Fallas y deficiencias en la L12

El más profundo respeto merece los muertos y los heridos en el accidente de la Línea 12 del metro de la ciudad de México, ocurrida el día de ayer; el lamentable evento enluta a todos y obliga a actuar con verticalidad, serenidad y verdad.

Por infortunio, se trata de un suceso sobre el que existían indicios en cuanto a fallas o deficiencias en esa línea del transporte colectivo, de ahí que sea imprescindible tener certeza sobre las causas que motivaron el desplome, no sólo en cuanto a la imputación necesaria de responsabilidades, sino, también -y sobre todo-, por la garantía, confianza y certeza que se requiere en el funcionamiento de ese modo de transporte, tan vital en la vida capitalina.

La cercanía que se tiene con la fecha de la inauguración de esa línea del metro, la cercanía y lazos entre las autoridades de entonces y las actuales, debe permitir un desahogo expedito de las investigaciones de rigor, así como un proceso caracterizado por la transparencia, la objetividad y la certeza.

Un acontecimiento tan lamentable no debería estar inserto en una vía especulativa, de búsqueda de chivos expiatorios o de cacería de brujas. La verdad inconmovible debe imperar, con el aliciente que ella, la verdad, dará las mejores respuestas, será la base de una actuación justa y podrá brindar confianza.

La especulación propia de la politiquería

Depende de la autoridad atajar la especulación propia de la politiquería; en su lugar blandir la causa de la política responsable, la que forma ciudadanía, la que informa con oportunidad, la que funda una vida pública responsable y sólida. Sólo así se descalificará, caerá por su propio peso y desprestigio, la burda actitud de extraer ventajas de la tragedia, de volverla un mercado de especulación y ganancias irresponsables.

La diferencia entre una ruta y la otra, la que conduce a la responsabilidad o a la irresponsabilidad, está en manos de la autoridad. Ella tiene la batuta y es la que debe conducir al justo desahogo de las investigaciones. La negligencia, el ocultamiento, la confusión informativa, la opacidad y la falta de rigor conducirán, indefectiblemente, a la confusión, la controversia interminable e irresoluble.

¡Esclarecimiento como el mejor remedio a la especulación!

No es deseable la especulación, pero la posibilidad de evitarla está en las manos de la autoridad; los especuladores están y han estado siempre; ellos podrán dominar si el espacio de la verdad y de la justicia no se ocupa diligentemente por quien debe hacerlo. Lo que nadie quiere y el peor de los mundos será, paradójicamente, sí quien debe actuar para descalificarla, acaba siendo su mayor promotor, al alentar, directa o indirectamente, la causa especuladora.

La agenda se encuentra inscrita en el terreno de los peritajes, y con el buen indicio de que se dé cara entre quienes participaron en la construcción. ¡Esclarecimiento como el mejor remedio a la especulación!