El columnista principal de Milenio cuenta hoy la anécdota de un general secretario, hombre muy cercano y con mucho acceso al presidente Lázaro Cárdenas. La historia la escuchó Héctor Aguilar Camín “de los labios de Francisco Martínez de la Vega, hace muchos años”.

En síntesis, el general secretario “hacía muinas de más con la lectura de un periódico de la época”. Pidió consejo a su jefe. El presidente Cárdenas le preguntó: “—¿Y de veras le molestan mucho esas noticias?”. Respondió el afectado: “Mucho, mi general. ¿Qué me aconseja?”.

Lázaro Cárdenas, sapiente, dio el mejor consejo aplicable en estos casos: “Pues si le molestan tanto esas noticias, general, lo que le aconsejo es que no las lea”.

Aguilar Camín compartió la anécdota enchiladísimo porque Claudia Sheinbaum critica a la prensa. Otro que se enojó bastante por lo que ayer dijo la presidenta sobre algunos medios de comunicación fue Raymundo Riva Palacio en El Financiero.

Ambos columnistas —hay más, desde luego, en la prensa mexicana— vivían durante los gobiernos del PRI y del PAN en el paraíso de ser, al mismo tiempo, temidos y amados por los presidentes, que los apapachaban para agradarlos, a ellos y a las empresas periodísticas en las que participaban. Hay evidencia del apapacho que Aguilar Camín recibía de Carlos Salinas cuando este tenía, como presidente, el control absoluto de una partida secreta para esa clase de cariños.

Las columnas más leídas de hoy

Eso se acabó desde 2018. Aguilar Camín, Riva Palacio y muchos otros tuvieron paciencia, pensaron que solo seis años, los de AMLO, andarían perdidos en el laberinto de la falta de elogios —y de apapacho para tenerles contentos—. Hoy están decepcionados. Ya avanzó suficiente el sexenio de la presidenta Sheinbaum, y la prensa sigue en las mismas: atrapada en la nueva realidad, que no entiende.

La presidenta no se enoja al leerles, si es que les lee —supongo que a veces ella les dedica, a unos cuantos columnistas, algo de tiempo antes de su reunión de las seis de la mañana—. Creo que Claudia se divierte con los análisis normalmente absurdos de la comentocracia. Y a sus integrantes les critica no porque esté enfadada, sino con propósitos didácticos: dar ejemplos a nuevos comunicadores, que utilizan nuevos instrumentos para difundir sus mensajes, acerca de lo que, si se pretende realizar la función periodística con un mínimo de ética, no se debe hacer.

Riva Palacio, Aguilar Camín y otros como ellos tienen una salida fácil al laberinto de la falta de elogios —y de apapachos— en el que se encuentran. La misma que aconsejó a aquel general secretario el presidente Cárdenas: no vean ya las mañaneras.