Aquí también el otro, aquel prudente<br>emperador que declinó laureles,<br>que comandó batallas y bajeles<br>y que rigió el oriente y el poniente.<br>

Jorge Luis Borges

Ni deseo, ni me corresponde, ni podría argumentar sobre las acusaciones e investigaciones que se han desarrollado en fechas recientes contra el tenor español Plácido Domingo. Menos aún en relación a la culpabilidad o inocencia de esta estrella de la ópera por cuanto a lo que se le imputa.

Reflexiono muy brevemente, en cambio, acerca de la conveniencia —en un sentido absolutamente pragmático— de haber programado una próxima visita a México para celebrar con un concierto seis décadas de trayectoria artística.

Este importante cantante tiene un legado interpretativo indiscutible. Un sector de la población mexicana está orgulloso de su trayectoria, además de que alberga un profundo sentido de deuda con el artista que no pocas veces a tendido la mano al pueblo de México cuando lo ha necesitado (como por ejemplo, durante el fuerte sismo del 85). Creo que nada de ello está a discusión ni se puede negar.

Sin embargo, cabe preguntarse (aclaro, de una manera desprovista de prejuicio y carente de un sesgo de género) si Plácido y los organizadores de ese próximo evento están siendo imprudentes, dado que él se encuentra inmerso en un conflicto que puede provocar protestas. Más cuando ya sabemos que hay protestas que se “calientan”, devienen en altercados y hasta en ocasiones se salen de control.

Pregunto de forma abierta en este espacio: ¿qué margen conferirle a la prudencia?, ¿cuál a la libertad y a la causa de defensa de los derechos humanos de las mujeres? y ¿hasta dónde se deben de privilegiar las denuncias sobre su desempeño como ser humano por encima de los reconocimientos por su desempeño artístico?

Sin duda complejas cuestiones todas ellas que permean la vida social, cultural, política y de justicia en una sociedad.