No me resulta fácil, en cuartilla y media, hacer una relación de los puntos programáticos que, a 18 meses de gobierno, ha logrado el presidente López Obrador. Una parte muy importante de ellos han sido suficientemente informados al través de las mañaneras. Por tal razón, no hablaré de lo que ya sabe la mayoría de la sociedad. Me ocuparé un poco de lo más importante que, a mi juicio, subyace en las últimas acciones de gobierno y que trae enfadados hasta el paroxismo a todos aquellos que impunemente le robaron al país, a los que vivieron en una burbuja llena de podredumbre y de cinismo, que los llevó al banquillo de los acusados para ser testigos del desprecio que el pueblo siente por ellos.

Nadie ignora que el nuevo régimen político sufre el acoso y las acciones golpistas de esta franja reaccionaria de la sociedad. Se manifiesta con odio y con una lamentable pobreza intelectual y política. Expresa un racismo ramplón, desvergonzado y falso que, sin decoro, pasea en vehículos los fines de semana en algunas ciudades del país. La criminalización que hace de las acciones de gobierno, son resultado de su irritación de clase y del éxito del presidente en el combate a la corrupción, a los privilegios y la impunidad. Esa banda de conspiradores y de corruptos afirma que el país va rumbo al comunismo y a la dictadura. Se plantean una rebelión armada para derrocar al presidente que fue votado por más de treinta millones de mexicanos el 1º de julio del 2018.

¿Cuál es el fondo de estas conductas primitivas y elementales que vienen planteando estos grupos y personeros de la reacción? ¿Qué es lo que les duele tanto que unos huyen como ratas, otros se amparan y más de cuatro malandrines ya están siendo enjuiciados por las autoridades? Se equivocaron al subestimar la capacidad y las propuestas de cambio de un presidente que desde hace décadas planteaba un proyecto de gobierno en el que proponía acabar con los corruptos y los corruptores, poner término a los privilegios, a la impunidad, al dispendio y atender a los sectores empobrecidos y abandonados en el México profundo.

Les causa pánico que el presidente López Obrador esté haciendo efectivos los puntos más importantes de su programa de gobierno. Le quitó las pensiones y demás privilegios a los ex presidentes, puso en práctica una política social que abarca a todos los sectores vulnerables, bajó los salarios y prestaciones a los funcionarios públicos federales, avanzan la construcción de la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles, el ferrocarril interoceánico, la reconstrucción de las refinerías, paró la evasión fiscal, investiga a las factureras y recupera recursos e inmuebles para devolvérselos al pueblo. Acabar con todas estas políticas, son la bandera de su gobierno.

Aunque se retuerzan del coraje, el pueblo y el presidente van por una nueva forma de hacer política. La construcción del actual régimen implica instaurar un nuevo poder en el que el mandante sea el pueblo. Para eso, es necesario analizar, a fondo, los porqués de la crisis en la economía, los problemas de la pandemia, las formas en cómo se manifiestan estos problemas, cuáles son los intereses de los sectores desplazados del gobierno, quiénes son los actores del movimiento de masas y cuáles son las y las alternativas que tienen las fuerzas que apoyamos el proceso de transformación.

El nuevo poder que estamos construyendo es una “relación social de dominio, control y mando. Un instrumento que dispone y usa los atributos suyos y ajenos para ejercer el poder. Su esencia se manifiesta cuando los adversarios son puestos en “orden y se les impone el orden” a los que obliga la ley (*) El presidente está ejerciendo el poder que le dio el pueblo. ¡Los remisos, aprenderán a punta de derrotas o de rectificaciones!

(*) El poder, una aproximación teórica a su fundamento constituyente, del Dr. Armando Martínez Verdugo. IEEM