La bancada de MORENA en voz de su coordinador, Ricardo Monreal, ha presentado una propuesta para lograr que las plataformas digitales paguen impuestos en las mismas condiciones que cualquier empresa con operaciones en México lo hace. La propuesta realiza cambios a varias disposiciones, entre ellas, las contenidas en la Ley del Impuesto Agregado y la Ley en Telecomunicaciones para el caso de las plataformas que ofrecen contenidos en streaming, como Spotify, Netflix, Amazon Prime y otras.
La reforma era urgente pues el Estado ha dejado de percibir hasta 3 mil 600 millones de impuestos por actividades económicas en ese sector de empresas principalmente extranjeras, carga que los emprendedores locales en cualquier otro ramo sí tienen que enfrentar. Pero el asunto va mucho más allá de los impuestos, que tan sólo son un paso necesario para lograr igualdad tributaria.
Hablar de las plataformas que ofrecen servicios necesariamente debe orientar el debate hacia la precariedad que las mismas plataformas han creado. Bajo el esquema de libertad, autonomía en los horarios, horizontalidad y relación directa entre usuarios y “socios” de una aplicación, plataformas como Uber, Rappi o Airbnb han creado esquemas que tienen elementos de una relación privada, utilizada por personas principalmente menores de 35 años como una manera de generar ingresos, transformando la relación laboral en una cruda realidad de auto-explotación. Las empresas digitales están desconociendo los derechos laborales al ofrecer esquemas de alta flexibilidad aún cuando logran ganancias millonarias a costa de la precariedad.
Para explicar claramente lo anterior, usaré un ejemplo de Rappi. La plataforma sirve para solicitar cualquier tipo de producto o servicio mediante una aplicación que asigna un pedido (compras o RappiFavor) a un “Rappitendero” (repartidor). La libertad de solicitud es tan amplia, que atiende a las necesidades del momento sin importar el riesgo. Durante el sismo del 19 de septiembre que se vivió en la Ciudad de México, varios Rappitenderos transportaban víveres. La otra cara de la moneda, es que durante la escasez de gasolina que enfrentó el país durante el combate al huachicoleo, los Rappitenderos también transportaron galones de gasolina. El transporte es elegido por cada Rappitendero, que usualmente se transportan en bicicleta o moto, según sus propios recursos y capacidades. Cuando una persona hace un pedido en Rappi, la aplicación hace un cálculo de distancia, tiempo, costo del producto (asignado por quien lo venda), cuota de la aplicación y finalmente, la propia al RappiTendero. El riesgo de cualquier Rappitendero es altísimo: pueden sufrir accidentes, ser asaltados, atropellados o simplemente, caer del vehículo que usan para transportarse. A pesar de ello, no existe ningún fondo que se asigne para un seguro médico a un RappiTendero. Mucho menos un seguro de vida.
De hecho, en el caso de Rappi, según su propia página https://blog.soyrappi.com/seguro-rappitenderos-mexico/, si tienes un accidente mientras estás conectado con Rappi, te harán un rembolso de los gastos médicos. Significa que el gasto correrá, primeramente, por parte del Rappitendero. Para acceder al reembolso, deben llenar un formulario dependiendo de la ciudad donde se encuentren, contar con un seguro de accidentes personales, estar activo en la aplicación “SoyRappi” y enviar pruebas del accidente. El reembolso está sujeto a verificación del accidente, para eso, piden completar la información correctamente, con fotografías e inclusive, dando detalle sobre si el pedido está en condiciones de poder ser entregado a pesar de la situación ocurrida.
La empresa Rappi “confirma” la conexión al momento del accidente para realizar “el debido proceso· y una vez que tiene la confirmación, la compañía aseguradora procederá a hacer pago reportado (entendamos que esto no tiene un lapso establecido, por lo que pueden ser días, semanas o meses). El trato deshumanizado que brinda ese protocolo ni siquiera contempla las emergencias mayores en las que un Rappitendero pudiera quedar inconsciente a partir del accidente, tampoco menciona el caso en que un Rappitendero pierda la vida (si fuera una relación laboral, en términos de la Ley Federal del Trabajo, sus familiares al menos podrían acceder a gastos funerarios y una compensación [483]). Si es que un Rappitendero sufriera un accidente con motivo de su actividad y sufriera algún tipo de discapacidad que le impidiera continuar “trabajando”, mala suerte. No existe ninguna garantía que le permitiera al menos, acceder a tratamientos de rehabilitación para la discapacidad adquirida, mucho menos tendría acceso a algún tipo de pensión (en términos de la Ley Federal del Trabajo [487], si un accidente deja a un empleado sin posibilidad de seguir realizando labores, aquel con carácter de “patrón” tendría que seguirle cubriendo un ingreso básico conforme a una tabla de discapacidades [491,492].
Si el panorama es tan gris, ¿Por qué hay tantos jóvenes “empleándose” de esta manera informal, insegura y riesgosa? La necesidad. No es que haya jóvenes que no estudien ni trabajen por gusto, es la falta de oportunidades para lograr acceder a buenos empleos y a una educación compatible con las condiciones.
Sencillamente, es la precarización de las labores a partir de la era digital. Como varias plataformas, Rappi ofrece una capacitación virtual para toda persona que quiera “ganar dinero fácil, rápido, con sus horarios y sin necesidad de tener un jefe” . Sus videos, por ejemplo, ofrecen “no cobrar comisiones y permitirles quedarse con el 100% de su propina” . Se anuncian como una opción que no necesita dinero de inversión inicial. Presumen que como no habrá un contrato, no habrá un jefe y que justamente cualquier Rappitendero puede conectarse donde quiera, cuando quiera y tomar los pedidos que quiera. La seguridad sacrificada por la flexibilidad se entiende perfectamente en un país en el que la tasa de desempleo entre los jóvenes es de 7 por ciento, lo que representa casi el triple de la desocupación laboral entre los adultos. El reporte sobre Panorama Laboral 2018 en América Latina y el Caribe demuestra que uno de los grupos más vulnerables en el mercado laboral mexicano son los jóvenes. https://mvsnoticias.com/noticias/nacionales/en-mexico-tasa-de-desempleo-entre-jovenes-es-tres-veces-mayor-que-para-adultos-oit/
Uber tiene una situación similar, en la que hábilmente, los conductores no son trabajadores, sino “socios”. Implica que no hay una relación laboral y que cada una de las partes aportará algo, como si se encontraran en igualdad de condiciones. Uber pone la plataforma y los “socios” ponen el auto y el tiempo de conducción. Los detalles como se reparten los riesgos atendidos con la obligación de tener un seguro para estar en la aplicación y ciertas condiciones vehiculares para brindar la “experiencia Uber”. Aunque en lo último hay más flexibilidad, el formato de labores tiene una similitud interesante con Rappi: no hay jefe, no hay horarios, no hay contrato, no hay patrones, no hay relación de Trabajo. ¿Qué es lo que sí hay? Riesgo altísimo, tanto para conductores como para usuarios.

Exceptuando los cientos de casos en los que Uber ha tolerado el acoso sexual por parte de sus “socios”, Uber no controla el número de horas que trabajan los conductores, permitiéndoles que manejen hasta por más de 12 horas. Rappi tampoco limita los horarios de los repartidores, de hecho, ninguna aplicación lo hace. Bajo el criterio de la flexibilidad, la auto explotación motivada por la necesidad se hace presente.
El caso de Airbnb se acompaña de la mano con un fenómeno crudelísimo para las principales ciudades: gentrificación y desplazamiento. Mediante la plataforma que permite rentar espacios, cuartos o departamentos completos por temporadas cortas para viajeros que tienen fines turísticos, las personas que viven en los centros de las Ciudades o en las colonias consideradas como atractivas, están enfrentando un aumento drástico en los precios de rentas, lanzamientos de los lugares donde han vivido siempre, como el caso de la Juárez y la irremediable tendencia del desplazamiento hacia la periferia por la imposibilidad económica de cubrir los costos para mantenerse viviendo en aquellos lugares. En la Ciudad, colonias como Roma, Condesa, Polanco o Escandón, poco a poco se van vaciando de mexicanos que simplemente, no pueden mantener un estilo de vida clasemediero y se van sustituyendo comunidades completas por personas extranjeras que visitan eventualmente la Ciudad. Iniciativas como el “co-living” han evidenciado el incremento de esta circunstancia, en donde cada vez resulta más caro vivir en zonas céntricas y cuya estancia se encuentra profundamente relacionada a vivir compartiendo el espacio, pagando por una habitación con sitios reducidos. La precariedad en la vivienda y el desplazamiento dentro de la misma ciudad están íntimamente relacionados como un fenómeno que nace a partir de que los desarrolladores inmobiliarios descubren la mina de oro que hay en usar plataformas digitales para promocionar espacios que al no ser hoteles, se libran de varios pagos y trámites administrativos.
La gentrificación es definido como “el proceso de revaluación de una zona, impulsada por un nuevo ciclo inmobiliario y flujo de residentes que optan por adquirir y renovar el parque urbano habitacional”, pero en el contexto de las plataformas digitales, el proceso se acelera desplazando y excluyendo a las personas que llevan más años viviendo en esas zonas, como sucede en Santa María la Ribera, Tabacalera, Condesa, Roma y otras, en donde cada vez cuesta más trabajo encontrar a familias que lleven más de 14 años viviendo ahí. Entre mayor popularidad y demanda tiene una zona, menos familias logran resistir el cambio. La lógica económica les excluye como la ley del más débil.
Integrar a la economía pública el cobro de impuestos a las plataformas digitales es urgente y fundamental, sin embargo, de nada servirá el aumento en los ingresos del Estado si eso no modifica la realidad de las personas que van quedando en la precariedad de la era digital. La explotación, el desplazamiento y los fenómenos que acompañan el uso de las nuevas plataformas tienen que colocarse en el centro de la agenda pues la despersonalización no puede ni debe ser sinónimo de la deshumanización.