A diferencia de la TV donde éramos participantes pasivos, ahora en las redes sociales podemos opinar con conocimiento –o sin él- de cualquier tema. ¿De política? Destacadamente en Twitter, donde uno puede discutir, debatir o cuando menos contestar a cualquier personaje que vierta expresiones o argumentos en dicha red social.

La libertad ofrecida en las redes sociales nunca fue conquistada; fue dada de forma automática y democrática. Como estipuló el gran Umberto Eco, esta le da la misma bocina a un premio Nobel que al idiota del bar. Todas las ideologías y expresiones confluyen en tan vasto espacio.

Lo bueno

Entrar a la red del pajarito azul le permite a cualquier individuo conocer las opiniones de personalidades. Se trata de un agente (no el único, evidentemente) democratizador; nos acerca a eventos al otro lado del planeta, descubrimos gente cercana a nosotros a quien conocemos desde otro punto de vista, por sus contribuciones ágiles e importantes y, por si fuera poco, podemos interactuar con gente que de otra forma sería imposible hacerlo.

Lo malo

La libertad se ha convertido en libertinaje y abuso. En el sentido de la peladez inmediata, la respuesta soez, olvidando no solo el respeto, sino la posibilidad del diálogo y el debate que, como ya dije, es la razón para las que fueron creadas dichas redes sociales. Hemos pasado a otro objetivo, más inmediato y primario: competir en denostar la opinión de quien piensa diferente a nosotros.

Las palabras se han convertido en armas y abonan a la propagación de la violencia y la intolerancia. Calientan ánimos, movilizan grupos, conforman ataques y dejamos de entendernos. La pasión deja de ser compromiso y se convierte en una diatriba llena de abusos y excesos.

Quizá a esto se deba en parte la polarización social; el privilegiar dichos sobre hechos, adjetivos sobre argumentos, sin ni siquiera validar lo que dice. Tan solo se engrandece lo leído, tal vez acompañado de peores y más críticas falsedades. O se degrada, también acompañado de un lenguaje vulgar que raya en lo deleznable y racista.

Lo feo

Las redes sociales han olvidado la necesidad de ser objetivos. Se polarizan las posiciones, comentarios y el ejercicio de la libertad de expresión se convierte tan solo en un concurso de descalificación. El uso de las redes sociales logró la democratización de la adjetivización; desafortunadamente, la misma se concentra en la maldiciente.

Ya no hay lógica de por medio para utilizarla. Hemos olvidado usar el diálogo constructivo e incluyente. La expresión se vuelve hueca, y el interlocutor sólo escucha su propia opinión.

Se abusa del idioma en los adjetivos descalificativos, pero también en disfrazar la falta de una respuesta franca con circunloquios dignos de mejores novelas.

Destruir el argumento contrario sin debate o razón no sirve.

Los hechos; no los dichos 

Ante eso se tiene una necesidad apremiante de una reconstrucción cívica; para disminuir la sensación de una pseudo guerra civil —al menos de palabra— en México. Nadie debería apelar a librar una guerra –real o virtual— por cuestiones ideológicas. Al revés, se debería buscar la conciliación.

Denostar es fácil. inventar noticias falsas también. La reflexión debería señalar que se deben buscar los hechos y argumentos para debatir y discutir. Olvidar los adjetivos descalificativos que solo denigran a quien los usa y sobre quien recaen, y pugnar con una contestación lógica. 

Se debe disminuir el nivel de decibeles en las redes, bajar el griterío y meter un poco más de razonamiento y argumentación a lo que se dice y se comparte. Excluir la intromisión en la faceta personal o familiar.

Nadie puede tener el derecho de vilipendiar, destruir y auto aniquilarse escudándose en la libertad de expresión. Esto último deja de ser libertad y se convierte en un círculo vicioso que solo destruye y deja de ofrecer soluciones para cualquiera, para todos.