La música puede demolernos por momentos, tiene esa capacidad para tocar toda clase de fibras emocionales, de recuerdos, de tiempos y etapas de la vida, de lo que ha sido y hasta de lo que aún no ha sucedido. La música siempre evoca todo lo posible dentro de la esencia de lo humano, sí, hasta lo que nunca hemos vivido. La La Land toca esas fibras, nos lleva de la mano a nuestra propia historia, sea la verdadera o la ficticia; todos tenemos una vida paralela que se recrea en el escenario de nuestros deseos, todos solazamos una vida deseable y una posible, podríamos llamarle el estado de los anhelos pues el amor siempre es aspiracional, por eso La La Land es una película bellísima.

El piano nos conecta con la pretensión romántica apenas comienza la película, de entrada, ¡pum!, nos avienta de frente contra lo que será la trama, antes de lo que pudiéramos ver, ya nos pincha el corazón con unos cuantos acordes de piano, ese instrumento que siempre es probidad pura.

Toda la película es un ir y venir de emociones. Nunca había sentido tanta tristeza por California, me desagarró el alma ver los escenarios de lo que alguna vez fue un lugar rico y maravilloso, hoy empobrecido, y con el piano de fondo me golpeó doblemente. Lloré por la historia, por California, por la música, por el amor, por los tiempos, por todo. Los musicales son un excelente detonador de las emociones extraviadas, vivimos tan de prisa que a veces no volteamos para ver cómo quedó lo que se dejó atrás. (#AlwaysPasadena)

Ellos, la pareja en cuestión, no son los grandes bailarines porque ella es actriz y él jazzista, son reales dentro de sus características. Pequeños detalles que nos regala el director. No se trata de Gene kelly & Debbie Reynolds.

El Jazz es estructura, es una verdad en la música, es la razón suficiente para manifestar pasión pues al Jazz le sobran todas las virtudes. Ambos enamorados del arte, de lo que hacen y buscan.

Una historia de amor sin un final feliz que conlleva en sí su dosis de realidad, ah, ese momento que nadie quiere tener, al menos lo que dura la película, si ya estábamos subidos en el tren de la ficción, ¿para qué el director nos propina esas gotas de realidad? Seguramente para sacudirnos, ¿para qué más? Así termina la película, con un final retro hermosísimo, con el beso y la historia que no fue, y que si hubiera sido, entonces ya no sería un cuento de amor, ya no sería nostalgia ni añoranza por los tiempos que pudieron ser y no fueron, porque la vida del artista (y del resto) no es fácil, ni maravillosa, ni tampoco ensueño, hacerse de un lugar en el mundo de las artes es casi fortuito. Por eso duele la historia para luego rematarnos con la música.

Todos están geniales: los actores, el argumento, el escenario, la edición, ¡la música!, los músicos, la dirección, ¡todo! Un gran musical sin lugar a dudas, convertido ya en un clásico del arte de la cinematografía.

Tere Quezada es maestra de inglés como Segunda Lengua con una sub especialidad en Fonética y un minor en Historia Asiática Comparada e Historia Constitucional de los Estados Unidos de Norteamérica por la Universidad del Estado de California.