Hoy día lo heroico es defender las instituciones; lo excepcional, hablar calmadamente de los funcionarios y de la clase política; lo sobrehumano, mirar con objetividad sus logros y resultados. En sentido contrario, hoy día lo que todo mundo hace es la burla al político; el lugar común, atacar al funcionario; la salida fácil y babosa, el chiste del día sobre el servidor público más notorio.
Podría dar toda una explicación de por qué es estúpido hasta la náusea aplaudir los chascarrillos simplones que se hacen sobre el presidente Peña o sobre un sinnúmero de funcionarios y políticos. Sin embargo, es muy claro que convencer a la masa resentida (y que compone a la enorme mayoría de lectores de este texto y a un mayor porcentaje aún de los que lo comentarán) es un ejercicio inútil y frustrante. Esa masa, que es clase media, es dueña de una falsa superioridad que proviene de axiomas idiotas como que cualquier reclamo del pueblo es justo porque es del pueblo, lo que sea que signifique eso; o como el de que pareciera que el señor presidente nunca leyó tres libros en su vida, lo que es falso. Contra esa turba, cualquier argumentación es vana.
Lo único que puedo decir con absoluta certeza es que semejante público es congruente con el gran número de columnistas, opinólogos y comentócratas sosos que tenemos. En un país donde un cobarde amanerado identificado por todos necesita disfrazarse de payaso en la televisión para encontrar un poquito de valor y así repetir los “chistes” que todo mundo cuenta, ahí sí, tenemos la clase media resentida que nos merecemos.