A la hora de la muerte a mano propia, molestan ambos, lo apologetas y los denostadores de Luis de González de Alba; por extremistas. Antípodas irreconciliables. Unos, odiándolo, otros ensalzándolo. Al final del tramo, él simplemente, como otros en el tiempo, tomó un revólver y se dio un tiro. En la mayoría de los casos, siempre he elogiado el suicidio como un acto de valor cuando se trata de un acto consciente. Enfermo, según registro de la prensa, de vértigo y sida, González de Alba ha tomado una decisión natural en una fecha que le fue vital, un 2 de octubre que tampoco nunca olvidó; mucho menos el momento de su fin.

Unos han elogiado y valorado su participación en el movimiento del 68. Otros lo han negado y acusado de simulador y de vivir a costillas del trágico evento. Unos lo defendían a él, otros a Elena Poniatowska, quien se convirtiera en su blanco permanente hasta el día de la  muerte (como da cuenta en su última columna en Milenio; concebida un mes antes), luego de que entraran en conflicto al citarse inexactitudes de Los días y los años en la escritura de La noche de Tlatelolco. Y el escritor no cejó ni siquiera cuando demostró legalmente que la razón le asistía; cuando la autora tuvo que modificar su celebrada obra.

Algunos lo han encomiado tal vez en exceso: “Se fue la voz de un escritor que desenmascaró a los simuladores, los oportunistas, los fanáticos. El silencio ante su muerte los exhibe.”, escribió Héctor de Mauleón el 3 de octubre, en twitter. Traidor e ignominia, le han llamado otros desde la supuesta izquierda. Una consideración equilibrada me ha parecido la de Julio Hernández López, por sus comentarios en Periscope: “Un hombre emblemático de la lucha de 1968 como dirigente estudiantil… Libro emblemático, Los días y los años… Una disposición especial para la divulgación científica… Definición política desde la participación en la izquierda hasta una paulatina y creciente decepción respecto a la manera como ha ido desarrollándose esa vertiente política… Fue entrando en un proceso en el cual sus escritos eran no sólo recios llamados de atención a las desviaciones y distorsiones de la izquierda sino también una forma a veces amarga, a veces demasiado rijosa de enfocar los procesos políticos destazándolos para beneplácito de los adversarios de esa izquierda… Un crítico que en lugar de provocar o generar una genuina discusión al interior de esa corriente política, se fue aislando y colocando en un nicho discutible… Un hombre que ejerció con libertad su sexualidad… No compartía sus textos finales; había un gusto por ver lo que escribía en divulgación científica con precisión y calidad… pero el tono con el que abordaba cosas como los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, me parecía que generaba una reacción adversa… a pesar de su calidad analítica, a pesar de ese tono de libertad absoluta que ejerció hasta al final de su vida, no hubo ese concierto de voces que reconocieran en él la valía de sus interpretaciones y discusiones… Eso forma parte de las pasiones políticas que hoy en México están polarizadas…” (03-10-16).

Por mi parte -sin dejar de reconocer su voluntad como divulgador de la ciencia y su libertad personal- desde 2006 escribí 3-4 textos para contravenir algunas de sus posturas y aun mentiras políticas como esa de reducir a la libido la simpatía de los intelectuales por la izquierda o esa de que el líder opositor, López Obrador, fuera el “compositor” del himno del PRI-Tabasco, para lo cual entrevisté al autor del mismo, Alberto Zentella. Calumnia que volvió a repetir en algunos textos posteriores no obstante que, en un intercambio básicamente respetuoso conmigo en twitter, lo admitiera; claro, sin el ímpetu que había puesto originalmente.

Criticó que el líder de la de izquierda que hay en México, “esa cosa”, se hubiera afiliado al PRI después de haber sucedido la tragedia de Tlatelolco (si bien, tal vez en descargo haya que decir, bajo la guía de Carlos Pellicer y de lado de los indígenas y campesinos de Tabasco), cuestionamiento válido que se le tendría que aplicar por igual a todos aquellos que vivieron exacto procedimiento y aún están allí o han regresado; o a los que continúan llegando. Porque en ese tiempo, ejercer la política significaba el PRI y, un poco menos, el PAN; o ser guerrillero y acabar muerto o estar hoy en el “Pacto por México”. No obstante, el político renunciaría de manera radical con ese organismo; como lo ha demostrado. Pero algo igual o semejante, pero al revés, pudiera cuestionársele al escritor: fue víctima del PRI diazordacista, pero terminó elogiando muchas vertientes del PRI de “nuevo rostro” y, peor, del PAN. Porque como lo describe Jaime Avilés, “se fugó al desencanto por la vía del cinismo” (“González de Alba o la delicadeza del suicidio”; Polemón, 04-10-16).

Es casi una normalidad que haya una división entre la obra del autor y su pensamiento político y su acción (sobre todo en México, donde el intelectual medra del estado). Y esto se puede ver en grandes escritores como Octavio Paz o genios como Borges (de allí la singularidad de alguien como José Revueltas). En realidad, aquí hay una sola lectura: no existen purezas en la vida excepto la de la imperfecta perfección de la naturaleza. Y reitero, más allá de ideologías y definiciones políticas o vitales, tengo para mí como un acto de gran valor la conciencia de la muerte a decisión y mano propia. Como tantos, como Torres Bodet, como Acuña, como Weininger, como Mishima,… Como Lebiadkin, el personaje de Dostoievski, en Los demonios.