Las feministas de México hicimos arder diferentes puntos del país porque estamos ardidas y cansadas de ver morir a nuestras hermanas, de verlas violentadas sexualmente, físicamente, institucionalmente y estructuralmente.

Nos cansamos de optar por “las vías legales” que nunca funcionan. Nos cansamos de los Ministerios Públicos y su misoginia; nos cansamos de los juzgadores y su incompetencia, nos cansamos de las policías de investigación que no investigan, nos cansamos de los elementos de seguridad que nos violan, nos cansamos del discurso de campaña sobre los días naranjas, nos cansamos de las condolencias hipócritas que dicen al oído a las madres de las desaparecidas cuando se paran en las oficinas de gobierno, nos cansamos de que día con día miren la prensa llena de feminicidios y desapariciones para que simplemente, le den vuelta a la hoja.

Los lugares en los que medianamente se puede protestar, fueron tomados por células feministas locales. Saltillo, Querétaro, Tuxtla, Puebla, Mazatlán, Culiacán, Xalapa, Puerto, Veracruz, León, Toluca, Monterrey, Oaxaca, San Cristóbal, Tijuana y Mexicali. En los lugares donde premian hombres por asesinarnos, como en el Estado de México o Guerrero, las feministas tuvieron que desplazarse para continuar vivas y fue la Ciudad de México el sitio que las acogió. En los chats de WhatsApp donde se gestaron las convocatorias, las medidas de auxilio, estrategias y organización de manera colectiva, se repitió más de una vez que antes de exponerse a morir, las compañeras debían desplazarse a un lugar seguro para marchar. Ese lugar fue la Ciudad de México.

Cuando en 2017 fui violentada, gobernaba Miguel Ángel Mancera. Hacía videos en esta plataforma y siendo SDPNoticias el medio digital más visitado de México, naturalmente el asunto escaló. Cobré cierta visibilidad tras hacer un video de denuncia motivado, genuinamente, por un miedo fundado a la impunidad, a la muerte y a la injusticia. Mi agresor no sólo era un reportero asignado a la fuente del Gobierno capitalino, sino que además, era uno de los consentidos del Jefe de Gobierno. Lo llevaba a viajar por Argentina, Londres y otras ciudades en las que presentaba alguna colaboración de Gobierno. Lo cubría de manera personal.

Mi caso se refundió en el silencio cuando, a través de un alto funcionario del poder judicial capitalino, el abogado Gabriel Regino entabló una conversación conmigo. Hizo una lista de ejemplos que le tocó vivir en “casos similares” de hombres que violentaban a sus parejas, en los que según él, todo terminaba siempre con un perdón. Me insistió en otorgar el perdón, “valuar” mis daños y comunicarle a “cuánto ascendían”, para por fin, dar el carpetazo.

Gabriel Regino, un abogado bastante temido que tiene más referencias sobre su relación en casos de narcotraficantes, era una amistad cercana al titular de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, Rodríguez Almeida. De hecho, era incomprensible que un reportero de Telediario pudiera pagar los altos honorarios de un abogado como Regino. Sin embargo, el pago no era en dinero, sino en favor a otro amigo.

Sin entrar en detalles, un personaje en el gobierno que buscó proteger mi integridad, me anticipó que Regino y Almeida habían estructurado un exitoso caso para desmentirme en caso de que yo decidiera continuar con el proceso contra el reportero que me agredió. El caso armado por sus brillantes mentes consistía en haber registrado fotografías mías junto con “nubes” en páginas gratuitas de prostitución, que después supe, funcionaban como “Facebook” para intercambio sexual. Había todo una maquinaria de Estado lista para bombardear a los medios y exhibirme como una supuesta prostituta. Entre las vías para quebrar mi voz, también contemplaron usar “screenshots” aludiendo a la entonces reciente muerte de mi hija. Todo eso con tal de que mi caso no estallara en un año clave: se trataba de un momento electoral.

Ni la depresión, ni el miedo, ni la hostilidad institucional me daban la fuerza para enfrentar esa advertencia. No volví a entablar diálogo con el tal Regino, nunca recibí un solo peso a cambio de mi silencio y firmé un “perdón” que más que disculpa, significaba que la leona estaba demasiado herida como para levantarse a luchar.

El viernes #16A volví a entender que el feminismo me había rescatado, porque no sólo a mí, sino que a miles de mujeres nos dio la fuerza para levantarnos a luchar y salir a quebrar los vidrios de las instituciones que antes nos quebraron.

Mi caso no se compara en gravedad con las 314 mil 644 mujeres víctimas de violencia sexual en manos de policías; ni con las 16 mil 338 víctimas de violencia física, o las 242 mil 895 víctimas de violencia emocional, que sumadas, dan la escalofriante cifra de 537 mil 877 mujeres víctimas de alguna violencia en manos de un agente de seguridad o policía; tampoco se compara con las 97 mil 337 víctimas de violencia en manos de militares o marinos, entre las cuales, 73 mil 916 sufrieron de ataques sexuales. Cifras oficiales tan sólo de 2016 según ENDIREH.

El asunto es que el mal no nació a partir de la jefa de Gobierno. Desde antes, la Secretaría de Seguridad ya tenía como modus operandi filtrar información de las víctimas, fotografías de carpetas de investigación, versiones extraoficiales criminalizando a las víctimas como el caso de Lesvy, videos para manipular la opinión pública, y otras triquiñuelas. Lo digo con conocimiento de causa.

El mal misógino, patriarcal, violento, asesino y omiso institucional es previo a su administración y es a nivel federal. A las mujeres nos están matando y violentando en todo el país. Aunque la gota que derramó nuestra ira haya sido la violación de una menor de edad en Azcapotzalco por parte de 4 elementos policiacos, nuestro hartazgo es generalizado. El presidente Andrés Manuel fue quien tendría que haberse pronunciado sobre la condición que enfrentamos las mujeres en todo el país, porque la principal razón para que fuera la Ciudad la que recibiera toda nuestra furia, fue que justamente en lugares como Ecatepec, nos tiran cual basura. Nos desaparecen los mismos policías. Nos matan las propias autoridades.

El entendimiento sobre la comunicación de Claudia Sheinbaum ha sido distorsionado. Al hablar de “provocaciones”, ella se refería a los derechosos que pidieron el uso de granaderos y Fuerzas Armadas para reprimir, como Javier Lozano. La Secretaría ha arropado más a reporteros que a violentadas, las autoridades han llamado “vandalismo” a lo que fue protesta legítima e indignación. Las palabras importan y el desfase generacional, también. Pero ¿Por qué ha hecho eso?

Rita Segato ha dicho que las mujeres “No podemos tener las mismas aspiraciones que los hombres dentro del orden patriarcal porque si no, vamos a reproducir lo mismo pero con otros cuerpos”. Ella sostiene que “tenemos que conseguir e imaginar un mundo nuevo. Un mundo realmente diferente”. Celia Amorós también ha dicho que “el feminismo, y por ende, las feministas; no cuestionan las decisiones individuales de una mujer sino las razones que la obligan a tomarlas” y en este momento, Claudia Sheinbaum está en el punto de quiebre: es la primera mujer electa gobernando la Ciudad, es la primera mujer en la lista de sucesores a la Presidencia que guarda Andrés y también, es una militante de la filosofía del esfuerzo más que del género, quebrada porque sobre sus hombros recaen una serie de exigencias patriarcales propias del sistema más las exigencias feministas del hartazgo, nuestro miedo, nuestra ira, nuestro coraje y nuestros gritos desesperados desde el estómago que se acumularon en gobiernos anteriores, en entidades distintas, contra los hombres y contra las instituciones que ellos controlan. No contra ella.

Este pendiente es uno de los más grandes de la Cuarta Transformación y el Presidente tendría que abordarlo de manera frontal, dedicando el tiempo no sólo de una mañanera acompañado de la Jefa de Gobierno y feministas, sino de algo más profundo. Las alertas de género han sido el gran fracaso del siglo, el feminismo clama seguridad para mujeres. No renuncias, justicia y cero impunidad.

Por cierto, la única razón por la que me puedo arriesgar a contar ciertos detalles de mi caso es justamente porque ellos ya no están gobernando. A pesar del acoso policial que varias compañeras están documentando y sufriendo, hay una sola certeza: en el Gobierno de Claudia Sheinbaum hay varias voluntades afines al feminismo, preocupadas por la escala del enojo y el hartazgo pero también, dispuestas a escucharnos. Hay una voluntad de generar empatía, aunque sea ya tarde. Esa voluntad implica confianza, limitadísima pero al final de cuentas, confianza. Eso no existió antes y si pudimos manifestar toda nuestra ira sin haber sido reprimidas, fue también porque en la toma de decisiones no estaban esos de antes.