Moscú, 29 feb (EFE).- Vladímir Putin, el hombre fuerte de Rusia en los doce últimos años, busca sellar en las urnas su retorno formal al Kremlin ya en la primera vuelta, pese a la notoria merma de su popularidad.

De acuerdo a las últimas encuestas de los principales centros de sondeo, Putin se impondrá en la primera ronda con un porcentaje próximo al 60 %.

De acuerdo a la Fundación de la Opinión Pública (FOP), en las elecciones presidenciales del próximo 4 de marzo Putin obtendrá un 58,7 % con una participación del 61,8 % del electorado de Rusia.

También el Centro de Estudio de la Opinión Pública de Rusia (VTSIOM) reveló que el 55 % de los encuestados están dispuestos a apoyar a Putin, lo que le permitió pronosticar su victoria ya en la primera ronda con un resultado del 58,6 %.

No obstante, otras fuentes y consultas independientes no descartan que el próximo día 4 Putin no consiga superar la barrera del 50 % y sea necesaria una segunda vuelta para determinar al ganador entre los dos candidatos más votados.

Una encuesta efectuada del 10 al 19 de febrero pasados en el marco del proyecto "Opinión Abierta", que agrupa a varias organizaciones independientes, reveló que sólo un 48 % de los encuestados estarían dispuestos a depositar su voto a favor de Putin.

De este modo, la incógnita de los próximos comicios no es quién ganará, sino si Putin ganará ya en la primera ronda o tendrá que ir a una segunda.

Aunque los opositores más radicales afirman que las autoridades falsificarán los resultados para conseguir el triunfo ya el 4 de marzo, parece más probable que las próximas elecciones puedan convertirse en las más limpias de la historia de Rusia, pues por primera vez las autoridades estarán interesadas en que su triunfo sea irreprochable.

Además, a diferencia de las votaciones anteriores la oposición ha centrado todos sus esfuerzos en la lucha "por unas elecciones limpias" y la cantidad de observadores voluntarios promete superar todas las expectativas.

No obstante, el factor principal será el firme propósito de las autoridades de conseguir que la indudable victoria de Putin no pueda ser cuestionada por nadie.

Este objetivo ha marcado toda la campaña de Putin, que por primera vez en sus 13 años de carrera política se ha volcado a una auténtica campaña electoral.

Aunque igual que en ocasiones anteriores se negó a participar en los debates electorales, en esta campaña Rusia por primera vez ha visto multitudinarias movilizaciones organizadas en favor de Putin y por primera vez ha visto a Putin ejercer de político en campaña, con discursos marcadamente populistas.

Parece característico su discurso del 23 de febrero ante más de 100.000 personas congregadas en y en torno al estadio moscovita de Luzhniki.

Los llamamientos nacionalistas a un "pueblo genéticamente vencedor" de continuar "la batalla por Rusia" y a impedir cualquier "injerencia foránea", acompañados por las retóricas preguntas de si "¿Amamos nosotros a Rusia?" y "¿Permitiremos que alguien se meta en nuestros asuntos?" se compaginaron con el "tengo un sueño" de Martin Luther King.

Y por supuesto tampoco faltaron los llamamientos a acabar con la injusticia, la corrupción y la pobreza.

Sin duda alguna, el discurso nacionalista, al igual que las promesas sociales, halla terreno fértil en una población pobre y humillada.

Pero no se compaginan con los anhelos de la oligarquía y el funcionariado, que son la verdadera base de apoyo para Putin, donde una abrumadora mayoría ve en él la garantía de la "estabilidad" inmovilista.

Y también queda al margen del discurso de Putin la creciente clase media, consciente de la apremiante necesidad de reformas y cada vez más identificada con la oposición.

Miguel Bas