La semana del 10 de octubre de 1984 me topé con Gilberto López y Rivas en la cafetería de la librería Gandhi. No la de ahora, sino la vieja, la del tapanco. Justo en frente de donde felizmente hoy se levanta el nuevo galerón. Aquella sigue siendo librería, sólo que de saldos, y sin el glamour de antaño. Pero ese no es el tema. El caso es que Gilberto, el antropólogo más radical de cuantos hubo por aquellos años (“El Comandante Perisur”, fue apodado en la ENAH, al parecer por el terrible Francisco Javier Guerrero), estaba exaltado, ferozmente exaltado, por el discurso que pronunció Octavio Paz, con motivo del recibimiento del Premio Internacional de la Paz, entregado por la Asociación de Libreros y Editores de Alemanes, en Fráncfort, a principios de octubre de hace 35 años. En su alocución, el poeta advirtió sobre el peligro que representaba el triunfo de los sandinistas en Nicaragua. “Es un ataque del imperialismo cultural norteamericano contra los movimientos de liberación nacional”, manoteaba. Venía de las instalaciones de La Jornada. El periódico oficial de la izquierda mexicana rechazó publicar una carta aclaratoria a la opinión pública. No había celulares, pero de algún lugar llamamos al periódico Excélsior y apareció la carta-aclaración-proclama, firmada por el propio López y Rivas y Héctor Díaz-Polanco. Siguieron publicando y hasta encuadernaron en libro aquellos artículos aparecidos en al sección Cultural.

¿Qué dijo en aquella ocasión, el poeta galardonado después con el Nobel, y que fue motivo de una disputa ideológica de sordos, de sordos de parte de la izquierda, obstinados en la revolución, no da la fracción liberal, pequeña, pero sonante y muy timbrada, que duro mucho años, hasta que México transitó por el camino de las instituciones y libertades y cívicas, y desembocó en la alternancia-transición?

“A la sombra de Washington nació y creció en Nicaragua una dictadura hereditaria. Después de muchos años, la conjunción de diversa circunstancias –la exasperación general, el nacimiento de una nueva clase media ilustrada, la influencia de una Iglesia Católica renovada, las disensiones internas de la oligarquía y, al final, el retiro de al ayuda norteamericana– culminó en una sublevación popular. El levantamiento fue nacional y derrotó a la dictadura. Poco después del triunfo, se repitió el caso de Cuba: la Revolución fue confiscada por una élite de dirigentes revolucionarios. Casi todos ellos proceden de la oligarquía nativa y la mayoría ha pasado del catolicismo al marxismo-leninismo o ha hecho una curiosa mescolanza de ambas doctrinas. Desde el principio los dirigentes sandinistas buscaron inspiración en Cuba y han recibido ayuda militar y técnica de la Unión Soviética y sus aliados. Los actos del régimen sandinista muestran su voluntad de instalar en Nicaragua una dictadura burocrático-militar según el modelo de La Habana. Así se ha desnaturalizado el sentido original del movimiento revolucionario”.

Tengo la sospecha que la solución a los males de México pasa por escuchar la palabra de los pensadores que se inscriben en la tradición liberal mexicana. Por eso el peligro de que todos los días desde el gobierno se fustigue a sus críticos. Humildemente, creo que no es ese el camino que nos llevará a mejor puerto. Una tarde, la turba enfurecida quemó la efigie del poeta frente a la embajada de los Estados Unidos. El grito “Reagan rapaz, tu amigo es Octavio Paz”. Todo esto para decir que muchos de aquellos furibundos ahora son de la feligresía del presidente López Obrador. ¿Y Nicaragua? sumida en dinastía familiar peor que la de Somoza.