaness antecede en dos años al famoso Cantus Arcticus de Einojuhani Rautavaara, que incluyó en su partitura registros fonográficos de cantos de pájaros. Respighi, en 1924, fue el primero en introducir sonidos grabados de animales, en concreto el canto de un ruiseñor, en sus Pinos de Roma.

En 1977, la NASA envió al espacio la sonda Voyager con un disco de oro que recogía diferentes grabaciones de músicas del mundo, saludos en medio centenar de idiomas, y también el canto de las ballenas jorobadas del disco de Payne.

Y Fantasía 2000, la película de Disney que continuaba la célebre Fantasía original de 1940, se cerraba con una historia onírica en la que unas ballenas jorobadas emergían del océano para ascender hasta el espacio. La música que acompañaba la escena eran los Pinos de Roma de Respighi.

Posdata: Recomiendo poema “¿Sabes qué?, pinche Taibo tienes razón”, de Nadja Milena Muñoz: “Las mujeres escribimos cosas horribles malas y asquerosas y es que nosotras no las imaginamos... Nosotras las vivimos, las resentimos, LAS SOBREVIVIMOS”. Se puede leer completo aquí.