Si me pedís un símbolo del mundo<br>en estos tiempos, vedlo: un ala rota.<br>Se labra mucho el oro, ¡el alma apenas!<br>ved cómo sufro: vive el alma mía<br>cual cierva en una cueva acorralada:<br>¡oh nono está bien:<br>me vengaré, llorando!<br><br>

José Martí

¡Qué terrible es lo que ha ido trascendiendo en los medios y que los propios LeBarón relatan ha ocurrido a varios de los integrantes de su familia! A cuenta gotas, autoridades mexicanas locales y federales (y hasta norteamericanas) han ido confirmando ciertos hechos, lo que nos permite ir cobrando conciencia de la dimensión de esta matanza y construir una narrativa completa del horror.

Naturalmente, luego de una sucesión de diversos acontecimientos en México que en días recientes no han hecho más que exponer abiertamente —tanto nacional como internacionalmente— la inseguridad que se vive en el país, las voces que exigen un replanteamiento de la estrategia de “abrazos y no balazos” se han multiplicado. Ello de la mano —aunque la correlación no es absolutamente estricta— de reclamos en el sentido de que todas estas tragedias han ocurrido por la incompetencia del gobierno mexicano en turno.

Sin coincidir o diferir de lo anterior, e independientemente del posicionamiento que asuma la administración federal, la oposición política o la opinión pública mexicana, lo que quiero plantear aquí es que el resultado de este nuevo episodio se traduce en una suerte de regalo de México para Donald Trump en su campaña para la reelección.

La emboscada y asesinato de nueve nacionales mexicano-americanos en Sonora (en su colindancia con Chihuahua) es la ocasión que requería el presidente de nuestro vecino país del Norte para reiterar y confirmar ante su ciudadanía de que “en México habita puro ladrón, violador y asesino”.

Esta masacre fue puesta como en bandeja de plata para que los Estados Unidos nos ofreciera ayuda militar para acabar de una vez por todas con los capos del narco. Eso además, ¡ya no se diga!, para que tanto ellos como nosotros opinemos sobre la respuesta que le dio nuestro primer mandatario, López Obrador, en el sentido de que: “No gracias; en México la violencia no se combate con violencia”.

Momentos sin duda difíciles y cruciales para la autoridad mexicana. Tanto así que, si de algo estamos seguros, es que a partir de hoy desde muchos frentes se verá obligada a actuar distinto.

Hagamos votos para que su reacción sea la más adecuada; ya no hay muchas opciones y, por razones fuera de su control en algunos casos y debido a golpes absurdamente auto infligidos en otros, cada vez se enfrenta a más restricciones y a menos opciones.

La presidencia de la República está acorralada y esa es una situación que no es ni envidiable ni halagüeña.