Para Vicente, María Antonieta, Lety, Jesús y Ana Georgina

I

El primer año la pasas como novato, como inocente; de hecho, como recién llegado a una gran comunidad escolar. A todo mundo obedeces: a otros estudiantes más avanzados, a docentes, prefectos, directivos escolares, a tus padres en casa. Durante ese periodo, casi todo se cumple al pie de la letra: el uniforme, los útiles escolares, los horarios. Te levantas temprano (íbamos en el turno matutino) para cumplir con tus deberes. Estás en piloto automático. No faltas ni llegas tarde a las clases. Uniforme color caqui, de conscripto o cadete militar, con hombreras y corbata, para los chavos. Para las compañeras, vestido color rosa, con el largo debajo de la rodilla.

El segundo año de la “Secu” es el más agradable por aventurero puesto que, como estudiantes, nos sentíamos expertos, dominábamos el terreno y queríamos comernos el mundo. Podíamos dar un "zape" a los estudiantes de primero sin mayores resentimientos. Según decíamos “para que aprendieran a respetar a sus mayores”. En el año intermedio de la Escuela Secundaria, podíamos brincarnos la barda sin sentirnos culpables y escuchar las rolas de Carlos Santana a todo volumen. No obedecíamos a nadie o a casi nadie. El lenguaje usado era de ruptura e irreverente. Con frecuencia corríamos todos los riesgos. Percibíamos que los ritmos de tareas, exámenes ordinarios y tiempos de clases eran, a esas alturas, pan comido. Vestido color azul, para las compañeras, con el largo debajo de la rodilla.

En tercer año de Secundaria nos calmamos un poco, aunque éramos los mayores y “más poderosos” de la escuela. A pesar de que éramos los más grandes y experimentados, a cada rato “le bajábamos” a la soberbia porque docentes, prefectos y directivos escolares (y nuestros padres) nos amenazaban con el petate del muerto: "Si sigues con tu indisciplina no vas a obtener el certificado ni la carta de buena conducta". Ni modo de ponerse con Sansón a las patadas. Para las compañeras, vestido color guinda, con el largo debajo de la rodilla. Sin embargo, para el último año, ellas traían short o algunas otras prendas debajo del uniforme. Somos la última generación que utilizó estos uniformes. A partir de la siguiente, que ingresó en 1975 o 1976, utilizaron los uniformes con pantalón o falta a cuadros.

Así eran (y hoy son) las reglas o las normas absurdas en el plantel (¿quién las habrá inventado?), y que eran (y son) propias del perfil autoritario y conservador que ha adoptado por décadas la Escuela Secundaria.

II

Hace unos días nos reunimos, en Querétaro, seis de los doce excompañeras y compañeros de grupo, de la generación 1974-1977, de la Escuela Secundaria 16, “Pedro Díaz”, ubicada en Tlatelolco (CDMX), que tuvimos la fortuna de contactamos a través de las redes sociales digitales durante estos meses de contingencia. Teníamos más de 43 años de no vernos en persona. Extraordinario redescubrimiento de amigas y amigos de la primera juventud.

De la Escuela Secundaria recordamos a las queridas profesoras e inolvidables profesores que contribuyeron a nuestra formación como personas: Francisco Aréchiga (Biología), Aurora Chávez (Geografía), Ma. del Carmen Arce (Civismo), Jesús García (Historia, homónimo del héroe de Nacozari); Rosa María Villavicencio (Inglés), Teodomira (Biología); en mi caso, al profesor del taller de carpintería, Jorge Ruiz; al profesor Víctor y a la maestra Armida Guerrero de Educación Física; a la profesora Yolanda Amezcua y el profesor Góngora, de Música, entre otros. Docentes de Educación Secundaria que nos marcaron y nos significan hoy por lo que somos, y porque fueron figuras importantes de una etapa formativa escolar, que nos proporcionaron importantes sustentos como ciudadanos.

III

Durante el reencuentro abrimos el baúl de los recuerdos, las anécdotas, los momentos inolvidables. Como cuando el profesor de Historia nos preguntaba sobre lo que vimos y experimentamos, como niños y niñas, acerca de los sucesos de 1968 (varios vivíamos en los edificios aledaños a la Plaza de las Tres Culturas). Nadie creería que las y los estudiantes de Secundaria daríamos clases a nuestros maestros y maestras sobre los hechos trágicos, condenables, de la matanza de estudiantes, ejecutada por el gobierno de Díaz Ordaz, que tuvo lugar en la unidad habitacional Tlatelolco; nuestra colonia, nuestro querido barrio. Los integrantes de este grupo nacimos en 1962 o en 1961, así que en 1968, los que habitamos en Tlatelolco desde entonces, teníamos entre 6 y 7 años de edad.

IV

El profesor Betancourt, en nuestros tiempos, era el coordinador de talleres, quien tenía fama de estricto y duro. Le teníamos temor, algo de miedo. Un día que estábamos afuera del edificio de talleres, sentados cerca de la entrada, él se dirigía a ese rumbo para ingresar a la nave. Para aparentar que no le teníamos miedo, nos quedamos como si nada. Al llegar con nosotros dijo, con cara amigable y sarcástica: "Yo, en el lugar de ustedes, me metía a mi taller, porque podría venir el coordinador y los obligaría a entrar tal vez a la fuerza... Es capaz de ponerles unas descargas eléctricas en los huevos...". Corrimos todos de inmediato a nuestros respectivos talleres.

V

La tienda o cooperativa de la escuela estaba en la planta baja, cerca de las escaleras que se dirigían hacia el sótano. Dado que el recreo se llevaba a cabo para tod@s l@s estudiantes al mismo tiempo, durante 20 o 30 minutos, muchos nos amontonábamos en la ventanita de ese establecimiento para comprar algún alimento. Recordamos que era frecuente aventarse sobre la “bolita” de estudiantes y estirar la mano para obtener alguna dona de azúcar o un juguito, sin pagar. A mí me tocó obtener una que otra dona de chocolate, por “cortesía”, con ese método.

Este es sólo un botón de muestra de los cientos de recuerdos imborrables de la Escuela Secundaria. Inolvidable, única, irrepetible.

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