El diario Reforma destaca hoy/ayer: “Afina Morena reforma en restaurante de Polanco”. La nota, que francamente no es noticia, es que personalidades de la izquierda —entre ellos, un próspero empresario mexicano, que además resulta ser en estos momentos legislador federal—, se reúnen en el restorán Au Pie de Cochon de Polanco, lugar ampliamente socorrido por políticos en México no importando su estirpe. ¿Es en serio? ¿Lo relevante es subrayar dónde se reúnen y cuánto vale ahí el menú por persona?

Antes, a partir de un tuit de Pedro Ferriz evidenciando en redes los zapatos sucios del presidente, se desató una estúpida discusión del significado de los mismos.

El punto es que no nos debería interesar el estado de los zapatos del presidente o los gustos gastronómicos del gobierno, sino quien calza los mismos y cómo se ejerce la labor, tanto ejecutiva como legislativa.

El año pasado le pidieron a Angela Merkel usar unos hermosos Gucci de tacón en la reunión del G-20. Siendo la mujer más importante del mundo en ese momento (según Forbes), lograría un impacto en la venta de los zapatos europeos. Su respuesta fue tajante: “no los uso porque no se puede liderar al mundo de puntitas”. Nadie, después de su dicho, se ha atrevido a criticar sus mocasines con tres centímetros de tacón.

En el caso de Churchill, es de todos sabido que era un alcohólico consumado. Sus hábitos de libación equivalían a muchas cavas de reconocidos restaurantes, pero no se lo echaban en cara, porque a pesar de su alcoholismo, siempre fue un magnífico estratega.

Lo mismo para Franklin Delano Roosevelt. Nadie recuerda que era morfinómano por su polio, dado el increíble líder y comunicador que fue durante su presidencia. Ni siquiera que fue el único presidente reelecto dos veces (solo se permite una en la Unión Norteamericana) y nadie lo tachó ni de drogo ni de dictador. La razón es que más allá de su adicción (prescrita por doctores, pero adicción), o su doble reelección, fue un magnífico presidente.

Que John F. Kennedy fuera ninfómano, no fue criticado, porque cumplía con su deber (además de andar con famosas de la talla de Marilyn Monroe).

La prensa y, en este caso también la oposición, tiende a fijarse en minucias cuando no está lo suficientemente resuelta a debatir con razonamientos lo débil o errado del ejercicio del poder.

Ejemplos en esta latitud sobran: basta evocar el alcoholismo de Calderón, tópico favoritos de los memes. Se trivializó la violencia inusitada en su gobierno. Lo mismo sucedió con Fox, el candidato perfecto y el gobernante atroz, gobernado por Martita. O el caso de López Portillo, a quien también cada mujer a su paso era un salto de su pupila y razón para ser el más coqueto de los presidentes. Su gobierno fue un desastre, el peor de los bodrios políticos, pero se le abucheaba por el cambio de sus modelos/compañeras y por ser “mujeriego”.

Craso error perder el tiempo y dispersar el esfuerzo de tanta gente en cuestiones baladíes. Hablemos de forma franca con lo que no estamos de acuerdo. Señalemos los yerros, porque señalar zapatos o comilonas es bailar al son que marcan AMLO y Morena; es salir por peteneras, es encontrar subterfugios, cuidar los centavos y dejar ir los pesos. 

Usemos la crítica en lo que hay que usarla. Caer en lugares comunes solo hace que crezca el régimen con el que no se está de acuerdo en lo sustantivo. Habría que centrarse en lo que de verdad es importante; lo demás, es lo de menos.