Interesante artículo del congresista estadounidense Vicente González, representante del distrito 15 de Texas, ubicado en una de las regiones más afectadas por la pandemia.

El sur de Texas es zona desastre por la incompetencia del presidente Trump y el gobernador Greg Abbott. A mediados de abril Trump, contra del consejo de expertos como el doctor Anthony Fauci, hizo un llamado a reabrir la economía estadounidense. Abbott, con entusiasmo atendió la sugerencia.

En Texas todo reabrió cuando no había condiciones para hacerlo. Se hizo sin medidas de seguridad: no se decretó la obligatoriedad del cubrebocas ni se vigiló que se cumpliera el requisito de un cupo máximo de clientes que respetara la sana distancia en bares, restaurantes y salones de belleza.

El “sentido común” del gobernador Abbott iba a traducirse en prosperidad económica; solo logró que el numero de casos de coronavirus en Texas se duplicara. Del 25 de mayo al 25 de junio hubo más de 75,000 infectados, mientras que del 25 de abril al 25 de mayo el número fue de 32,000. A Abbott al principio le tuvo sin cuidado el aumento en los contagios: permitió los eventos del Día de los Caídos e inclusive que se celebraran carnavales y ferias.

Demasiado tarde Abbott tomó alguna medida. A finales de junio cerró bares, pero siguió permitiendo la operación de restaurantes; al 50 por ciento de su capacidad, sí, pero sin la obligación de la mascarilla. Después, con la tragedia encima, en los hospitales se cancelaron las cirugías electivas y el gobernador emitió una orden para que el cubrebocas fuera obligatorio. De nada sirvió en el condado de Hidalgo.

Como dice Vicente González, “la prisa del gobernador Abbott y del presidente Trump para reabrir la economía, combinada con una mezcla de afecciones médicas subyacentes, creó la tormenta perfecta”. En el Valle del Río Grande, con una numerosa población de origen mexicano, “los hispanos tienen el doble de probabilidades de contraer COVID-19 y tres veces más riesgo de morir”. Ello por las altas tasas de diabetes, presión arterial elevada, colesterol y obesidad, lo que aumenta la posibilidad de muertes asociadas al coronavirus. Su tasa de mortalidad es más del doble comparada con el resto de Texas.

“La muerte, sin embargo, no es el único indicador de un sistema hospitalario abrumado”. Espanta el diagnóstico de González: La capacidad sigue siendo un problema; las unidades de cuidados intensivos están llenas; las escenas son desgarradoras; el personal médico y de enfermería llora todos los días, todas las noches, y la autoridad de salud del condado de Hidalgo, el Dr. Ivan Meléndez, informó: “La única forma de conseguir una cama en la es si alguien muere”.

El congresista González convocó a administradores de hospitales, autoridades del condado de Hidalgo, funcionarios estatales y la organización Samaritan's Purse para el posible establecimiento de un hospital de campaña. Samaritan’s Purse lo ha hecho con eficacia en otras crisis humanitarias, como la pandemia del ébola en África. Sus hospitales en tiendas de campaña inclusive han resistido el calor de Afganistán e Irak.

Samaritan’s Purse podía hacerlo, pero la disuadió el ‘sentido común’ de Greg Abbott. Aunque sus hospitales operaron en el calor de Afganistán e Irak, “el gobernador pensó que no podrían con el clima del sur de Texas”.

El 16 de julio, González y otros legisladores estadounidenses presentaron el proyecto de ley bipartidista Isolate COVID-19 Act, que permitiría a los pacientes con Covid-19 autoaislarse en hoteles para aliviar a los hospitales. El gobernador Abbott decidió otra cosa: adaptar los hoteles para alojar a los enfermos. No es mala idea, pero exige “un tiempo valioso que no podemos permitirnos perder”. El senador estatal de Texas Juan Chuy Hinojosa y el gobernador Abbott proyectaron que los hoteles iban a estar listos para ayer 24 de julio. Ojalá, porque “necesitamos alivio inmediato para los pacientes moribundos de Covid-19”.

La gente se siente indefensa y olvidada. “La historia dirá la verdad acerca de quién tiene la culpa del sufrimiento irrevocable del sur de Texas”.

El gobernador debe urgentemente hacer lo que no hizo antes: ampliar la capacidad hospitalaria y llevar al Valle del Río Grande todos los recursos, fondos, personal y equipo del gobierno estatal, federal y de organizaciones civiles que pueda conseguir. El pecado mayor en el el sur de Texas —además de reabrir cuando no se debía y sin medidas de protección— fue no haber actuado a tiempo para ampliar la capacidad del sistema de salud.

La narración del representante del distrito XV de Texas en el congreso de Estados Unidos, lleva a pensar que en México se aplicó la estrategia correcta al poner el énfasis en ampliar la capacidad de los hospitales. Como en el Valle del Río Grande, en nuestro país padecemos altas tasas de diabetes, presión arterial elevada, colesterol y obesidad, enfermedades que complican el tratamiento contra el coronavirus. Pero, a diferencia de lo que ocurre allá, en México el sistema de salud no se ha rebasado y nadie que lo haya necesitado ha dejado de tener espacio en los hospitales. Desde luego, el personal médico no hace milagros, sobre todo si los pacientes se internan con una o varias comorbilidades. Se entiende el aumento significativo en el número de fallecimientos.

Pero imaginemos lo que habría pasado si no se hubiesen adquirido a tiempo equipos para ampliar la capacidad hospitalaria y si, además, los trabajadores del sector no hubiesen recibido adiestramiento de urgencia. Habríamos vivido en el infierno.

No han fallado en esa tarea el secretario y el subsecretario de Salud, Jorge Alcoer Varela y Hugo López-Gatell, a quienes ha apoyado el canciller Marcelo Ebrard. Debe destacarse la colaboración de los dueños de hospitales privados —encabezados por Mario González-Ulloa, del Centro Médico Dalinde, y Olegario Vazquez Aldir, de los hospitales Ángeles—, quienes han entregado buena parte de sus camas para que el sector salud las utilice en el tratamiento de otras enfermedades. Digno de mención el hecho de que el Centro Médico ABC, por iniciativa del doctor Francisco Moreno, admita a pacientes de Covid para apoyar al gobierno.

Quizá lo único que debería reprochársele a López-Gatell, sea su rechazo inicial al cubrebocas y su actual falta de contundencia para exigir que el mismo sea obligatorio en reuniones en espacios cerrados o abiertos. Gatell tendría que corregir de inmediato al presidente López Obrador, quien acaba de decir que los especialistas del gobierno le han dicho que no necesita la mascarilla si guarda la sana distancia.

Si Andrés Manuel realizara sus eventos completamente en soledad, el cubrebocas no sería necesario. Pero lo hace rodeado de políticos y empresarios, y resulta sencillo que la distancia entre ellos se reduzca, como en la firma de la reforma de las pensiones. El presidente AMLO, que poco se equivoca, tiene una idea errónea de la utilidad de la mascarilla. López-Gatell, con responsabilidad y valor, debe hacérselo saber en público. El mismo Gatell deben usar siempre el dispositivo que es obligatorio en todo el mundo.

Seguramente Gatell no se atreve por miedo a un regaño de parte de López Obrador. No ocurrirá. Andrés Manuel no se molesta si le señalan sus errores. A López-Gatell debiera animarle el ejemplo de Claudia Shenibaum, quien ha decidido usar el cubrebocas frente a AMLO con el evidente propósito de dar el ejemplo: a los ciudadanos, sí, pero en especial al presidente, quien no ha sido informado en forma adecuada por sus expertos.