Fue lamentable la noticia del fallecimiento de Ruth Bader Ginsburg, eminente juez de la corte suprema de los Estados Unidos (equivalente a una ministra del máximo tribunal, para nosotros); sus méritos profesionales, intelectuales y personales han sido por demás recordados, y con razón, en días pasados por los medios de comunicación del continente americano y europeo. Me interesa tocar un tema relacionado que es menos agradable, pero ineludible: el Congreso de los Estados Unidos ha pospuesto las discusiones de temas tan apremiantes como el rescate a las aerolíneas norteamericanas, para centrarse en la política de pasillos y de cooptación de votos para que el presidente Trump, que se juega su permanencia el 3 de noviembre, pueda nominar y nombrar a la ministra sustituta en los últimos días de su mandato (ya anunció que sus nominadas serán todas mujeres). No deja de llamar la atención el cambio, para mal, que han tenido las prácticas políticas norteamericanas durante los últimos 4 años. Sin caer en una idealización de la política, que siempre ha sido un tema espinoso desde la moralidad, lo cierto es que Estados Unidos, el país que inventó la democracia presidencialista, siempre había conservado una suerte de acuerdos tácitos y normas consuetudinarias que permitían un mínimo de civilidad en la lucha por el poder y en el ejercicio del mandato popular; hoy parece que han caído en desuso.

Sabemos que el sector turístico ha sido, oficialmente, el más golpeado por la pandemia luego de estos meses de confinamiento y nueva normalidad global. Es natural, porque depende del desplazamiento (a veces entre países) y de la interacción social para funcionar, además de que muchos de los destinos turísticos tienen puntos de referencia aspiracionales y obligados para el turista, que se traducen en aglomeraciones inevitables. Ante la imposibilidad de esto, las industrias relacionadas, como la del hospedaje y las aerolíneas, siguen en la cuerda floja de la desaparición o la reducción al mínimo de empleos y capacidad instalada. Naturalmente, al ser Estados Unidos el HUB aéreo más importante del mundo, por las conexiones y multitud de rutas, las líneas aéreas de ese país son un sector estratégico del turismo mundial. Los legisladores norteamericanos, al menos en su mayoría, no parecen entenderlo así, puesto que los días críticos en los que las empresas ya no pueden pagar sueldos a sus trabajadores y muchas de ellas se encuentran próximas al vencimiento de créditos impagables, consideran más importante garantizar el apoderamiento de un asiento en la Suprema Corte de Justicia, pues saben que todas las encuestas ponen por arriba al candidato demócrata, Joe Biden, y existe una posibilidad real de que el partido republicano pierda la presidencia y las dos cámaras. Pero también podrían ganar inesperadamente, como sucedió en 2016, y así su nominada gozaría de mayor legitimidad y un proceso más terso. No quieren ese riesgo. La racionalidad que eso supone admite muchos calificativos, pero ninguno de ellos halagador. Dicen que la juez Bader pidió como última voluntad, que su asiento fuera reemplazado por el gobierno electo en noviembre. Y dicen que los republicanos quieren garantizar, a toda costa, que ese deseo no se cumpla. Lo triste es que ambas cosas son creíbles.