“En España aprendimos que se puede tener razón y ser vencidos”.<br>

Albert Camus

Acabó la guerra

No terminó la Segunda Guerra Mundial exactamente cuando las fuerzas enemigas de los nazis tomaron Berlín. Pero en el momento en que ello ocurrió no quedó ninguna duda acerca de que el terrible conflicto bélico estaba llegando a su fin.

No me parece exagerado decir que la actual pandemia equivale a una guerra global. Si durara un par de años, sus consecuencias serían catastróficas en términos de muertes, hambre y más enfermedades derivadas del Covid-19.

Viviremos algo parecido a la rendición de la Alemania nazi cuando sea una realidad la promesa de una vacuna, es decir, cuando la misma esté al alcance de la mayoría de las personas.

Inyectar la vacuna a todos los mexicanos

Andrés Manuel debe pensar seriamente en las palabras de Camus que encabezan este artículo. Y es que, en efecto, no siempre gana quien tiene la razón. Ello se ha demostrado dolorosamente no solo en la guerra civil española, sino en muchos otros episodios históricos.

Para triunfar ante un enemigo poderosísimo hay que actuar con enorme valentía, pero también hay que hacer lo correcto. En las actuales circunstancias no puede haber nada más importante para la 4T que conseguir millones de dosis de vacunas eficaces. Hasta donde se sabe, el canciller Marcelo Ebrard y Jorge Alcocer Varela, secretario de Salud, cumpliendo instrucciones del presidente López Obrador están entregados a tal tarea.

Sobre la marcha, el gobierno federal ha tenido que diseñar estrategias contra la pandemia. Se tuvo éxito al incrementar la capacidad de los hospitales para atender enfermos en las unidades de cuidados intensivos; un mérito sobre todo de Ebrard, a juzgar por lo que se ha difundido. Pero no resultó del todo eficaz el trabajo del epidemiólogo Hugo López-Gatell.

Lamentaré si mi percepción sobre el subsecretario de Salud molesta al presidente López Obrador y a muchos otros amigos que tengo en la 4T, pero creo que no digo ninguna mentira. Solo a medias López-Gatell educó a la gente. Lo hizo bien al promover la sana distancia y la higiene, pero confundió a la población con el tema del cubrebocas, fundamental como se sabe para evitar el incremento en los contagios. El epidemiólogo falló igualmente al actuar como político y, peor aún, como político autoritario, es decir, convencido de que podía castigar a cualquiera que le llevara la contraria. Esto provocó que no se coordinaran perfectamente los gobernadores, las gobernadoras con el estratega en la lucha contra la pandemia.

Entiendo que haya gente que en las redes sociales ofenda a los gobernadores que le han faltado al respeto a López-Gatell, y a quienes nadie va a castigar. Se equivocó el epidemiólogo si pensaba que su palabra era ley —eso solo ocurre en El Rey, de José Alfredo Jiménez. Algunos jefes políticos locales merecen que se les cuestione inclusive con expresiones subidas de tono, pero no todos están en tal situación. Hay sin duda gobernadores que lo han hecho muy mal, pero otros —especialmente otra, Claudia Sheinbaum— han realizado el mejor trabajo contra el coronavirus.

Como quiera que sea, debemos estar satisfechos de que la capacidad hospitalaria se haya incrementado. De no haber ocurrido así, la tragedia habría sido bastante más terrorífica.

Si tenemos acceso a la vacuna en cuanto quede completamente desarrollada, el balance será muy positivo para el presidente López Obrador. El tabasqueño estaba preparado para el que consideraba —considerábamos todos hasta febrero de 2020— el peor de los desastres naturales que podíamos sufrir en nuestro país, un gran sismo en la Ciudad de México. Nunca pensamos en una pandemia tan terrible. Quizá conocíamos las preocupaciones de gente como Bill Gates y hasta vimos alguna película o leímos algún libro sobre la fuerza destructora de los virus, pero es un hecho que nadie en todo el mundo estaba preparado para lo que ha ocurrido.

El día que lleguen las vacunas a México habrá que organizar un desfile —como el de la liberación de París de 1944— para anunciar una nueva y más necesaria que nunca jornada nacional de vacunación. Inyectarla a millones de mexicanos será tarea para un gran organizador. Supongo que el presidente AMLO volverá a confiar en Ebrard, seguramente con la supervisión técnica de los doctores Alcocer y Gatell, secretario y subsecretario de Salud, respectivamente. Pero lo anterior no podrá hacerse con la velocidad y la eficacia que se requiere si no se involucran los gobernadores, las gobernadoras. Ojalá les tranquilice y les regrese al trabajo la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.

Inyectar optimismo y alegría

Si hay alguien capaz de generar una oleada de entusiasmo en la sociedad mexicana por la llegada de la vacuna, ese es Andrés Manuel López Obrador. Para esto no necesita ni de gobernadores ni de epidemiólogos ni tampoco de cancilleres. Un solo discurso, desde luego bien difundido en redes sociales y en medios de comunicación, hará el milagro de inyectar optimismo y alegría a una nación que con toda justificación ha caído en la depresión.

No hace falta ser una eminencia en ciencia económica para comprender el valor que el optimismo tiene para impulsar el crecimiento de una economía.

Inyectar recursos a las empresas y seguir inyectando apoyo a las personas de allá abajo

Un Plan Marshall —sinónimo de rescate económico a gran escala— solo puede funcionar si se diseña y se lleva a la práctica después de que la guerra ha terminado. Erróneamente muchos le pedimos el pasado abril a Andrés Manuel que sacara la cartera y contratara deuda pública para apoyar a las empresas. Hicimos el diagnóstico equivocado y, por lo tanto, prescribimos la medicina que no iba a curar al paciente y que, inclusive, iba a agravar su situación. La metida de pata no fue solicitar un plan de rescate, sino exigir que se aplicara cuando la guerra apenas iniciaba y no teníamos idea de cómo y en qué momento iba a terminar. De hecho, todavía no sabemos con certeza si las vacunas funcionarán y si tendremos acceso a las mismas.

Con buen criterio, el presidente López Obrador rechazó los planes de rescate, decidió no endeudarse y no canceló los proyectos de infraestructura en los que cree. Lo único que hizo fue entregar todavía más dinero a los pobres. Afortunadamente pudo hacerlo: él había ya puesto en marcha programa sociales que facilitaron la tarea. Si tales programas no hubieran estado operando, quizá hoy estaríamos enfrentando revueltas sociales en México.

Lo que sigue, pero a partir de que inicie la jornada nacional de vacunación contra el Covid, es que Andrés Manuel reconsidere su negativa a endeudarse. Nuestro país tiene capacidad para hacerlo, entonces debe hacerlo. Carece de sentido desaprovechar por falta de suficientes recursos la oleada de optimismo y alegría que nos traerá la vacuna.

A los pobres y a quienes se hayan quitado sin empleo se les debe incrementar el apoyo. Pero muchas empresas también necesitarán un impulso desde el gobierno. ¿Cuáles y de qué sectores? Tendrán que definirlo los expertos, de la 4T, de los organismos empresariales y de las universidades. Yo no lo sé, solo soy un periodista que opina. Pero tengo un par de ideas.

Hoteles de tres y cuatro estrellas, no; teletrabajo, sí

Ferran Adrià es un famosísimo cocinero español, tal vez el más importante del mundo. Ayer lo entrevistaron en el diario El País. Naturalmente está preocupado por la crisis del turismo y de la gastronomía de costos elevados. “El desgaste económico puede ser apocalíptico”, ha dicho. Veamos sus argumentos:

√ “Si el teletrabajo se instaura, el concepto del mediodía en los restaurantes cambiará brutalmente. O haces dos turnos por la noche o subes precios, no hay tutía”.

√ “En tres años el 40% de los restaurantes de España ya no existirán como están”

¿Qué hacer?

√ “Si trabajas solo con turismo internacional, ahora mismo no puedes abrir".

Pero no hay que abandonar el turismo, sino cambiarlo:

√ “Este es un país con los mejores hoteles de tres y cuatro estrellas del mundo”. 

En Europa, no solo en España, son excelentes los hoteles de tres y cuatro estrellas. Sí, los que puede pagar el turismo local. No sé si fomentarlos bastará para compensar la pérdida del turismo internacional, el que paga los hoteles y restaurantes de lujo. Esto se verá después de la vacuna.

En México tenemos los mejores hoteles de gran lujo, pero en general son muy malos los de tres y cuatro estrellas. Se entiende, ya que el turismo local con ingresos medios, que podría trasladase en coche y evitar con ello el avión, desde hace décadas no desea visitarlos por la inseguridad. Sin clientes que exijan un buen servicio, no han mejorado. Dada la situación de violencia en México el turismo doméstico no es una opción de reactivación en el corto y mediano plazos.

Pero el turismo internacional no tiene por qué morir en nuestro país. Tenemos al lado a la sociedad más rica, la estadounidense. Los empresarios, las empresarias del sector hacen correctamente su trabajo. Pero después de lo que han sufrido con la pandemia —por mucho es el sector más afectado— necesitarán estímulos del gobierno. Quizá no directamente los hoteles y los restaurantes, pero  evidentemente sí las aerolíneas mexicanas, que por ningún motivo deben quebrar, y desde luego, hará falta un gasto extraordinario en promoción, realizado por el propio sector empresarial pero financiado con recursos públicos, para convencer a gringos y gringas de que los destinos están limpios y son razonablemente seguros. La publicidad funciona.

Si el teletrabajo se impone, y debe imponerse, sufrirán los restaurantes de las ciudades para llenar el turno de la comida. En esto, tristemente, nada puede hacerse. No tiene sentido estimular establecimientos que no volverán a llenarse de ejecutivos que operarán sus reuniones, por video, desde sus domicilios.

Quizá Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México; Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, y Jaime El Bronco Rodríguez (o quien lo reemplace en el gobierno de Nuevo León: Tatiana Clouthier, Clara Luz Flores, Luis Donaldo Colosio, Samuel García, Adrián de la Garza) no estarán de acuerdo en principio con lo que voy a proponer enseguida.

El teletrabajo debe fomentarse para quitar incentivos al hecho de vivir de las ciudades más grandes de México, esto es, la capital, Guadalajara y Monterrey. Me parecería sensato que se cerraran oficinas y que las empresas con sede en tales metrópolis sean estimuladas para contratar personal de otros lugares. Sí, estímulos fiscales para las empresas capitalinas, tapatías o regias que contraten gente de Michoacán, Sonora, Yucatán, etcétera y que demuestren que trabajan a distancia desde otras regiones. Se perderían empleos en las grandes ciudades, pero esa es la idea: que poco a poco las abandonen sus habitantes.

Por cierto, el teletrabajo podría servir para que tenga sentido la prometida descentralización de las secretarías del gobierno, que hasta el momento ha quedado en prácticamente nada.