“Rodarán cabezas
(Heads will roll)
Rodarán cabezas
(Heads will roll)
Rodarán cabezas
(Heads will roll)
Sobre el piso
(On the floor)
Espejo
(Looking glass)
Toma el pasado
(Take the past)
Cierra los ojos
(Shut your eyes)
Date cuenta
(Realize)”
YEAH YEAH YEAH
“Estuve viendo lo que pasó en Ciudad de México el fin de semana. Hay algunos problemas muy graves allí.”
DONALD TRUMP
Clara Brugada insiste en que no hubo represión. Que no hubo toletes. Que no hubo gas lacrimógeno. Que los policías solo usaron “equipo de protección personal”. Lo repite como si la realidad dependiera de lo que decrete su voz. Pero las imágenes muestran policías lanzando nubes blancas, gente corriendo, reporteros tirados en el suelo, jóvenes —y no tan jóvenes— siendo golpeados sin necesidad por las autoridades. Y el gas, ese gas que Brugada dice que no existió, irritó ojos, piel, gargantas y la credibilidad completa de su gobierno.
Datos duros: 18 investigaciones abiertas contra policías, 7 agentes a punto de ser suspendidos, 19 detenidos, 3 investigados por tentativa de homicidio, 8 por lesiones, 2 por robo. Una respuesta judicial inédita. En otras marchas con destrozos visibles —8M, CNTE, anarquistas— nunca detienen a nadie. Pero ahora sí: jóvenes, estudiantes. ¿Contra quienes no representan un costo político para Morena?
La jefa de Gobierno parece vivir en un universo donde si niega algo, deja de existir. Pero no se puede negar que la represión ocurrió en el corazón político del país, frente a cámaras nacionales e internacionales, y en el peor momento para el gobierno federal. Porque esto no solo afectó a Brugada. Golpeó directamente a Claudia Sheinbaum, quien carga con el costo simbólico de que la ciudad que gobernó seis años hoy sea usada como ejemplo de represión juvenil. Igual que con aquello de la Línea 1 del Metro, esto es un lujito que la primer mandataria no puede darse.
Lo dice bien Trump, espero Sheinbaum tome nota: aquí hay un problema concreto por parte de Brugada y su equipo de trabajo. Pues mientras en Guadalajara, Puebla, Monterrey y Mérida —todas ciudades morenistas— las marchas transcurrieron sin incidentes, sin gas, sin encapsulamientos, sin policías golpeando sin ton ni son, la CDMX se convirtió en la excepción vergonzosa. Fue el único escenario donde la autoridad decidió que la GenZ debía aprender “a palos” el significado de orden público. La única capital donde se trató a manifestantes pacíficos como si fueran enemigos del Estado. La única donde la represión propiamente dicha se volvió trending topic global.
Pero el contexto duele más: México cerrará este año con más de 93 mil personas desaparecidas, un promedio de 80 asesinatos diarios, y carreteras tomadas todos los días. Con ese país ardiendo, ¿a quién se le ocurre reprimir una marcha de jóvenes? ¿En qué cabeza cabe que un gobierno asediado por homicidios, bloqueos y extorsiones decida usar a la policía… contra universitarios?
Brugada ya encontró un culpable: Salinas Pliego. Como si él hubiera ordenado lanzar gas. Como si el país no estuviera harto de que Morena viva en un universo de villanos imaginarios y errores ajenos. Una evasión tan grotesca que solo puede interpretarse como miedo. Y no miedo a los jóvenes: miedo a que Claudia la agarre en contra de ella (más).
Porque aquí está el fondo: esta crisis no la creó la oposición. La creó la fractura interna que todos niegan y todos ven. Más cuando se trata de Clara y alguno que otro obradorista de peso que detesta a la presidenta de la nación. La creó la decisión de López Obrador de ignorar la encuesta interna —que ganó ampliamente García Harfuch— para imponer a Brugada. La creó el resentimiento acumulado entre la presidenta y la jefa de Gobierno capitalina. La creó la torpeza política de alguien que nunca debió estar a cargo de la ciudad más compleja del país.
El problema no es la marcha: el problema es que la actuación de Brugada sabotea directamente al gobierno federal. Arrastra a Sheinbaum, la exhibe, la debilita. La deja como una presidenta incapaz de controlar a su propia aliada. La deja como rehén de una jefa de la capital que parece empeñada en dinamitar el tablero.
En Palacio Nacional ya lo vieron. En la cúpula de Morena también. Y de paso los jóvenes (y los no tan jóvenes) ya olieron sangre. Y en el gabinete, varios lo dicen sin decirlo: la capital se convirtió en un lastre. Un fuerte riesgo electoral. Un costo que se sumará a las crisis simultáneas del país: seguridad, economía, T-MEC, gobernabilidad.
Por eso, sí: alguna cabeza va a rodar. Quizá empiece con policías rasos. Quizá sigan mandos medios. Quizá le toque a Pablo Vázquez, secretario de Seguridad de la CDMX, el fusible natural. Pero si el enojo no baja —y no va a bajar— la cabeza que rodará será la de Brugada y la de Martí Batres. No hay gobierno federal que permita cargar ese muerto político.
Y mientras tanto, en el trasfondo, López Obrador vuelve a asomar la cabeza. No soporta el silencio. No tolera no ser el protagonista. Primero se alía a dichos morenistas de la capital. Luego se inventa una gira nacional bajo el pretexto de presentar su libro. Pero no es un libro: es un pase de lista. Es un recordatorio de que él manda.
Es la sombra que se niega a abandonar la silla presidencial. ¿Volverá a Badiraguato? ¿Recorrerá estados clave? ¿Insinuará que la revocación puede ser una salida? ¿Coqueteará con volver? ¿Suena exagerado? No con él.
La capital reprime. La presidenta intenta contener. Morena se fractura.
Y en el centro del incendio, una sola certeza: en política, cuando las crisis se vuelven ingobernables, no basta con negar. No basta con inventar culpables. No basta con decir “no hubo gas”. Siempre hay una cabeza que paga.
Y esta vez, nada indica que vaya a ser la correcta… pero alguna, pronto, tendrá que rodar.


