¡Qué espectáculo! Disfrutamos ver sentado en el banquillo de los acusados a un revolucionario; participamos de la fiesta. Algunos desean, incluso, que se trate del primero y que le sigan los dueños de Amazon, Google, y un largo etcétera.
Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, ha tenido que presentar ante el Congreso de los Estados Unidos sus razones sobre el uso y “abuso” de los datos vertidos en su red. ¡Qué fácil se vuelve juzgar a un hombrepor las decisiones de cada uno de nosotros! Peor aún, atribuirle todo lo que pasa en las redes sociales, no solo en FB. Eso no es sino un acto de hipocresía.
1ª hipocresía. ¿Quién subió los datos? Y aquello de la letra chiquita
Yo. Tú. Nosotros. Ellos. Y Ustedes.
La respuesta: uno mismo; de forma personal. Nadie nos obliga a subir nuestra información. En la plataforma que sea: Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, Snapchat, Linkedln, Tinder, etc., etc., etc., cada quien sube lo que quiere, cuando quiere, para compartir datos con una persona conocida (y, por lo mismo —no nos equivoquemos— dado que se trata de redes, con todos los perfectos desconocidos habidos y por haber). Una vez que nuestra información se encuentra en Internet, ésta se puede compartir de “n” mil maneras.
Tal vez hoy no nos guste encontrarnos una foto donde estábamos de fiesta/tomados, pero nosotros la compartimos/subimos en algún momento. O que nos recuerden que hace un año sí estábamos de viaje, cuando que fuimos nosotros quienes decidimos presumir al respecto de nuestro paradero. Esto al grado que hay un tipo “juego” de Facebook (Foursquare) cuyo propósito es compartir dónde nos encontramos y quién llegó ahí primero.
La letra “chiquita” de todas las redes sociales nos notifica que, una vez que subamos nuestra información, deja de ser nuestra y pertenece a la empresa en cuestión. Eso incluye el material compartido, así como los metadatos que van asociados al uso de las redes/aplicaciones. Sí, éstas nos encantan por su vista, su “usabilidad” y su popularidad, pero en el fondo se trata de empresas. Compañías que no nos “cobran” por estar en comunicación con todo el mundo y gozar directamente —o a través de las redes que conforman las redes de nuestros contactos— de los paisajes de las vacaciones ajenas, los chistes políticos o el cuerpazo de Drake Bell…
El verdadero cobro de esta industria es otro. Usan estadísticamente nuestra información, esa que nosotros tan “gentilmente” (y ciegamente) les donamos. Es así como después nos “venden” cosas afines y similares a lo que ya hemos visto, comprado o deseado. Se acercarán a nuestros comportamientos, a nuestros gustos, a nuestras preferencias y a nuestros gastos, usando algoritmos que dejan sin trabajo al mejor vidente. Al final terminaremos por “comprar” lo que nos ofrecen, simplemente porque nos tendrán etiquetados…
2ª hipocresía. Culpar a una persona de nuestras decisiones y ocultar el propósito de éstas
¡Qué fácil es culpar a Mark Zuckerberg del uso de nuestros datos! Y, no, no se busca disculpar al primero por permitir que Cambridge A. o quien sea haga mal uso estos. Pero eso es tanto como culpar a Henry Ford de tener un accidente en el tráfico, a los hermanos Wright de los accidentes aéreos o a Graham Bell de contar con un teléfono descompuesto. Cuando una empresa en específico tiene un error en la producción del vehículo, entonces sí, el costo/juicio recae en el productor, pero nunca sobre el inventor de quien facilitó la movilidad humana o la comunicación en cualquiera de sus formas. Ese es el error garrafal y primigenio de este juicio que ahora se ha desatado.
No hay que perder de vista que legislar y/o constreñir a las redes sociales tendrá como consecuencias ciertos límites a la movilidad de la información misma, que es el atractivo de las redes en primer lugar. Siendo honestos, ¿qué otra razón tenemos para subir nuestra información o emitir nuestros comentarios que alimentar la egoteca interna, la capacidad de influencia a nuestro alrededor, trasmitir nuestro sentir y nuestro punto de vista? Por eso es irónico que una y otra vez el linchamiento ha resultado ser el camino más sencillo para negar nuestros propios actos.
3ª hipocresía. ¿Dónde leemos el “juicio”?
¡Lo mejor!: nuestra dominante fuente de información y de fake news sigue siendo Facebook y otras redes sociales. Ver a Zuckerberg como el soplón ha llegado a nosotros a través de Facebook y demás redes. Más aún, ¿cómo participamos nosotros en ese juicio? ¿Cómo enjuiciamos? ¡Pues justamente a través de las mismas redes sociales cuyo actuar estamos cuestionamos!
Así, las redes se han convertido en facilitador, hoguera e informador de las noticias que se conocen a la velocidad de un click. Son la democratización y el igualador más real que tenemos de la comunicación, pero se nos olvida y las queremos legislar o, incluso, estatizar.
Conocimos la muerte de Bin Laden por un militar —perfecto desconocido— que compartió en su Twitter las fotos del operativo. Trump informa a su gabinete (y a todos nosotros de paso) que han sido despedidos en menos de 140 caracteres. La información (y desinformación) se ha vuelto infinitamente más fácil y barata de obtener para una comunidad siempre sedienta de más y mejores imágenes, historias inmediatas y entretenimiento sin fin. Otra vez, dicha información nos llega por las redes, pero somos nosotros quienes las alimentamos…
4ª hipocresía. Todos formamos una red
El mismo término lo dice: somos una red, conformamos una red de datos, fotos, comunidad, amigos, gastos, gustos políticos y sociales y, claro, noticias. Lo que decimos, ponemos y compartimos se vuelve parte de la historia intrínseca de muchos otros. La teoría del vuelo de la mariposa se vuelve inmediata y actual en este mundo virtual. Nos sentimos tan cercanos a las tragedias lejanas porque las vemos en nuestras redes. Tan felices por el logro de un amigo que no vemos en años; tan ajenos/lejanos de quienes hemos perdido el rastro virtual. Hasta creemos que formamos parte de la campaña del mejor (o el menos peor) candidato presidencial solo porque tuiteamos de él o ella, hacemos comentarios de defensa o lanzamos insultos al contrincante.
En la emoción perdemos de vista que lo que subamos a Internet, se vuelve la madeja, el entretejido de una red que conformamos todos. Un carrete que no tiene principio ni fin. Formamos parte del zurcido invisible de una prenda con diferentes texturas, hilos y colores, por lo que se vuelve imposible destejer “nuestro hilo” sin deshacer todo el lienzo.
Si aplaudimos la cercanía que crean las redes y sus infinitas posibilidades de comunicación, no seamos hipócritas y entendamos también las infinitas posibilidades mercadológicas, económicas y sociales que se conforman con el entrelazado absoluto que nos supera. Una vez que ponemos algo en Internet, una vez ahí depositado, enseñado y compartido, eso y lo que se haga con eso deja de ser “nuestro” para siempre.