El uso de las redes sociales ha invadido los espacios formales de participación política. En el enfrentamiento de practicidad con solemnidad, ha ganado la primera. Y es que destaca que durante el proceso de elección abierta que realiza el PRI, al menos un aspirante ha declinado su participación en el proceso y ha renunciado, de pasada, a su militancia partidista de 46 años mediante un video en redes sociales. Siguiéndole el paso, la destacada periodista Beatriz Pagés, que aspiró al Senado por la Ciudad de México durante las pasadas elecciones, presentó su renuncia en 140 caracteres. Eso sí. No se olvidó de etiquetar a la presidenta del instituto político junto con otras autoridades. El asunto es que el viejo dicho de que en política “forma es fondo” hoy cobra más relevancia que nunca. En lo simbólico, las ausencias dicen más que las propias personas presentes. Aunque válidas son las causas por las que aquellos militantes decidieron abandonar al PRI, no hubo un interés mínimo por atender las formas estatutarias para una renuncia. Ni el esfuerzo mínimo por reunirse en el espacio donde tantas veces engalanaron eventos, el Comité Ejecutivo Nacional. Atrás quedaron las largas cartas de renuncia que pasaban a formar parte de las memorias. Ni hablar de las viejas comitivas que iban, trajeadas, hasta las oficialías de partes a dar lectura de sus cartas de renuncia suscritas por sus representados. Hoy bastaron 140 caracteres y un vídeo. ¿Qué significa? Que no hay interés, ni respeto por las disposiciones “institucionales”, ni planeación. Pareciera que un día, con el humor voluble de los millenials, alguien se encuentra indispuesto y el recurso más cercano (el celular y la cámara) se convierte en una herramienta para el desahogo de molestias. Hablo del famoso “activismo de sillón”, pero en este caso, se trata del contra-activismo de escritorio. El activismo llama justamente a la “activación” o despertar por alguna causa. El contra-activismo, por el contrario, llama a la desactivación, en este caso, de la ya de por sí imposible misión que tenían apenas hace una semana: “salvar al PRI”.

El Dr. Narro es una prestigiada persona, de trayectoria intachable y logros admirables durante toda su carrera. Sin embargo, ni el Dr. Narro ni la ex Secretaria de Cultura mostraron alguna meditación tras su renuncia, algún esfuerzo socializado con los militantes con quienes guardaban afinidad y tampoco, algún sentido de conciencia sobre lo colectivo. Renunciaron solos. Se van en la falsa compañía que ofrecen los mensajes virales en redes sociales.

Ante dicha apatía y con el respeto que ambos grandes personajes merecen, qué bueno que renunciaron al PRI. Ese partido para sobrevivir necesita, mínimo, personas dispuestas a presentarse físicamente en el CEN. Sea para renunciar, sea para votar, sea para dar un mensaje.

Lo  interesante ha sido la reacción más que las renuncias. Eran los propios militantes que apoyaban la candidatura del Dr. Narro, los primeros sorprendidos.

En las trampas de la posmodernidad donde el sentido de lo colectivo se diluye de la presencia física y se traslada al plano virtual, tuvieron que asumir la importancia de entender que:

 1. Un acto del líder hace nacer la repetición del mismo acto, por reflejo, de sus seguidores. Es decir, habrá más renuncias.

2.Desconocer el proceso con una renuncia genera un incentivo para abandonar la participación de la militancia en el propio proceso electoral interno, ocasionando invariablemente, que las condenas y maldiciones auguradas en el vídeo, se cumplan ante la pérdida de esperanza sobre un posible resultado distinto al anunciado.

Esto quiere decir que hay una trampa. En abandonar una causa, se contribuye a cumplir con la profecía que supuestamente se pretende denunciar con el propio abandono.

El Dr. Narro, sin esa intención tal vez, ha dado un golpe a la credibilidad del proceso que vivirá el tricolor. Y si es que si el efecto sobre el desencanto logra permear, no sólo serán las elecciones internas más cuestionadas… también serán las más vergonzosas por el bajo nivel de participación.

Alejandro Moreno, “Alito”, no tendría nada que celebrar. Aunque habría alcanzado el espacio que tanto quiere como Presidente del CEN, lo alcanzará con un partido fragmentado, cuestionado sobre sus propios procesos y deslegitimado por las acusaciones que hoy escuchamos.

Depende de la militancia de ese partido comprender que aún en la posmodernidad, la política se hace a la antigüita: en contacto humano, mensaje personal y en respeto a los propios años de su militancia. A tuitazos no se puede renunciar y a renuncias no se puede cambiar la realidad. Renunciar implica reconocer la imposibilidad de un cambio y aunque pocos son los fervientes que creen que ese partido cambiará, por lo menos deberían tomarse la molestia de renunciar en términos estatutarios. No vaya a ser que en unos años, su nombre permanezca en el padrón.

Aun en el hipotético de que  la profecía se cumpla ¿no es el PRI un aliado “natural” de MORENA en las cámaras? Sucedió en la votación para la creación de la guardia nacional y hasta para dar reversa a la reforma educativa, una de sus propias “causas”.

Dejar la simulación implica reconocer que el PRI está lejos de ser oposición y eso no depende del cambio de dirigencia, se trata de simple supervivencia. Al que no le guste estar en el patio trasero de MORENA, que se vaya a militar a otro lado.