2019 fue el año de la aparición de El amante polaco de Elena Poniatowska, año que culminó en nuestro ambiente artístico, cultural y literario, con tres detonadores que causaron revuelo en la opinión pública, por revelar intimidades, secretos de familia y circunstancias que tocaban en directo a personajes de nuestra historia, nuestra pintura, nuestra política y nuestra literatura. El “Zapata gay” de Cháirez, subrayando la pretendida homosexualidad o bisexualidad del héroe patrio Emiliano Zapata, y que provoca la reacción iracunda de sus descendientes al grado de armar zafarrancho en el mismísimo Palacio de Bellas Artes, concibiéndose en derecho de defender la reputación histórica de Zapata.

Una reacción similar se vería también activada, pero en los descendientes del escritor Juan José Arreola (1918-2001), ante la publicación del primer tomo de la novela de Elena Poniatowska, El amante polaco, dedicada a su hijo Emmanuel Haro Poniatowska y en donde la escritora, con una gran sutileza, denuncia el abuso sexual de que fue víctima por El Maestro –así lo llama ella- y del cual nacería Emmanuel.

El tercer detonador –aunque sin reacciones similares- se debe al libro de la hija de Carlos Fuentes, Mujer de papel, memorias inconclusas de Rita Macedo (Editorial Trilce, 2019) donde Cecilia Fuentes da concreción literaria a las memorias de su madre, la actriz Rita Macedo, hablando no sólo de la vida y las intimidades de la actriz (quien confesaría haberse dedicado a la prostitución), sino también de la relación de mecenazgo que ella sostuvo con el autor de La región más transparente hasta que ya no pudo aguantar más las infidelidades del escritor. Cecilia Fuentes, hija de ambos protagonistas no se arredró ante nada: desveló y desnudó a sus padres en un libro que tiene muchas vertientes anecdóticas y mucho sabor bitacórico, al grado de que -en un momento dado- hubiera podido esperarse que se provocaran más de tres reacciones en su contra. No sucedió así, el éxito de ventas fue lo que provocó para beneplácito de su autora.

La confesión expuesta públicamente provoca, sea en la pintura o en la literatura. Aquí nos detendremos en el asunto de El amante polaco, primer volumen, que debido al advenimiento de la pandemia del Covid-19 en nuestro país, a principios del 2020, fue –desde mi punto de vista- poco atenido por la crítica.

El #Metoo de Elena Poniatowska

La polémica siempre ha permeado el carácter público de Elena Poniatowska. Y lo mismo ha sucedido con no pocos de sus libros, lo cual viene a refrendar como bien ha expuesto Iván Restrepo, la vigencia de Elena Poniatowska como escritora y periodista. El amante polaco (Seix Barral, 2019, México, 408 pp), no tenía por qué ser la excepción. Es un libro del que la autora había hablado en numerosas ocasiones (a mí me lo empezó a contar en un viaje que hicimos juntos a la Universidad Autónoma del Edomex, en 2013 para develar un placa teatral de El pájaro azul de Maurice Maeterlinck interpretada por maestros y estudiantes de dicha institución, y me pareció, desde entonces, que era, en sí misma y narrada de viva voz por Elena, una historia fascinante).

El amante polaco es un libro donde la confesión, la memoria y la indagación histórica se dan la mano; en realidad, es una larga autoentrevista, un bellísimo documento histórico que nos explica el por qué de muchos sucesos que estaban sólo atisbados o intuidos en la vida de nuestra querida Elena.

Desde sus ancestros, hasta su tiempo mismo, en El amante polaco la escritora va tejiendo una novela apasionante, llena de candor, de humor también, de dolor, de valentía, de venas abiertas. Como Proust, va la  ‎À la recherche du temps perdu, aunque en el caso de El amante polaco, no parece haber tiempo perdido, sino plenamente recobrado, ganado para la literatura e incluso para la poesía narrativa en que abundan algunos pasajes, y para la obra misma de Elena.

Desde luego, no es aquí el espacio para integrar un ensayo profundo y extenso sobre la novela, que lo merece y lo merecerá en el tiempo, quizá como una de las novelas más importantes de la autora y de las letras mexicanas del Siglo XXI. Aquí, lo que es importante a subrayar es la valentía y el decoro con que Poniatowska asume su denuncia, ante el abuso de El Maestro, eso sí, afuera de la novela, y ante la reacción de los familiares de Arreola quienes trataron de invalidar lo escrito por Elena revelando parte de la correspondencia sostenida por ella con el Maestro.

Lo que poco se ha dicho es que en Memorias de un juglar (Jus Libreros y Editores, 1998, reed. 2010), Orso Arreola (1949-2021), hijo del escritor jalisciense, y a quien fueron dictadas dichas memorias, hace referencia al caso Poniatowska-Arreola y su hijo Mane de la siguiente manera: “En esa época mi vida se llenó de Elenas: Elena Cepeda, Elena Razo, Elena del Río y Elena Poniatowska. De 1954 a 1956 sostuve con ésta última una relación sentimental que fue muy importante en mi vida y no pudo culminar en matrimonio, ya que la familia de Elena se opuso de manera tajante a nuestra relación. Para que nos dejáramos de ver y de tratar, la mandaron a un convento a Italia. De esa relación nació un precioso niño, que ahora es todo un hombre y se llama Emmanuel. No lo he visto desde hace casi 40 años, pero sé que soy su padre biológico. Pero lo difícil de mi vida y las circunstancias que rodearon su nacimiento imposibilitaron que me acercara a Mane, como le dicen sus familiares y amigos. Por allegados he sabido que es un científico eminente, lo cual me colma de orgullo”.

Este pasaje –victoria pírrica de Arreola- resulta totalmente autosaboteador de la pretendida “verdad histórica” que los descendientes de Arreola quisieron espetar a la opinión pública en contra de Elena Poniatowska quien, con sólo un breve párrafo tira por la borda la autojustificación ciertamente pringosa del narrador: “Estoy sola. No sé qué es el amor. Lo que me ha sucedido. El catre, la amenaza; el ataque nada tienen que ver con lo que leí en los libros”, escribe Elena Poniatowska en su novela, desgarrándonos el alma.

Así pues, si la relación que según Arreola sostuvo con Elena era una relación muy “importante” en su vida que “no pudo llegar al matrimonio”, y si en verdad quería el matrimonio, ¿por qué se dejó vencer por la familia de Elena y su “tajante oposición” a su deseo de matrimonio? Pero además, ¿es que no era un hombre casado? Arreola contrajo matrimonio con Sara Sánchez catorce años antes de conocer a Elena, ¿pretendía divorciarse de ésta, con quien estuvo unido hasta que la muerte los separó? ¿Cómo desear un matrimonio con una jovencita de 22 años, que para aquellos finales de los años 50 del Siglo XX debió haber sido sin duda, como la misma Elena ha dicho, una joven ingenua ante la malicia machista de un hombre mayor que ella, sin haber luchado un ápice? Al menos, en su relato a su hijo Orso, el Maestro no lo dice. ¿Por qué confiesa Arreola no haber visto durante 40 años a su hijo así, sin ton ni son, aunque reconozca que es su padre biológico? Sin duda, el Maestro se desentendió del asunto lavándose las manos con aquello de “lo difícil de mi vida”, como dice que fue lo que lo alejó de su hijo. El caso es que, añade Elena, nunca El Maestro conoció a su hijo, ni lo mantuvo, ni se acercó realmente a él; fue criado por la familia de Elena y por su esposo, el eminente astrónomo Guillermo Haro (1913-1988), quien le dio su nombre. En 40 años “lo difícil de su vida” impidió al Maestro Arreola acercarse al hijo del que, al final de sus días, dijo sentirse “colmado de orgullo”. Bueno, algo poco creíble.

Luego, eran innecesarias las publicaciones de cartas y mensajes de Elena a El Maestro, que los herederos de Arreola hicieron públicas en “abono a la verdad”, aseveraron, pero que paradójicamente hicieron más leña del árbol caído, es decir, del autor de Bestiario. Decíamos que fuera de la novela, porque en el corpus no se le menciona con su nombre, Elena Poniatowska dio réplica a los aludidos: “Mi relación no fue una de las ‘relaciones sentimentales’ del ´padre y abuelo Arreola’, sino un suceso fundamental en mi vida que habría de cambiar no sólo mi destino, sino el de mi hijo; fue la relación de un adulto casado que sabía lo que hacía con una joven inexperta e ingenua en todos los sentidos’'. Y también: “Aunque la familia de Arreola habla de respeto, la respetuosa fui yo, la que nunca pidió nada fui yo, la que no volvió a verlo nunca fui yo, la que guardó silencio fui yo’'.

Elena, la agraviada, sí guardó silencio. La literatura no pudo guardarlo. La literatura no tiene por qué guardar ningún silencio, ni jugar a ser “políticamente correcta”. La literatura, y más la literatura de confesión, como es el caso, debe impactar con la verdad, tal vez desnuda y contundente, pero irrevocable.

La escritora española Rosa Chacel (1898-1994) habla de la confesión como género en la literatura: “La confesión puede definirse como última voluntad. […] La confesión no consiste en revivir ni en rehacer; consiste en manifestar lo que nunca se deshizo en el pasado, lo que nunca dejó de vivir por ser consustancial con la vida del que confiesa”. El amante polaco es una gran confesión; avasalladora en mucho, proustiana desde luego, vital, pero absolutamente entrañable. Muestra de la gran novelista que es Elena Poniatowska.

Nadie negará el valor como escritor, un clásico entre los clásicos de las letras mexicanas del Siglo XX, de Juan José Arreola. Nadie discutirá eso. Ni Elena Poniatowska. El Maestro será celebrado incólume en su obra literaria, no así en sus flaquezas y desbarres dignos de ese hombre que, asienta la escritora “usaba su capacidad de convencer, de ser muy seductor, para hacerle daño a la gente”. Arreola el escritor y Arreola el hombre, ¿dos caminos que se bifurcan? He ahí el dilema.

El segundo volumen de El amante polaco ha sido publicado recientemente; la vida y los recuerdos de Elena se entremezclan con la evocación de su abuelo Stanislao Poniatowski (1732-1798), el último rey de Polonia, y la propia autobiografía de Elena, trazando su perfil combativo, de luchadora social, reflejando su generosidad para ver a México siempre con los ojos bien abiertos lanzando luz. México, su patria, en la que ha escrito tantísimos libros memorables, entrañables, que definen a nuestro país de cuerpo entero.

Al cumplir 90 años, Elena Poniatowska nos sigue aleccionando con el ejemplo de su entrega a la literatura, a las buenas causas, a la lucha incansable contra la injusticia.

Queremos tanto a Elena, porque Elena Poniatowska nos ha querido a los mexicanos, a sus lectores, a sus admiradores y seguidores, entregándonos libros invaluables y obras que son amores, la amamos y la respetamos porque es una notable narradora, magnífica en la más amplia acepción de la palabra; una extraordinaria periodista, fuera de serie, una buena mujer, generosa, llena de Amor y, sobre todo, lo he dicho siempre y lo repito ahora, una de las grandes escritoras del México contemporáneo.

¡Felicidades Elena!