¡Oh pasos esparcidos vanamente!<br>¿qué furia os incitó, que habéis seguido<br>la senda vil de la ignorante gente?<br>Mas ya que es hecho, que volváis os pido:<br>que quien de lo perdido se arrepiente,<br>aun no puede decir que lo ha perdido.<br>

Lope de Vega

Ante la peor crisis económica y de salud de los últimos 90 años, el ejecutivo federal prefirió invertir el dinero en una “rifa” que darlo a los hospitales como había sido programado y, en función de ello, etiquetado. De que recibieran el dinero asignado 900 hospitales, el resultado es que solo 13 se vieron “beneficiados”. Las lecciones son contundentes: no se pueden utilizar los recursos destinados al bien público en un juego de azar; no se debe suponer que se obtendrán ganancias para todos. Escandaloso utilizar el dinero de los nosocomios para comprar boletos de un sorteo, repartirlos entre los hospitales y su personal, y dejar su destino al azar. Más dentro de un sorteo que probabilísticamente no les era favorable; un ejercicio mal planeado y peor ejecutado.

El personal de salud (ergo, los enfermos) no requerían boletitos para la rifa, les urgía contar con el equipo médico y los tratamientos. En promedio, al día en nuestro país están muriendo cuatro menores de cáncer. Más allá de que esta es una enfermedad con un alto índice de mortandad en tan joven población, la razón detrás de las cifras es que los pacientes no están recibiendo las quimios y demás medicamentos oncológicos que requieren.

Pero un sector de la población aplaudió el resultado. Y lo seguiría haciendo. De allí que, tristemente, la burla al sistema, al presupuesto federal, al sentido común, a la ética, a los enfermos y a los más necesitados no terminará con esta rifa.

Ahora el presidente de la república anuncia que en un próxima edición se rifarán yates, casas, joyas y, en una de esas, una vez más el avión... Con bombo y platillos esbozó lo exitosa que había sido este sorteo. Poco le importó que organizar un ejercicio público de esta naturaleza requiere ciencia y rigor para que sea válido (a pesar de que sea “muy fácil gobernar”...). Este sorteo —y posiblemente los que seguirá haciendo— carece de todo ello. Empezando por el precio de los boletos, la logística del mismo y que de forma directa afecta a un sector de la población supuestamente apoyado por la 4T: los billeteros y expendedores. Todas esas personas que, sin contar con ningún tipo de seguridad social, están en las esquinas vendiendo cachitos. A esas personas que tratan de ganarse la vida de forma honrada, usualmente la Lotería Nacional les ofrece el 10% de comisión. En este caso, solo fue del 8% y, además, al no haber reintegros, la venta se complicó para los vendedores. No es pecata minuta señalarlo, pues hay gente que espera los sorteos magnos (Independencia —la cual fue cancelada—, Navidad, Año Nuevo); con la cantidad vendida en ellos, los trabajadores obtienen una mayor ganancia.

Pero una rifa también necesita ciertas dosis de realidad. Sin embargo, al insistir en los ahorros que no se ven, en olvidar las corruptelas ya probadas en esta administración federal y continuar tanto con las consultas populares como con las rifas que desangran a la beneficencia pública, solo se puede llegar a una conclusión: el primer mandatario es el administrador de la ignorancia del pueblo y lo hace de forma magistral a través de los mecanismos llamados rifas y consultas populares.

Mientras las “consultas” son el pretexto perfecto para cumplir su voluntad (ante la duda, mandarlo como iniciativa), las “rifas” —que no son rifa— son desvíos de recursos y malversación presupuestal.

Ha llegado el momento de reflexionar seriamente (y hacerle ver a la población) en torno a las repercusiones sobre de la ilegalidad —la inmoralidad ya ni se discute— de las acciones del líder de nuestra nación. De llamar a la mentira con todas sus letras, a pesar de que la 4T crea que les está permitido faltar a la verdad y que al resto nos esté vedado —sea inaceptable, pues— hacer esto evidente. Solo decir que un embuste es un embuste permite tomar buenas decisiones en las que no tengan cabida los engaños y las triquiñuelas para llevar la atención del público en general de las cosas que en realidad importan.

Pero con este régimen, ya nada puede ser considerado por su valor nominal. Las mentiras no pueden llamarse mentiras solo por el hecho de que las pronunció el presidente; el abuso de poder se tiene que decir “exceso de confianza del pueblo con su líder”, o. Si se prefiere, popularidad. La realidad es la de los otros datos, no la que es en verdad. Y todo se sostiene, no se desmorona en mil pedazos, gracias a que el titular del ejecutivo ha encontrado su veta, su profesión, su llamado, ser el administrador de una de las peores plagas y corruptelas heredadas de administraciones pasadas: una nación sin los conocimientos mínimos para no ser embaucada por quien solo administra su analfabetismo político, económico y cultural. Pues cuando gestionar el descontento social ya no da para más, siempre queda esto segundo. Y a nosotros opinadores nos corresponde evidenciarlo.