Parecía que tan sólo era un ardid de campaña, una treta sensacionalista utilizada para ganar simpatizantes; porque quitar las pensiones a los ex presidentes de la República, como fue la propuesta del entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, sonaba más a lo imposible, a lo utópico o a lo irrealizable, porque en nuestro país la costumbre era que a los poderosos, como los son esos personajes que estuvieron en el vértice del máximo poder, jamás se les tocaría.

La percepción era que, los ex presidentes aun cuando se encontrasen en el aparente retiro de la vida política, o supuestamente alejados del continuo ajetreo derivado de los asuntos públicos, o aun cuando algunos en especial  fueran objeto de rechazo y burla de la sociedad, estas “celebridades” seguían conservando un grueso halo de poderío, y su inflencia podría ser tan grande o extenderse tanto que, en algunos casos, hasta se interpretaba que tras bambalinas era su mano “generosa” la que llegaba a orientar el ejercicio del poder. Por estas razones, ellos y sus respectivas familias, podría decirse que constituían verdaderas castas intocables, cuyos grandes privilegios no se les podía menoscabar ni con el pétalo de una rosa. Es decir, concretamente sus pensiones millonarias que en su momento se autoasignaban, imposible que alguien osara plantear su disminución, mucho menos cancelárselas, mismas que venían a constituir singulares y exorbitantes prestaciones ecónomicas de carácter vitalicio, o sea de por vida. Pero además, pensiones trascendentes hacia las viudas de los exmandatarios.

Según se manejaba en los mítines de campaña política, que por concepto de pensiones presidenciales, al Erario Público le costaba cada uno de los expresidentes alrededor de cinco millones de pesos mensuales; cálculo que resultaba al incluir los sueldos del personal del Estado Mayor Presidencial que llevaban comisionados a su vida privada para que resguardaran su seguridad personal y la de sus respectivas familias. Con ello conservaban privilegios como verdaderos faraones en un país hasta el tope de miseria. 

Bueno, pues resulta que el argumento ardiente que en campaña manejó el hoy Presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, fue como punto nodal la cancelación de las pensiones a los expresidentes, y que para regocijo de los mexicanos, este propósito trascendental se cumplió a cabalidad. Al parecer ello sucedió a partir de la publicación en el Diario Oficial de la nueva Ley de Remuneraciones, que por cierto, como ya es bien sabido, es una ley que el Presidente Enrique Peña Nieto en los hechos se negó a ordenar su publicación. Esta circunstancia obligó al Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, Senador Martí Batres Guadarrama, a acatar el mandato crítico que en estos casos establece la Constitución, en el sentido de que ante una omisión o negativa de esta naturaleza, él, con la calidad de representante del Poder Legislativo, tiene las facultades suficientes para ordenar la publicación en el citado Diario Oficial.  Tal como ocurrió, para los efectos de que entre en vigor la mencionada ley.

Esa cancelación de las altas pensiones presidenciales, sin lugar a dudas que simbolizan el inicio de todo un cambio de fondo que habrá de emprender el nuevo Presidente de la República ahora que entre en funciones, como se comprometió en campaña, pero que, quizá, algunos exmandatarios que seguro se han de sentir muy agraviados, promoverán sus amparos para impugnar estas acciones, ante lo cual ya veremos de qué lado estará la Suprema Corte de Justicia de la Nación.  

Por lo pronto y al parecer a partir del próximo primero de enero esas pensiones quedarán eliminadas, con lo cual la sociedad descansará de esa  pesada carga de privilegios abusivos e insultantes que ha venido llevando a cuestas indefinidamente. Por eso es que, como dice el refranero popular: “No hay fecha que no se cumpla ni plazo que no se venza”, y el que se estableció López Obrador para suprimir las inmorales pensiones presidenciales, se cumplió. Así que ¡adiós pensiones exorbitantes presidenciales! y ojalá que las eventuales maniobras jurídicas no prosperen para que no retornen esas extralimitaciones del poder. Lo veremos.

Pálida tinta: Que no encuentran la razón por la cual el Presidente Enrique Peña Nieto a lo largo de su sexenio ha venido usando  la banda presidencial con los colores invertidos, es decir, primero el verde, luego el blanco y por último el rojo. Exacto, creo que usted acertó, la razón es que el saco del traje casi cubre totalmente la visibilidad del verde y blanco, y en cambio el rojo reluce a plenitud. Sí, el rojo es el color del nuevo PRI, ¿o no? Entonces, ahí está la respuesta. Se dice que por este pequeño detalle vendrá una nueva reforma que precisará el uso de los colores y símbolos patrios, supuestamente para evitar abusos.