No existe el derecho a ser machista. Ni la ignorancia, ni la costumbre, ni el lugar, ni las autodefensas, ni las formas viejas, ni la falta de sensibilidad, ni siquiera lo palurdo puede justificar que un personaje en la función pública sea odiador profesional de mujeres

Hablar de forma incorrecta es un síntoma de pensar en forma incorrecta, pero el problema de José Manuel Mireles, el vergonzoso subdelegado del ISSSTE en Michoacán no es solamente que use las palabras “piruja” o “nalguita” para expresarse de las mujeres en un tono, claramente, machista.

El problema verdadero de Mireles es que en el desprecio que ejerce contra las mujeres, está su forma de construir “sistema” de salud en Michoacán. Las vulgares expresiones que utiliza distan mucho de ser simples palabras, representan todo un entramado de comportamientos sistemáticos basados en la discriminación y el odio habitualmente y sin autocrítica, conciencia ni reflexión, parece manejarse. El asunto es que validar las humillaciones, normaliza las violencias. Legitima la estigmatización. Neutraliza toda una serie de esfuerzos que están haciendo miles de mujeres por hablar en clave de igualdad. Le da la razón a los que matan, a los que violan, a los que se burlan de las exigencias de justicia; le hace la chamba a la impunidad por una sencilla razón: la raíz común es el odio, su normalización, su construcción sutil en torno a que despreciar mujeres es normal, habitual, un chascarrillo. Es violencia institucional, simbólica, estructural y manifiesta

El caso de la primera declaración, cuando llama “pirujas” a las parejas de los derechohabientes no sólo está expresándose de personas vinculadas en relaciones flexibles, sino que manifiesta cómo es que en su cerebro, la mujer lleva la carga de la culpa en una escala  doblemoralina de valores, en la que “castiga” simbólicamente a personas que de manera legítima, buscan acceder a un servicio de salud, que básicamente, es universal. Como médico y como líder de autodefensas, su machismo era una adversidad de cuidado para las mujeres michoacanas. Como servidor público, su machismo es un nivel de violencia institucional intolerable. 

En la estructura de pensamiento de un machista tradicional (que por cierto, ha probado en reiteradas ocasiones el uso de las vías violentas para atender las divergencias) el uso de una palabra como “nalguita” reduce a la mujer al nivel más bajo de humanidad: al de cosa de disfrute sexual. Si se expresa de esa manera en público, ¿Se han preguntado cómo es su trato hacia las mujeres en privado? ¿Cómo es que ejerce su rango de "jefe" hacia otras mujeres de la misma institución? ¿Cómo es que ejerce su papel de "líder" dentro de su comunidad? 

La forma en la que Mireles objetiviza a las mujeres y crea una categoría de humillación aún peor que ese adjetivo, es la gota que derrama el vaso. Dice Mireles que “son palabras de él, no mías. Yo las llamo de otra cosa, a lo mejor más fea” .¿Cuál es esa palabra más fea? ¿Acaso no es evidente que Mireles no sólo tolera la misoginia, sino que la propaga y endurece? 

Así como Mireles, la Cuarta Transformación está llena de machos, misóginos y odiadores profesionales. Si la 4T no le hace justicia a las mujeres, simple y sencillamente, no será transformación. Depurar la administración pública quiere decir dejar de tolerar a los Mireles, porque las palabras matan y la violencia que comienza con una humillación verbal, se convierte en una humillación simbólica y prácticamente, en una narrativa legitimadora de cualquier violencia que ejerzan contra una mujer. El típico ciclo del agresor que pide disculpas a la víctima  después de golpearla, ya la está viviendo Mireles. La sociedad, en abstracto y las mujeres, en concreto, somos las golpeadas con la misoginia cotidiana y habitual de Mireles. Su evidencia diaria dista mucho de ser un simple golpe político; se trata de una lucha ideológica en la que las mujeres estamos tomando el atrevimiento a exigir un trato digno en todos los niveles y espacios. En la era digital, en la que todo el país ha sido testigo de su violencia verbal, el silencio, las disculpas o las burlas sobre el tema, son en sí mismos, nuevos entramados de nuevas violencias. 

Mantenerlo en su cargo es legitimar los discursos de odio que cobran la vida de 10 mujeres al día por "vestir incorrectamente", estar "en horas no debidas ", en "los lugares incorrectos", vinculadas con "las personas equivocadas", culpando a las víctimas por existir, por vivir las violencias y por supuesto, también por morir. La violencia es gradual y comienza con las palabras. Si Mireles tiene un mínimo de sentido común y humildad, debe renunciar y correr a conocer un poco sobre violencias y dignidad de las mujeres. Así de sencillo.